martes, 19 de diciembre de 2017

La importancia de un prólogo



No conozco se hayan llevado al cine las vidas y obras de dos personajes que me parecen apasionantes: el galés Robert Owen y el alemán Gustav von Gülich, porque sus estudios y actividades económicas son, a mi parecer, de un interés extraordinario. El primero era veinte años mayor que el segundo y su vida pasó de la mitad del siglo XIX; el segundo murió algo antes, pero los dos desarrollaron sus actividades en la primera mitad del siglo citado.

K. Marx conoce la obra de Gülich publicada, al menos algunos de sus tomos, en 1830, que estaba inspirada en las muchas actividades económicas que emprendió, no todas exitosas (“Exposición Histórica del Comercio y de la Industria”). Marx dice en el segundo prólogo de su “Capital” que desde 1848 el capitalismo se desarrolló extraordinariamente en Alemania, pero este país (aún no estado unificado en dicho año) no dio los pensadores económicos que sí Gran Bretaña y Francia. Atribuye a David Ricardo el mérito de haber anunciado, por primera vez, la oposición de intereses de clase como piedra angular de la economía y del devenir histórico, aunque dicho autor consideró que dicha oposición era propia de una ley natural de la sociedad. De Ricardo toma el pensador alemán los conceptos de salario, beneficio y renta.

De teorizar sobre el comercio y la industria se había ocupado, antes que Gülich, el ginebrino Sismondi, a quien Marx cita también en su segundo prólogo y señala además que, entre 1820 y 1830, en Inglaterra se dio una intensa actividad científica en materia económica, mientras que el resto del continente estaba huérfano de esta. La crisis de 1825 en la industria, que considera la primera de las cíclicas que se sucederán, dio comienzo en el Banco de Inglaterra por la fiebre especulativa en la explotación de América Latina, llevando al cierre de varios bancos en Inglaterra.

Para Marx lo primero fue el antagonismo entre el capital industrial y la aristocracia territorial, mientras que las masas populares que se movilizaban lo hacían guiadas por la burguesía. En Francia, concretamente, se dio la oposición entre propiedad “parcelaria” (pequeña) y gran propiedad. En Inglaterra el Parlamento aprobó una serie de leyes para regular el mercado de los cereales: proteccionismo contra la competencia de estos productos venidos del exterior, por lo que vemos que en la “liberal” Inglaterra, cuando se vio necesario, también se ha practicado el mercantilismo tardíamente, o si se quiere el Estado ha venido en socorro de los grandes productores. Pero hubo opositores a esto, entre los que se encuentran Richard Cobden, partidario del libre comercio, y J. Brigth, que formaron una liga en la que participaron muchos productores ingleses y escoceses.

El triunfo político de la burguesía en Inglaterra (finales del siglo XVII) y en Francia (finales del XVIII) definió mejor, según Marx, la lucha de clases, y en eso estamos cuando surge la figura de John Stuart Mill, que busca la “armonía” del capital con las reivindicaciones del proletariado (podríamos decir que, si esta interpretación de Marx es correcta, hoy regirían, en el mundo occidental, las teorías del pensador inglés).

En su prólogo K. Marx expone que N. Sieber (profesor de economía política en la Universidad de Kiev) probó en “La teoría de Ricardo del capital y del valor” que la teoría marxista del valor, del dinero y del capital eran continuadoras de las doctrinas de Smith y de Ricardo. “El Capital” de K. Marx no ha sido casi leído (por mi parte lo más comprensible y teniendo en cuenta que puede que no toda la obra se encuentre editada), pero en su época fue muy criticada, tanto por los que consideraban sus análisis contrarios a los intereses de los poderosos como por la comunidad científica. En el segundo prólogo Marx da respuesta a estas cuestiones.

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