domingo, 24 de mayo de 2020

Las Memorias de Alalá-Galiano (13)

Estatua de Gustavo Adolfo II de Suecia
en Gotemburgo

Aún en Inglaterra padeció Galiano un estado de salud deplorable, agravado por la aparición de granos en varias partes del cuerpo, particularmente en brazos y manos, que él trataba de ocultar con dos guantes, el interior del color de la piel, con el objeto de que pareciese que estaba la mano desnuda. Una y otra visita a los médicos no encontraban remedio. Cuando salió de Inglaterra tuvo noticia de que el rey Fernando había llegado a España y el viaje a Suecia se le hizo largo, aunque el tiempo estuvo apacible, siendo los pasajeros que compartían con él el navío, gente de buen humor y modos corteses, uno de ellos un comerciante ruso de Arcángel, que hablaba inglés “con perfección admirable”.

La salud de Galiano, con no ser tan grave como en Londres, era mala. En los doce días que duró la navegación tuvo calenturas y, tras cada una de ellas, se manifestaba la sarna, lo que le obligada a huir de los demás viajeros. Tenía, sin embargo, un criado que había entrado a su servicio, un irlandés que, ausente de su patria desde edad muy tierna, había recorrido mucho mundo y aprendido mal varias lenguas, entre ellas la italiana y la francesa. Llegó Galiano a Gotemburgo con cierto alivio y enseguida observó el paisaje circundante, montuoso, pero no árido en la estación primaveral en la que estaba. Se alojó en una fonda y se preparó para viajar a Estocolmo, informando de su llegada al cónsul de España en Gotemburgo, suizo, célebre por las tramas en que había tomado parte para restablecer en el trono de Francia a los Borbones.

Este cónsul fue el que informó a Galiano de que Fernando VII había abolido la Constitución y disuelto la Cortes, quedando nuestro autor “como herido”. Enfermo, alejado de los suyos, con malas noticias, todo contribuyó para hacer su rabia contra el rey más violenta. Recordó, entre otros, a los dos parientes más cercanos varones que le quedaban, dos tíos carnales, uno paterno y otro materno; el primero don Antonio Alcalá-Galiano, había sido de los jueces comisionados para prender a varios de los constitucionales; el segundo, don Juan María Villavicencio, que había sido regente, fue encargado por el rey para hacerse cargo de la plaza de Cádiz, lo que irritó aún más a Galiano.

Don Pantaleón Moreno, el ministro plenipotenciario español, no tenía opinión formada sobre los asuntos políticos de su patria, limitándose a vivir cómodamente, trabajar lo poco que tenía que hacer y pasar así el tiempo. Era soltero o viudo (dice Alcalá no acordarse) pero sí de que no tenía familia. Su talento no se distinguía por lo grande ni por lo corto; su instrucción era escasa; su amabilidad y bondad sumas, y muchas sus singularidades. Hablaba mal varias lenguas, según informa Galiano en sus Memorias, y la que peor la sueca. Siendo coronel se ponía los galones con su uniforme español, las charreteras incluso, a pesar de que en España sólo las llevaban los subalternos. Aconsejó a Galiano que se las pusiese sobre su uniforme de maestrante de Sevilla. Entrado en años el plenipotenciario, y acaso representando algunos más, se daba color en las mejillas; en una palabra –dice nuestro autor- era un ente original.

Moreno recibió muy bien a Galiano, el cual llevaba una recomendación del hermano de aquel, el general don Tomás Moreno. Fue invitado a la casa del plenipotenciario como si fuese la suya, informándole de que recibía irregularmente las pagas, que estaba obligado a darle casa y mesa, pero en cuanto a esto, faltándole el dinero, le dijo que solía comer en casas diversas de buenos amigos, lo que podría hacer Galiano también acompañándole. No le desagradó aquel plan de vida a nuestro autor, pero su salud no se lo iba a permitir: su asquerosa enfermedad, dice, le obligaba a huir de trato de las gentes, salvo cuando era imposible. Llevaba sus guantes dobles puestos y su vida era insufrible, por lo que pensó en solicitar licencia para abandonar Suecia y volver a España, en lo que tuvo también la comprensión y ayuda de Moreno.

Quiso aprender Galiano la lengua sueca, pero sus males le obligaron a suspender las lecciones, aprendiendo tan solo algunas frases, que le enseñó una “bonita muchacha” recién llegado, una moza de posada. No gustaban a Galiano las suecas, pues dice eran pelirrojas y de cutis blanco, pecosas, pero más le disgustaban porque de nada le servían, ni aún de hablar con ellas, salvo cuando sabían hablar inglés o francés, pero nuestro autor se acercaba poco “en razón de mi estado”, refiriéndose seguramente a su enfermedad.

Vio el lucido ejército que traía de Francia y Alemania el príncipe de la Corona, Bernadotte, que con aquellas tropas pasaba a Noruega, cedida por Dinamarca a Suecia en virtud de tratados recién hechos, aunque lo que se hizo fue con la fuerza de las armas y con vehemente resistencia del pueblo noruego, traspasado de uno a otro dueño sin consultar su voluntad. Más que al ejército admiró al príncipe, que le recibió como gascón transformado en Sueco, tan amable y cortés como solía serlo con todos. Sabiendo que Galiano era sobrino de un general de la marina española (Villavicencio), le dijo que había conocido a su tío en Brest, habiéndose hecho amigo de él. Añadió que él era casi español y que miraba con afecto a los españoles, aprovechando para pedirle a Galiano que, si volvía a España pronto, no dejase de advertir a las autoridades sobre las buenas intenciones que tenía él respecto a Noruega.

El hijo del rey, Óscar, muy niño aún, recibió a Galiano con frialdad, según dice éste, que podía interpretarse de tiesura, de distinción o de encogimiento. Además, el muchacho no se esforzaba, como le pedía su padre, que buscase la aceptación del pueblo. Así llegó la anhelada licencia desde España para que Galiano pudiese volver, máxime si se tiene en cuenta que no estaba ceñida a tiempo y lugar, sino que le permitía estar todo cuanto necesitase para el restablecimiento de su salud. No quiso perder tiempo, aunque algunos días pasaron antes de emprender el viaje a España, saliendo de Suecia, país –dice- en que pasó tristísimos días, mirándolo como destinado a ser su sepulcro. El viaje lo hizo por mar a Inglaterra; desde aquí tenía la intención de ir por Francia hacia Madrid para pasar luego a Cádiz; pero dada su salud, siendo el viaje largo, y sintiendo pisar tierra de España en aquellos días (se había restablecido el absolutismo), desde Portsmouth se embarcó en un convoy que estaba próximo a hacerse a la vela.

Un escocés le ofreció pasaje cómodo, capitán de la balandra; aceptó aunque a precio muy subido; envió a su criado a bordo para que llevase su equipaje y viera su alojamiento. El capitán no le consintió entrar alegando varios pretextos, viéndose Galiano en un zaquizamí (desván o cuarto lóbrego), único lugar que había en el barco y muy lleno de carga. El barco se hizo a la vela y, cuando ya estaban en alta mar, se presentó de costado una pequeña embarcación cuyo pasajero pidió se le diese entrada en la balandra, pues iba también a Cádiz, lo que aceptó el codicioso capitán, pero Galiano se opuso aunque a la postre tuvo que ceder, con lo que tuvo compañía. El viaje fue larguísimo, y como las provisiones eran tan malas como la cama, se vieron apurados por el hambre.

La balandra, al avistarse el cabo de San Vicente, al cabo veintiséis días de navegación, empezó a hacer agua. La tripulación se componía de cinco hombres, incluso el capitán, y faltaban brazos para dar a la bomba, por lo cual tuvieron que aplicare el criado de Galiano y el compañero de viaje a tan dura faena; pero a cada instante, dice, había más agua en la bodega, y el viento soplaba contrario. En esto se acercó un buque “de buena presencia” con bandera mercante española, yendo Galiano y su criado a hablar con el capitán para que les diese un bote y trasladarse al buque, teniendo que amenazar al capitán –que en un principio se negaba- de que al llegar a Cádiz se quejarían al cónsul británico del mal trato recibido, lo que hizo efecto en el escocés. Le dio el bote con cuatro hombres; el capitán español, al verlos saltar a su cubierta alegó no admitirles, pero ante la insistencia de Galiano accedió. Sólo dos días después fondearon en la bahía de Cádiz, aunque no figurando los pasajeros de la balandra en los papeles del buque español, fueron sometidos a cuarentena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario