martes, 5 de diciembre de 2017

1936: mexicanos y españoles

Manifestación en el Zócalo mexicano (1938)


El 26 de julio de 1936 publicaba “El Nacional”, periódico mexicano, un artículo titulado “La lucha civil en España”, donde decía que el ejército, los terratenientes y la Iglesia pretendían restaurar la monarquía en España. No podía imaginar el editorialista que uno de los generales sublevados se “eternizó” luego en el poder y sí, en efecto, con la ayuda de la Iglesia y los terratenientes, entre otros. 
 
El que era entonces embajador de España en México, Gordón Ordás, se empleó en un combate periodístico y como orador para defender a la República española, en lo que tuvo como opositor al periodista Querido Moheno, particularmente en el mes de agosto, por lo tanto a poco de estallar el conflicto en España. En una de las conferencias –dice J. A. Matesanz[1]- las interrupciones por parte de estudiantes de uno y otro signo fueron tantas que a duras penas pudo empezar Ordás su discurso y terminarlo. En otro orden de cosas el embajador consiguió aviones y artillería para auxiliar al ejército republicano español, aunque no hay constancia de que llegasen a ser efectivos. 
 
Ordás había llegado a México en 1936 y pronto vio la división de la colonia española en el país, donde unos apoyaban a los sublevados y otros a la República, pero en conjunto formaron una asociación para ayudar a la Cruz Roja Española, mientras que los españoles más adinerados en México enviaron dinero al general Mola. En respuesta a esto se formó el Frente Popular Español en México, al que saludó Ordás recordando que seis años antes había estado en el país americano como veterinario en una visita científica. 
 
Otra cosa fue la situación de los mexicanos que vivían en España en 1936: casi todos pudieron huir del país, pero algunos pasaron situaciones apuradas, como es el caso del encargado de negocios en Portugal, David Cosío Villegas, que había desembarcado en Vigo el 16 de julio, dos días antes de comenzar la guerra. Teniendo que entrevistarse con el embajador de México en España, que veraneaba en San Sebastián, fue detenido por unos milicianos en León a las seis de la mañana, consiguiendo ser atendido al pedir hablar con el Gobernador Civil, afecto al gobierno republicano. Siguió entonces camino hacia Santander que –como ocurrió- se suponía fiel a la República, por carreteras secundarias, donde fue detenido repetidamente, con su familia, en varios pueblos por grupos de campesinos armados. Una y otra vez alegó ser mexicano enviado por su gobierno, lo que le fue salvando, pues muchas de aquellas familias del norte de España tenían o habían tenido emigrantes en México. Una vez en Santander consiguió salir en un barco alemán hasta Bayona. 
 
Otros mexicanos que se encontraban en España se incorporaron al lado de la República, pero la mayoría abandonaron el país en los trenes puestos a su disposición por el gobierno de Giral, que no solo comprendió la situación de los extranjeros en España sino que quiso dar la sensación de normalidad y seguridad para ellos y ante sus gobiernos respectivos. 
 
Ya el 19 de julio el Partido Nacional Revolucionario de México se adhirió al gobierno republicano mediante un comunicado donde hablaba del “régimen socialista” español y comparó el levantamiento militar con lo ocurrido en México en 1913 (golpe de estado de Victoriano Huerta y el asesinato de Madero). Por su parte, la Confederación de Trabajadores de México, fundada en el mismo año 1936, envió a la UGT un mensaje de solidaridad. Lo mismo hizo la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios a Azaña: “enviamos Frente Popular nuestros ardientes deseos de triunfo sobre reacción fascista” (28 de julio). Mensajes de solidaridad enviaron a España otras organizaciones de estudiantes, profesores y trabajadores. 
 
Tan polarizada estaba la sociedad mexicana como la española, hasta el extremo de que en un mitin se tomó la decisión de armar a la población: Vicente Lombardo, secretario general de la Confederación de Trabajadores de México, explicó que no era extraño que los derechistas españoles en México se solidarizasen con los levantados en España, ya que en aquel país esperaban hacerse ricos “reencarnando el antiguo espíritu del encomendero”. García Urrutia, del Partido Comunista de España en México, denunció la existencia de Falange Española en dicho país y en otro mitin se llegó a decir que “la suerte de la actual humanidad se juega… en la encarnizadísima contienda que sangra a España”. También que “si España se convierte en fascista… adoptará en México su primitivo sentido de odio hacia una nación hermana…”. 
 
Necesitando armas la República española, pues parte de ellas habían caído en manos del ejército sublevado, México actuó de intermediario para este objetivo, de forma que el embajador Gondón Ordás se puso en contacto con traficantes de armas de Estados Unidos, país que tenía un acuerdo comercial con España, pero desde 1935 estaba prohibido vender armas a países en guerra como muestra de neutralidad. 
 
Uruguay incluso propuso una mediación de Estados Unidos para un alto el fuego en España, pero su gobierno no lo aceptó de acuerdo con su política de aislacionismo que era tradicional, aunque esta no hubiese sido posible en 1917 como no lo sería en 1941. Así las cosas, TEXACO envió petróleo y gasolina a puertos controlados por los sublevados en España, pues dichos productos no estaban dentro de la prohibición, mientras que el Gobierno español envió agentes a Estados Unidos para contribuir a los esfuerzos del embajador en México, el cual consiguió la mediación del Presidente Cárdenas para que se vendiesen a la República española 50 aviones bombarderos, bombas, 5.000 ametralladoras, 20 aviones comerciales convertibles en bombarderos y otro armamento.
 
Todo se preparó para que un buque saliese con el armamento del puerto de Nueva York en dirección a México, pero la posición del gobierno de Estados Unidos –quizá influido por el Reino Unido- cambió respecto de la República española y se puso en su contra. El 6 de enero de 1937 el buque “Mar Cantábrico” sale de Nueva York hacia Veracruz y de aquí hacia España, pero tras muchas vicisitudes, el armamento nunca llegó a manos de la República española.


[1] “Las raíces del exilio”, 1999 (fuente para el presente artículo).

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