La estela 31 de Tikal descrita en varias de sus partes |
¿Quiénes fueron anteriores a los aztecas en el
valle de México? Según ciertas fuentes, que no pueden probarlo, los primeros
habitantes fueron los quinametin (gigantes) “cuyos cuerpos han aparecido en
muchas partes de la tierra cavando por diversos lugares de ella”. En realidad,
los huesos encontrados en los terrenos sedimentarios de la cuenca de México
–dice Félix Jiménez Villalba- fueron estimados en el siglo XVI en unos cinco metros
y pertenecieron a elefantes. Pero los historiadores del siglo XVI consideraron
verosímiles la existencia de aquellos pobladores gigantes que habrían
construido los grandes edificios de Teotihuacán; la gran pirámide se
corresponde con la época más floreciente de la cultura teotihuacana.
A los toltecas se les atribuye la mítica Tollán,
que quizá sea el conjunto de las ciudades reales de Tula, Cholula y
Teotihuacán. Cuando los aztecas llegaron al valle de México, Teotihuacán era un
montón de ruinas desde hacía muchos siglos. Jiménez Moreno[1]
basándose en crónicas indígenas identifica a los habitantes de Teotihuacán con
los quinametin y los nonoalcas, los teotihuacanos epigonales. La ciudad creció
–a tenor de lo que demuestra la arqueología- vertiginosamente y en los siglos V
y VI d. de C. podría haber tenido ciento cincuenta mil habitantes. A finales
del IX había quedado reducida a una tercera parte. Su existencia abarca un
período de unos novecientos años y estaba planificada de acuerdo con un patrón
previo, quizá por el estricto control de los sacerdotes. Se distribuye en torno
a una gran avenida que cruza el centro ceremonial de sur a norte, y cuenta con
grandiosas pirámides del sol y de la luna. Los demás edificios aparecen a ambos
lados de la avenida y todos ellos están orientados unos 15º al este del norte.
Socialmente quizá había castas que eran la base
en la que se sustentaba todo; nobles y plebeyos, guerreros, comerciantes y
artesanos. La religión ocupaba un lugar preponderante, pero Teotihuacán era una
ciudad y no un centro ceremonial; téngase en cuenta que se trata de 32 km2 de
urbanización. Hay pocos indicios de que se tratase de un estado militarista: no
existen fortificaciones ni escenas de batallas, y las pinturas en las que se
representan guerreros (pocas) son muy tardías. Pero sí hay abundancia de
templos y representaciones de sacerdotes, siendo muy corrientes las escenas
religiosas, de las que quizá un ejemplo sea la estela 31 de Tikal[2].
En cuanto a la posibilidad de que Teotihuacán se hubiese mantenido tantos
siglos sin ejército, sería caso único en la historia, por lo que debe
rechazarse.
La arqueología ha revelado trabajos en
obsidiana, cerámica de gran calidad y magnificas pinturas murales,
extendiéndose esta influencia a toda Mesoamérica, pero entre los siglos VII y
VIII de nuestra era, la ciudad de Teotihuacán desaparece para siempre por
incendios y destrucciones, como ha revelado la arqueología. La paulatina
deforestación del valle pudo acarrear cambios climáticos, con el consiguiente
empobrecimiento de los recursos agrícolas. Las incursiones de otros pueblos
fueron cada vez más frecuentes y entonces se produjo una diáspora.
Los toltecas serían invadidos por los
chichimecas y entonces la teocracia y el comercio dejaron de ser la base de la
organización social. A medida que los arqueólogos han ido haciendo su trabajo
ha salido a la luz que la capital de los toltecas era de segunda categoría, no
obstante ser arquitectos, escultores y orfebres de primera calidad. También los
expertos han barruntado que pudieron existir dos grupos étnicos distintos, los
nonoalcas y los toltecas propiamente dichos, opuestos ambos a los sacrificios
humanos y quizá organizados socialmente de forma dual. Contrariamente a los
teotihuacanos, la representación de guerreros indica que estos fueron los
auténticos protagonistas, extendiéndose hacia Tabasco y Yucatán.
Quizá Chichén Itzá fue una capital de los
toltecas y en el siglo X se produjo una escisión en Tula y el grupo perdedor
fue expulsado, dirigiéndose al golfo de México primero y luego a Yucatán, donde
las pruebas de la presencia tolteca son evidentes. Posiblemente fue entonces
cuando llegaron los itzaes en dicho siglo y el panorama sufre un cambio
radical: eran gentes de habla maya-chontal. En todo caso las águilas y jaguares
esculpidos, los guerreros y otros símbolos por el estilo son típicamente
toltecas.
En la “frontera” norte de estos pueblos se
encontraban los chichimecas, que no eran tan primitivos como algunas fuentes
han hecho creer. Practicaban, eso sí, el nomadismo en tierras más bien
esteparias o desérticas, poco aptas para la agricultura, y quizá combinaron
dicho sedentarismo con algunas prácticas agrícolas. Incluso se ha podido
comprobar que una estrecha franja desde el sur hasta el norte de México había
sido cultivada, atravesando las tierras que ahora están desertizadas como
consecuencia de los cambios climáticos habidos.
Parece –dice Jiménez Villalba- que entre 900 y
1350 los asentamientos norteños recibieron influencias toltecas, al tiempo que
un éxodo chichimeca hacia el sur, violento, trastocó las cosas. En el siglo
XIII varias tribus chichimecas fueron hacia el sur y se produjo la
confrontación con los toltecas, pero los chichimecas no acabaron con la cultura
clásica de aquellos, herederos a su vez de la etapa teotihuacana, sino que
hubo un renacimiento hasta que, entre dicho siglo y el XV, muchas tierras
norteñas fueron abandonadas. Tula fue arrasada por un gran incendio y luego
sufrió un saqueo desordenado, y esta es la situación que empezaron a conocer
pequeños grupos de aztecas que se internaron en el territorio.
Los aztecas, incapaces de imponerse, quizá se
integraron y, poco a poco, se fueron haciendo con el poder en un mundo que ya
no era el de las culturas clásicas prehispánicas. Empezarían siendo mercenarios
al servicio de toltecas, chichimecas y otros grupos, hasta que consideraron el
momento en el que era propicio el asalto al poder. Con los aztecas en el poder
llegaron en el siglo XVI los españoles…
[1] Citado por Félix Jiménez Villaba.
[2] Es un monumento bellamente esculpido con inscripciones en la parte
posterior y en las laterales con relieves que muestran a tres individuos, uno
al frente y dos a los lados. Aún cuando se han perdido unos veinte grifos, se
la puede considerar bien conservada por haber sido enterrada. La parte frontal
de la estela muestra a un individuo de perfil vestido lujosamente y mirando
hacia la izquierda. En su traje se ven numerosos símbolos iconográficos.
(Federico Fashen).
Fuente: "La Monarquía indiana...", Félix Jiménez Villalba.
Tikal al norte, en Petén |
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