Es conocido el intento de Miguel Maura de
establecer una “dictadura republicana” transitoria para salvar al régimen
nacido en 1931 después de los desórdenes que el Frente Popular no podía atajar.
Cuando se levantaron los militares en julio de 1936, el Presidente Azaña
encargó a Maura la formación de un gobierno de salvación nacional, pero no le
fue posible por la oposición, sobre todo, de un sector del Partido Socialista
(además de otros de menor importancia e implantación). Se trataba de sustituir
a Casares Quiroga, que sí lo fue por Martínez Barrio.
Este también quiso retomar la idea de Miguel
Maura, aunque sin llamarle “dictadura republicana”: en todo caso se trataba de
acabar con el pacto que había dado lugar al Frente Popular nacido para las
elecciones de febrero de 1936. Martínez Barrio habría llegado a negociaciones
con algunos de los militares sublevados y estos parece que estuvieron de
acuerdo en parar el alzamiento nacional si se formaba un gobierno que, salvando
la institución republicana, acabase con los desórdenes de los sindicatos y
partidos extremos, aunque no se concretó si alguno de los militares golpistas
entrarían en el gobierno. Mola, jefe del levantamiento militar, sin embargo, no
aceptó nada de esto y tampoco el grueso de los partidos del Frente Popular. Fueron
dos intentos de evitar una guerra si el golpe militar no triunfaba, como así
fue.
Cuando ya la guerra se había declarado por la
mayor parte de España, la diplomacia republicana intentó llegar a acuerdos con
otros estados para que ayudasen a restablecer la paz en España y salvar a la República: en un primer
momento se trató de influir en la
Sociedad de Naciones y en el Comité de No Intervención para
que la Alemania
nazi y la Italia
fascista dejasen de apoyar a los sublevados españoles; al mismo tiempo
conseguir armas para hacer frente a un conflicto que, desde septiembre de 1936
contaba con Largo Caballero como principal director en la República (presidente
del gobierno).
En primer lugar se pidió, por parte de las
autoridades republicanas españolas que, en caso de guerra en Europa, Francia y
Gran Bretaña estuviesen unidas, según explica Julio Aróstegui, mientras que
España les podría ofrecer bases en las islas Baleares y en otros puntos de la
península. Ciertos minerales de utilidad en la guerra les serían facilitados a
las dos potencias aliadas por la
España republicana. En cuanto al Marruecos español, se
especuló con la posibilidad de promover un levantamiento indígena contra el
apoyo que en el norte de África recibía el general Franco, pero esto no fue
aceptado por los socialistas en el gobierno. Por su parte, Álvarez del Vayo,
ministro de Estado español, sostiene que fueron los soviéticos los que
apuntaron la idea de ofrecer territorios marroquíes a Francia y Gran Bretaña.
En todo caso el objetivo era estas potencias interviniesen para que Alemania a
Italia se retirasen de la guerra de España.
Gran Bretaña contestó negativamente a lo anterior
y, pocos días después, Francia, que sabemos estuvo siempre viendo lo que hacía
su aliada del norte para actuar colegiadamente, por lo que la Republica no consiguió
nada por este camino. En estos asuntos participaron los que entonces eran embajadores
en París (Luis Araquistáin) y en Londres (Pablo de Azcárate). Los soviéticos,
que ayudaban a la República
pero no gratuitamente, estuvieron enterados si no de todo, de algunos de estos
movimientos, pero el régimen legal español nunca pensó en prescindir de su
ayuda y será durante el mandato de Caballero cuando se llegue al acuerdo de
enviar a Rusia el oro y la plata del Banco de España en lo que el ministro de
Hacienda, Juan Negrín, tuvo la mayor importancia.
El Presidente de la República, Manuel Azaña,
estuvo informado de estos asuntos según ha dejado escrito, pero no estuvo de
acuerdo con algunos de ellos y, a toro pasado, los desaprobó. Incluso
Araquistáin llevó a cabo (supongo que con la autorización de Álvarez del Vayo y
Caballero) con Alemania para que se retirase de la guerra de España a cambio de
un empréstito, pero aquella potencia e Italia insistieron en todo el proceso
que no se embargase el oro, por lo que debieron de tener noticia de las
intenciones del gobierno republicano de pasarlo a la Rusia soviética a cambio de
la ayuda de esta.
Ni evitar la guerra fue posible con la propuesta
de Maura, ni pararla con la de Martínez Barrio, ni detenerla o vencer a los
sublevados con los esfuerzos diplomáticos durante el mandato de Largo Caballero
(septiembre de 1936-mayo de 1937). Cuando Juan Negrín lo intente con la mayor
parte del territorio en manos de los militares sublevados, se comprende la
dificultad de que estos aceptasen: la consigna de quienes apoyaron el
levantamiento y lo mantuvieron fue clara: guerra hasta el final, hasta el
rendimiento incondicional, y las condiciones internacionales les fueron
favorables.
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