Antonio Maura |
Según Pedro Carlos González Cuevas[1],
tras la derrota de España a manos de Estados Unidos en 1898, los grupos
políticos del régimen español temieron una reacción violenta que hiciera
peligrar la corona. Se llegó a pensar en una alternativa semejante a la de
Boulanger en Francia o la de Pelloux en Italia. El primero fue un militar
francés que, aparte medidas progresistas en el ejército, alentó el chovinismo
tras la pérdida de Alsacia y Lorena a manos de Alemania. Gozó de gran
popularidad entre parte de la población francesa hasta el extremo de temerse
que encabezase un golpe de estado que no se produjo. El segundo gobernó Italia
a finales del siglo XIX al margen del Parlamento
En España podría haber jugado ese
papel el general Polavieja, un regeneracionista vinculado a los círculos
católicos de extrema derecha. Publicó un manifiesto en el que pedía unidad por
encima del régimen de partidos, pero con el propósito de extirpar el
caciquismo, pero descartó cualquier intento de acaudillar una dictadura
militar.
El partido conservador, ahora
bajo la dirección de Francisco Silvela interpretó con acierto lo que
significaba la derrota de 1898, pero fue partidario del sufragio corporativo en
un país que ya tenía sufragio universal masculino desde 1890. Formó un gobierno
en el que estuvo el regionalista catalán Durán y Bas, pero en contra estuvo el
regeneracionista Joaquín Costa.
Pero fue Antonio Maura el mejor
representante del conservadurismo español de principios del siglo XX. Para
González Cuevas su paralelo europeo podría ser el italiano Francesco Crispi, el
cual empezó su andadura política en la extrema izquierda, para luego aceptar la
monarquía y luego gobernó con el apoyo de la derecha y dejó un legado de
reformas en la administración, algo que también intentaría Maura en España.
Regeneracionista este, fue partidario de una “revolución desde arriba”,
concediéndole por lo tanto a la elite el
papel protagonista de las reformas que el país necesitaba. Una de sus
preocupaciones fue la lucha contra el caciquismo, para lo que estableció la
obligatoriedad del voto entre otras medidas aunque también que el sufragio
fuese corporativo y estuvo influido por el krausista Ahrens.
Maura tomó de Menéndez Pelayo la
idea de España como identificada con el catolicismo y la monarquía, hasta el
punto de que consideró que la opción republicana en España era propia “de
arquitecto que se pusiera a proyectar sin contar la ley de la gravedad”. Fue
sin embargo partidario del regionalismo para dar respuesta a los nacionalismos
vasco y catalán.
El carlismo fue uno de los ejes
de la vida política española durante los siglos XIX y parte del XX. Uno de los
carlistas que inspiró ideas al conservadurismo español fue Enrique Gil Robles,
que formó parte del Partido Integrista, cuyo medio de difusión fue el periódico
reaccionario El Siglo Futuro. La
decadencia de España, para él, era consecuencia de la revolución liberal
burguesa llevada a cabo durante el siglo XIX, proponiendo una labor de
“deseuropeización” que debía llevar a cabo la monarquía de Carlos VII.
A este le sucedió Vázquez de
Mella, quien pretendió combatir al socialismo y a los nacionalismos
periféricos. Sus ideas guardan similitud con las del francés Maurras, pero no
llegaron a la sistematización y profundidad de este; en relación con los
integralistas portugueses, les rindió homenaje. Se centró en conseguir la
unidad católica, la federación ibérica y la organización de la sociedad
corporativamente. Le siguó Víctor Pradera, el cual abandonó en parte el
legitimismo dinástico y puso el énfasis en el corporativismo, defendiendo
incluso el golpe de estado militar. También fue influido por Maurras y por
Donoso Cortés y se mostró enemigo de los nacionalismos vasco y catalán, a
quienes consideraba nacidos como reacción al centralismo liberal.
El “novecentismo” se caracterizó
por la efervescencia de los nacionalismos periféricos. Particularmente el
catalán recibió los planteamientos maurrasianos y nació de la critica
conservadora y tradicionalista del estado liberal español. Un objetivo de los militantes
del nacionalismo catalán de esta época fue el proteccionismo aduanero, el
foralismo carlista y el tradicionalismo eclesiástico, cuyo máximo representante
fue Torras i Bages, inspirador de la idea “Cataluña será cristiana o no será”.
Enrique Prat de la Riba estuvo influido por
Maurras pero Prat no fue un separatista sino un federalista partidario del
“imperialismo exterior, desde Lisboa hasta el Ródano. Fundó la Lliga Regionalista cuya fuerza
hizo ver a Antonio Maura la oportunidad de mancomunar a las diputaciones
provinciales catalanas, lo que solo se llevaría a cabo unos más tarde con
Eduardo Dato en la presidencia del Gobierno. Prat estuvo inspirado por Eugenio
D’Ors, colaborando en “La Veu
de Catalunya y, de hecho, D’Ors fue el máximo exponente del “novecentismo”
contrario al modernismo. El imperialismo dorsiano implicaba conseguir la
hegemonía política y social de Cataluña en el resto de España, al tiempo que
criticaba el liberalismo. Pero muerto Prat D’Ors comenzó a caer en desgracia.
Primero Azorín y luego Maeztu,
también conformaron ideas para el conservadurismo español, a pesar del inicial
anarquismo del primero. Suya es la frase, una vez que dio el giro hacia el
conservadurismo de “no dé el político en la candidez de creer en la famosa distinción
entre el derecho y la fuerza. No hay más que una cosa: fuerza. Lo que es
fuerte, es lo que es de derecho… La fuerza es la vida y la vida es un hecho
desconocido”.
Con respecto a Joaquín Costa se
trata de una figura controvertida, pues mientras que unos lo consideran
baluarte de la política social en España, sobre todo para la agricultura, otros
ven en él un precursor del fascismo por su apelación a un “cirujano de hierro”
que pusiese orden en el oligárquico sistema canovista. También fue partidario
de una “revolución desde arriba” apelando a los grupos dirigentes para que
fuesen ellos quienes se pusiesen al frente de la regeneración del país.
Unamuno, según González Cuevas,
no fue ni liberal ni demócrata, pero sí un nacionalista extremo. Su imagen
castellanista de España le llevó a criticar a los nacionalismos periféricos y
defendió que la europeización de España tenía que contar con la tradición.
Maeztu, por su parte, estuvo cambiando ideológicamente de contínuo. Su
regeneracionismo es consecuencia de la brutal visión de decadencia en la que
veía a España en 1898. Para él la solución a los problemas del país se
encontraría en la unidad nacional a través de la modernización y la
industrialización; en este sentido admiraba a las burguesías catalana y vasca,
aunque los nacionalismos periféricos eran para él enemigos. Fue partidario de
la transformación de la mentalidad de las elites
burguesas y de la secularización de las conciencias.
Ernesto Giménez Caballero fue uno
de los precursores de lo que luego sería la dictadura de Primo de Rivera y
luego de la tecnocracia franquista, mientras que los planteamientos de la
derecha maurista, cuyo máximo exponente es Antonio Goicoechea, veía a Maura
como antítesis del canovismo. Estivo formado en el socialcatolicismo y en el
organicismo krausista, fue uno de los que primero formuló la idea de la
“democracia orgánica”, que luego tendría éxito en el franquismo y fue
partidario de un estado corporativo. Impulsó la idea de que el Estado debía
proteger las industrias nacionales (lo que harán los ministros falangistas en
el primer franquismo) y defendió que España debía reconocerse dentro de sí
misma, sin influencias exteriores.
[1] “Las derechas españolas
ante la crisis del 98”.
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