lunes, 11 de diciembre de 2017

Contradictorio Tito

Busto de Tito Flavio
El Septizonio fue un edificio del que no se sabe gran cosa (distinto al que hizo construir posterormente Septimio Severo) cerca del cual había nacido el que luego sería emperador romano, Tito Flavio, criado, según Suetonio, en la corte con Británico, recibiendo la misma educación y teniendo los mismos maestros que él. En cierta ocasión Británico y Tito bebieron un mismo veneno, pero mientras el primero murió, el segundo, tras larga enfermedad, no. El mismo autor nos dice que Tito sabía escribir con extraordinaria rapidez, compitiendo en ocasiones con los secretarios más diestros y sabía imitar todas las firmas, por cuya razón decía de sí mismo “que pudiera haber sido excelente falsificador”.

Tito se casó con una mujer llamada Arricidia Tertula, pero una vez que esta falleció se unió a Marcia Furnila, de ilustre familia. Más tarde se divorció de ella teniendo con ella una hija. En el campo militar se apoderó de Tariquea y de Gamala, las dos plazas más fuertes de Judea, pero en una de las batallas perdió su caballo, cogiendo el de un soldado que acababa de caer muerto y siguió guerreando. Con el tiempo se hizo cruel, pues hacía perecer sin vacilar a todos los que eran sospechosos. “Citaré –dice Suetonio- entre otros al consular A. Cecina, a quien había invitado a cenar, y que, apenas salido del comedor, fue muerto por orden suya”.

Murió Tito durante un viaje al país de los sabinos, a los 41 años de edad y después de poco más de dos años de reinado. Pero antes Suetonio le dedica algunos reconocimientos laudatorios, pues fue el primero, desde Tiberio, que no anuló las gracias que algunos habían obtenido de sus predecesores. A cambio no despachaba a nadie sin darle esperanzas de que atendería sus peticiones, prometiendo más de lo que podía dar. Tuvo preferencia por los gladiadores tracios y, para hacerse más popular, permitió al pueblo entrar a las termas donde él mismo se bañaba.

Tras la erupción del Vesubio en la Campania y el incendio que sufrió Roma durante tres días, nombró a varones consulares encargados de aliviar la suerte de los que sufrieron aquellas calamidades. Dedicó las riquezas de sus palacios a la reconstrucción de los templos con el objeto de aplacar la ira de los dioses, y como en aquella época había delatores y sobornadores de testigos, les hizo azotar en pleno Foro y, en los últimos momentos de su reinado, llevándolos al Anfiteatro en donde unos fueron vendidos en subasta y otros condenados a la deportación a las islas más áridas.

Estableció, por último, entre otras reglas, que nunca podría perseguirse el mismo delito en virtud de muchas leyes, ni turbar la memoria de los muertos pasado cierto número de años (5), siendo el objeto de esto evitar la disputa por la condición de herederos.  


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