Cisneros (Palencia) |
Según Pilar León Tello[1]
a partir del siglo VIII se fu eron
arruinando las ciudades y villas de Tierra de Campos, mientras que la
dominación musulmana fue demasiado efímera para dejar huella suficiente. En un
privilegio de finales de 1059 el rey Fernando I dice que la desolación de
Palencia había durado más de trescientos años y al pasar estos dominios a su
gobierno pasan también grandes zonas pobladas de antiguo por judíos.
El rey favoreció la inmigración de
pobladores entre los que se encontraron judíos que, para el caso de Palencia,
se asentaron junto a la iglesia de San Julián, de época visigótica. Restos
arqueológicos de fines del siglo XI delatan la presencia de judíos en Monzón y
en los principales lugares jacobeos (Frómista, Villasirga y Carrión) también
vivieron judíos, que gozaron de la inmunidad real.
El resto de la población, entonces,
empezó a recelar del incremento social y económico de los judíos y se llegó a
luchas civiles en tiempos de la reina Urraca, adictos los judíos a su esposo
Alfonso I “el batallador”. Más tarde el rey Alfonso VII otorgó perdón a los
vecinos de Saldaña, Carrión y el valle de Cisneros por los desmanes que habían
cometido en aquellas luchas, matando a los judíos y robándoles sus haciendas;
también habían destruido palacios para apoderarse del pan, del vino y los
metales preciosos que allí había.
Bajo el reinado de dicho rey el
número de judíos aumentó en Castilla, muchos de los cuales fueron obligados a
la conversión forzosa al cristianismo. En el fuero que el monarca concedió a
los habitantes de Astudillo, se equiparaba a los judíos a los cristianos “en el
precio de la sangre” (en caso de asesinatos). En Carrión, donde se había
establecido una puebla numerosa de judíos, también disfrutaron de fuero
especial. Ello no evitó que en esta villa tuviese lugar una violenta disputa
religiosa entre los judíos tradicionales o rabbanitas y los caraitas, los
primeros partidarios de seguir a los rabinos y los segundos seguidores de la
tradición saducea, que tenían como norma atenerse a la letra del texto sagrado.
Esta corriente había sido importada de oriente por Aben Altarás.
A pesar de haber sufrido expulsiones
con anterioridad, los caraitas siguieron existiendo y el rey Alfonso VII tomó
medidas represivas contra ellos. El episodio de Carrión está narrado en el
“Mostrador de justicia”, del converso Alfonso de Valladolid, y en el
“Fortalitium fidei”, del también converso Alfonso de Espina. Surgió la polémica
para decidir sobre la pena que debía aplicarse a un judío rabbanita que había
encendido fuego públicamente en sábado, contra los preceptos bíblicos; la
comunidad de Carrión, compuesta en su mayor por caraitas, intentó condenarlo a
muerte acudiendo para la aplicación de la sentencia al rabino de Burgos, pero
el rey revocó el castigo y decidió la supresión total de los caraitas en sus
reinos.
Otro núcleo importante de judíos
estaba en Aguilar de Campoo; muy conocidos por su interés filológico. En cuanto
a Palencia se extendieron más allá de su recinto primitivo. Al frente de la
ciudad estaba el obispo Raimundo, tio del rey, a quien este recompensó dándole
en 1175 cuarenta familias judías a cambio de la mitad de Amusco[2],
que pasó a poder la Orden
de Calatrava. En cuanto al resto, ningún vecino de Palencia podía tener
vasallos judíos excepto el cabildo y más tarde obtiene el obispo los pechos de
todos los moros y judíos que habitaban Palencia.
En 1192 un nuevo privilegio real
dispuso que también moros y judíos contribuyesen a las obras de muros y fosos
que construía el municipio para ensanchar los límites urbanos. De aquí nació un
largo conflicto de jurisdicción entre las autoridades eclesiásticas y el
concejo.
Como vasallos de monasterios,
estaban los judíos del barrio de San Zoilo, en Carrión, y el rey Fernando II
dio vasallos judíos de Dueñas a la abadesa de las Huelgas de Burgos. Más tarde
se prohibió que los judíos del reino tuviesen alcaldes apartados, encargando la
justicia a los hombres buenos que el rey designase. El número de aljamas que
había entonces en tierras palentinas se deduce porque Palencia debía tributar,
en 1290, 33.280 maravedíes, la mitad de los cuales los percibía el obispo; a la
judería de Carrión con Saldaña y Monzón correspondía tributar 73.480
maravedíes; a la de Paredes de Nava y Cisneros 41.985; a la de Tariego[3]
2.030; a la de Dueñas 1.829 y a la de Aguilar 8.600 maravedíes.
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