Pedro Gómez Labrador |
El Imparcial, periódico
de Galiano y sus amigos, dio fin decoroso a su breve y no lucida existencia,
que “sólo cantó bien, o sólo cantó a gusto del público, en la hora de su muerte”.
Mal le salió a nuestro autor su primera tentativa periodística en la que
después se ensayó mucho. Jonama consideraba que había sido el principio de lo
que luego se conoció, desde 1820, como partido exaltado. La idea de rebelarse
contra Argüelles y los demás capitanes de la hueste liberal, fue la propia de
El Imparcial.
Un nuevo ministro,
Labrador, se complacía en humillar a nuestro autor, según él mismo dice, pero
Galiano señala que “debía saber que yo era un caballero, y que, por ser mi
empleo el último en la escala, no estaba fuera de la categoría social que a
todos los de a una misma escala comprende”. Labrador sabía que Galiano era
sobrino de uno de los regentes, y quizá esto influyó en que en cierta ocasión,
habiendo sido acusado este de un asunto en el que no tenía culpa, se pusiese el
ministro a su favor. Dice Galiano que desde hacía tiempo codiciaban los
angloamericanos “nuestras Floridas”, y concretamente la occidental. Al dar
comienzo 1810 en toda la América española se mostraron manifestaciones de
independencia respecto de España, pero en la Florida se evidenció que fueron
extranjeros los que excitaron este asunto. Se produjeron disturbios y alborotos,
y repetidas expediciones desde el territorio de los Estados Unidos vinieron a
caer sobre lugares pertenecientes a España. La isla Amelia, en el extremo
nordeste de la península de Florida, fue ocupaba por una cuadrilla de
aventureros.
Tocó a Galiano hacer un
resumen de lo que estaba ocurriendo cuando lord Wellington llegó a Cádiz, poco
después de que en Burgos hubiesen sido rechazadas sus tropas al querer ganar un
castillo. El inglés tuvo que retirarse a Portugal y los franceses volvieron a
hacerse con el control de Madrid, siendo recibido en Cádiz en medio de
festejos; su hermano, el embajador inglés, le hospedó, los Grandes de España le
demostraron su aprecio con una fiesta en la casa del hospicio, que no
correspondió al brillo que se esperaba. Las Cortes dieron entrada en sus
sesiones a lord Wellington e incluso, junto con el Gobierno, accedieron a las
peticiones que hizo, lo que a algunos, incluido Galiano, pareció excesivo a
favor de la Gran Bretaña y en desdoro de España.
Se publicaba por aquel
entonces un periódico de ideas extremas, El Tribuno, teniendo Galiano y sus
amigos buenas relaciones con los que escribían en él, lo que permitió a nuestro
autor publicar un artículo contra las ventajas y honores que se concedieron al
inglés, así como una crítica dura contra la Regencia, lo que llevó a las
autoridades a denunciarle ante la Junta Provincial de censura, al tiempo que
tomaron la decisión de dejarle sin empleo, accediendo a ello su propio tío
Villavicencio. Tuvo que intervenir el ministro Labrador, considerando que el
artículo de Galiano había sido movido por “las hervorosas pasiones de la
juventud”, lo que salvó el empleo.
Las Cortes acababan de
abolir el Tribunal de la Inquisición después de un debate “ilustrado y prolijo”.
La Regencia no vio con buenos ojos esta decisión, pero sí el público gaditano,
con rarísimas excepciones. Las propias Cortes quisieron que la decisión se
leyese por los párrocos en la misa mayor a los feligreses, añadiendo a dicha
lectura algún discurso. Como la ejecución de esto correspondió a la Regencia,
se rompieron las buenas relaciones de ésta con las Cortes, a lo que se añadía
que el duque del Infantado contaba con el regimiento de reales guardias
españolas, parte de las cuales estaban en Cádiz. Villavicencio, según su
sobrino, alentaba al duque, lo que llevó a que un reconocido reformista, don
Cayetano Valdés, que estaba al frente del Gobierno militar de Cádiz (marzo de
1813) fuese sustituido por el reaccionario don José María Alós. Las cosas
habían llegado a tal extremo que en los próximos días, estando pendientes
ciertas discusiones en las Cortes, llevaron a la caída de la Regencia.
En primer lugar los
párrocos se resistieron a leer el documento por el que la Inquisición había
sido abolida, contemporizando la Regencia en este asunto. Argüelles, con un
violento discurso, propuso la destitución de la Regencia, sustituyéndola por
otra compuesta por los tres consejeros de Estado, órgano creado por la Constitución,
y de dos diputados a Cortes. Contra Argüelles habló el cura de Algeciras,
diputado cuya pronunciación “ceceosa y gutural, aun entre andaluces, daba que
reír”, dice Galiano. En definitiva las Cortes nombraron sólo a tres para la
Regencia, ninguno de ellos diputado, quedando ésta formada por el cardenal de
Borbón y los señores Císcar y Agar, estos dos últimos corregentes con el
general Blake poco más de un año antes. Pasaron al Congreso los nuevos regentes
y prestaron el juramento preceptivo. Galiano –dice- se alegró de la caída de su
tío, “siendo en mí fea esta acción”, mientras que Pizarro adornó el hecho de
que se pusiese a dos que ya habían sido destituidos antes comparándolo con el
Tedéum, que suele cantarse después de pasada una epidemia, el cual es una
celebración no porque sobrevenga un bien, sino porque ha pasado un mal… Galiano
consideraba que Císcar y Agar eran “hombres dignísimos, y el primero de
singular honradez".
Luego pasa nuestro
autor a relatar ciertos asuntos de su vida privada, una estancia en Medina Sidonia
para restablecer su salud y sobre sus parientes en esta población. Nos habla de
una carta que escribe a Martínez de la Rosa y de la pasión amorosa que no llega
a culminar antes de su regreso a Cádiz.
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