El lago Albano |
Dice el griego Plutarco, que escribe entre los siglos I y
II, que Furio Camilo, aún habiendo sido un general victorioso, cinco veces
dictador, haber celebrado cuatro veces el triunfo y haber sido llamado segundo
fundador de Roma, no fue nunca cónsul. Vivió entre los siglos V y IV a. C.,
cuando fueron numerosos los altercados entre la plebe y el Senado, pues no
deseaba aquella que el poder ejecutivo se concentrase solo en dos cónsules. En
realidad, durante las dictaduras de Camilo, el poder se concentró en sus manos,
por lo que la oligarquía, de una forma u otra, siempre ha gobernado el Imperio antes de la República.
Camilo venció para hacerse famoso a los ecuos y volscos,
militando bajo el dictador Postumio Tuberto. Al parecer, siendo herido con un
dardo en el muslo, se lo sacó y siguió peleando hasta que consiguió ahuyentar a
los enemigos. Parece que esto le llevó a ser nombrado censor, en cuyo cargo
excitó a los solteros a casarse con viudas, que eran muchas por las pérdidas en
las constantes guerras.
Veyes era por entonces una ciudad etrusca que se encontraba
inmediatamente por detrás de Roma en importancia, lo que la llevó más de una
vez a enfrentarse con la ciudad latina. Camilo fue general en una de estas
guerras, pero al mismo tiempo tuvo que enfrentarse a los falerios y a los
capenates, a los que desbarató y encerro dentro de las murallas de sus
poblados. Pero este fue el momento en el que se dio el suceo del lago Albano,
prodigio no menos digno de saberse –dice Plutarco- que cualquiera otro de los
increíbles como él. Empezaba el otoño y los ríos iban con poca agua, pero el
lago Albano, rodeado de montañas fértiles, estaba repleto de agua superando las
faldas de los montes y llegando a igualar los collados que tenía alrededor. Los
pastores y vaqueros se asombraron, pero cuando el agua se desbordó por los
campos hasta el mar, se asombraron todos los romanos e incluso todos
los de Italia.
Ocurrió entonces que un romano que se creía adivino entabló
conversación y amistad con un enemigo etrusco, diciéndole que Roma no podría
ser vencida mientras las aguas del lago no se retirasen por el esfuerzo de los
enemigos, lo que repitió cuando el de Veyes le llevó en volandas hasta donde
estaba el campamento etrusco. El senado de la ciudad envió entonces mensajeros
a Delfos para consultar al dios, los cuales, hecha su navegación, trajeron un
vaticinio según el cual el lago bajaría en su nivel de agua si se daba
cumplimiento a ciertos ritos latinos, y los ritos eran cavar zanjas y hacer
caminos por donde el agua se desparramase y el nivel del lago bajase, lo que
así se hizo.
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