sábado, 23 de mayo de 2020

Las Memorias de Alcalá-Galiano (10)

Pedro Gómez Labrador

El Imparcial, periódico de Galiano y sus amigos, dio fin decoroso a su breve y no lucida existencia, que “sólo cantó bien, o sólo cantó a gusto del público, en la hora de su muerte”. Mal le salió a nuestro autor su primera tentativa periodística en la que después se ensayó mucho. Jonama consideraba que había sido el principio de lo que luego se conoció, desde 1820, como partido exaltado. La idea de rebelarse contra Argüelles y los demás capitanes de la hueste liberal, fue la propia de El Imparcial.

Un nuevo ministro, Labrador, se complacía en humillar a nuestro autor, según él mismo dice, pero Galiano señala que “debía saber que yo era un caballero, y que, por ser mi empleo el último en la escala, no estaba fuera de la categoría social que a todos los de a una misma escala comprende”. Labrador sabía que Galiano era sobrino de uno de los regentes, y quizá esto influyó en que en cierta ocasión, habiendo sido acusado este de un asunto en el que no tenía culpa, se pusiese el ministro a su favor. Dice Galiano que desde hacía tiempo codiciaban los angloamericanos “nuestras Floridas”, y concretamente la occidental. Al dar comienzo 1810 en toda la América española se mostraron manifestaciones de independencia respecto de España, pero en la Florida se evidenció que fueron extranjeros los que excitaron este asunto. Se produjeron disturbios y alborotos, y repetidas expediciones desde el territorio de los Estados Unidos vinieron a caer sobre lugares pertenecientes a España. La isla Amelia, en el extremo nordeste de la península de Florida, fue ocupaba por una cuadrilla de aventureros.

Tocó a Galiano hacer un resumen de lo que estaba ocurriendo cuando lord Wellington llegó a Cádiz, poco después de que en Burgos hubiesen sido rechazadas sus tropas al querer ganar un castillo. El inglés tuvo que retirarse a Portugal y los franceses volvieron a hacerse con el control de Madrid, siendo recibido en Cádiz en medio de festejos; su hermano, el embajador inglés, le hospedó, los Grandes de España le demostraron su aprecio con una fiesta en la casa del hospicio, que no correspondió al brillo que se esperaba. Las Cortes dieron entrada en sus sesiones a lord Wellington e incluso, junto con el Gobierno, accedieron a las peticiones que hizo, lo que a algunos, incluido Galiano, pareció excesivo a favor de la Gran Bretaña y en desdoro de España.

Se publicaba por aquel entonces un periódico de ideas extremas, El Tribuno, teniendo Galiano y sus amigos buenas relaciones con los que escribían en él, lo que permitió a nuestro autor publicar un artículo contra las ventajas y honores que se concedieron al inglés, así como una crítica dura contra la Regencia, lo que llevó a las autoridades a denunciarle ante la Junta Provincial de censura, al tiempo que tomaron la decisión de dejarle sin empleo, accediendo a ello su propio tío Villavicencio. Tuvo que intervenir el ministro Labrador, considerando que el artículo de Galiano había sido movido por “las hervorosas pasiones de la juventud”, lo que salvó el empleo.

Las Cortes acababan de abolir el Tribunal de la Inquisición después de un debate “ilustrado y prolijo”. La Regencia no vio con buenos ojos esta decisión, pero sí el público gaditano, con rarísimas excepciones. Las propias Cortes quisieron que la decisión se leyese por los párrocos en la misa mayor a los feligreses, añadiendo a dicha lectura algún discurso. Como la ejecución de esto correspondió a la Regencia, se rompieron las buenas relaciones de ésta con las Cortes, a lo que se añadía que el duque del Infantado contaba con el regimiento de reales guardias españolas, parte de las cuales estaban en Cádiz. Villavicencio, según su sobrino, alentaba al duque, lo que llevó a que un reconocido reformista, don Cayetano Valdés, que estaba al frente del Gobierno militar de Cádiz (marzo de 1813) fuese sustituido por el reaccionario don José María Alós. Las cosas habían llegado a tal extremo que en los próximos días, estando pendientes ciertas discusiones en las Cortes, llevaron a la caída de la Regencia.

En primer lugar los párrocos se resistieron a leer el documento por el que la Inquisición había sido abolida, contemporizando la Regencia en este asunto. Argüelles, con un violento discurso, propuso la destitución de la Regencia, sustituyéndola por otra compuesta por los tres consejeros de Estado, órgano creado por la Constitución, y de dos diputados a Cortes. Contra Argüelles habló el cura de Algeciras, diputado cuya pronunciación “ceceosa y gutural, aun entre andaluces, daba que reír”, dice Galiano. En definitiva las Cortes nombraron sólo a tres para la Regencia, ninguno de ellos diputado, quedando ésta formada por el cardenal de Borbón y los señores Císcar y Agar, estos dos últimos corregentes con el general Blake poco más de un año antes. Pasaron al Congreso los nuevos regentes y prestaron el juramento preceptivo. Galiano –dice- se alegró de la caída de su tío, “siendo en mí fea esta acción”, mientras que Pizarro adornó el hecho de que se pusiese a dos que ya habían sido destituidos antes comparándolo con el Tedéum, que suele cantarse después de pasada una epidemia, el cual es una celebración no porque sobrevenga un bien, sino porque ha pasado un mal… Galiano consideraba que Císcar y Agar eran “hombres dignísimos, y el primero de singular honradez".

Luego pasa nuestro autor a relatar ciertos asuntos de su vida privada, una estancia en Medina Sidonia para restablecer su salud y sobre sus parientes en esta población. Nos habla de una carta que escribe a Martínez de la Rosa y de la pasión amorosa que no llega a culminar antes de su regreso a Cádiz.

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