Ruinas en Gordion |
Celenas es una antigua ciudad de Frigia,
en el interior de Anatolia y a orillas del río Menderes (antiguo Meandro),
donde Alejandro Magno, según Quinto Curcio Rufo, cortó el nudo gordiano y se
preparó para ir en busca del rey persa Darío. Como ocurría con frecuencia,
cuando un poderoso rey entraba en una ciudad, sus habitantes la abandonaban, y
así hicieron los de Celenas refugiándose en la fortaleza que tenían construída.
El legado que envió Alejandro a la
fortaleza para convencer a los habitantes de que se rindieran no tuvo éxito,
siendo colocado aquel en lo alto para que viese lo inexpugnable que era, pero
como Alejandro acotó cada vez más el espacio, los habitantes pidiereon una
tregua de sesenta días en espera de recibir ayuda del exterior, prometiendo
rendirse si dicha ayuda no les llegaba, como así ocurrió.
Entonces llegó a Alejandro la noticia de
que Darío aún no había atravesado el Éufrates en dirección este, lo que motivó
la prisa del rey macedonio en recorrer Frigia, que según Curcio Rufo, sus
poblaciones eran más villas que ciudades, con excepción de Gordio, “antigua y
famosa corte del rey Midas” a orillas del río Sangario. Alejandro se apoderó
entonces de la ciudad y entró en el templo de Júpiter (Curcio era de cultura
latina).
Para asegurar la retagurdia encargó a su
colaborador Anfótero el gobierno de la flota que estaba en el Helesponto, y a
Hegéloco el mando de las demás tropas con orden de liberar de enemigos las
islas de Lesbos, Quíos y Cos, para lo que les dio suficiente dinero. También
dio dinero a Antípatro y a los que había dejado en defensa de las ciudades de
Grecia, dando instrucciones a los aliados para que contribuyesen con
determinado número de bajeles que diesen seguridad al Helesponto.
Alejando no sabía entonces que Memnón, uno
de los generales más importantes de Darío, había muerto, y entre tanto había
llegado a la ciudad de Ancira y luego a Paflagonia, en la costa sur del mar
Negro, en la misma frontera de los hénetos, encaminándose hacia Capadocia.
Caridemo, consejero de Darío, trató de
hacerle ver que si su ejército era suficiente para vencer a los vecinos, no lo
era para enfrentarse con éxito a los madeconios: “posible es, señor, que
te disguste mi verdad; pero si la omito ahora, de nada servirá decírtela
después…”. Darío, a pesar de los datos que su consejero le dio sobre el
ejército de Alejandro, no le hizo caso y mandó a Caridemo a suplicio, pues “de
ordinario la prosperidad pervierte al mejor”, dice Curcio Rufo en su relato.
Pero Caridemo, aún en estas circunstancias adversas, siguió opinando lo que
honestamente creía: “espero (le dice) que muy en breve satisfaga mi muerte al
mismo contra quien te he dado tan saludable consejo”, recordándole que por muy
poderoso y capaz que se sea (Darío) todo ello puede no valer nada cuando los
resplandores de la fortuna le ciegan.
Darío se dejó llevar por ese resplandor
mientras cortaban por su orden la cabeza a Caridemo. Más tarde, viendo que los
designios le fueron desfavorables en su lucha con Alejandro, se arrepintió, se
acordó de su consejero y mandó dar sepultura a su cuerpo.
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