El lugar de Los Arapiles (Salamanca) |
Sobre la victoria
hispano-británica en Los Arapiles dice Galiano que “no era la batalla de
aquellas en que pueden disimular los vencidos el revés, pintándole como
triunfo”. La fausta noticia llegó a Cádiz por mar y se divulgó pronto, siendo
recibida con alegría y esperanzas, pero Cádiz seguía siendo atacada con los
obuses de los franceses, y al atravesar las granadas el aire, las saludaba la
población con silbidos y palmadas, según cuenta nuestro autor. Por aquellos
días se estrenó un himno que había compuesto Juan Bautista Arriaza,
“composición ni mala ni buena, pero bastante aplaudida, si bien no por Martínez
de la Rosa ni por mí”. Arriaza fue uno de esos poetas a caballo entre el
neoclasicismo y el romanticismo, pero no es extraño que de la Rosa y Galiano no
simpatizasen con él, pues fue un acérrimo absolutista.
Madrid había sido
ocupada por el ejército británico después de tres años y medio en manos de los
franceses, legando a Cádiz la noticia y, estando a punto de llegar la noche, se
iluminó la ciudad, teniendo en cuenta que allí había muchos madrileños
refugiados. Los franceses, por su parte, no tardarían en retirarse de las
inmediaciones de la isla de León y de toda Andalucía, desistiendo de la
conquista de España. La felicidad pública era total, de igual manera que lo
celebraba nuestro autor, tanto por ser patriota como empleado público. Pizarro
aprovechó la alegría para hacerse con el ministerio del Interior y llevarse
consigo a Galiano, pero no lo aprobó Villavicencio, diciendo que habiendo
emprendido una carrera, “mudarla por otra no me estaría bien, especialmente
estando en mis primeros pasos”. El deseo de Galiano, que expresó a su tío, era
salir de España destinado a una legación.
Se levantó el sitio de
Cádiz con nuevas alegrías y la gente se apresuró a visitar el campamento
francés abandonado, en las cercanías de Puerto Real y del Caño del Trocadero.
“Había ansia de pisar tierra del continente, de respirar el aire del campo”.
Excitaban su curiosidad las baterías donde estaban los obuses y la población
hecho por los enemigos para tener acampadas sus tropas, “obra primorosa, pero
hecha a costa del lindo pueblecito de Puerto Real, convertido en ruinas”.
Con la retirada de los
franceses se abrió al Gobierno campo donde ejercer su autoridad, pero al poco
tiempo hubo un revés vergonzoso de las armas españolas en Castilla, mandándolas
don José O’Donnell, hermano del conde de La Bisbal. Esto ocasionó un reñido
debate en las Cortes, donde hubo quien tronase aún contra el regente, como si
éste tuviese culpa de la mala fortuna o impericia de su hermano. Renunció el
conde de La Bisbal “picado no de la resolución de las Cortes, pues ninguna hubo
contra él o contra su hermano, sino solo de las acusaciones graves hechas
contra éste último en el debate”. En sustitución de éste cubrió la vacante
Pérez Villamil, “ganando esta elección los antirreformadores”, aunque Villamil,
en una carta dirigida el rey en 1808, había hablado de la necesidad de hacer
una Constitución. Vuelto de Francia, donde estuvo preso, mostró su
desaprobación a las reformas hechas en España e incluso “apego a la monarquía
antigua”.
Galiano desaprobaba
muchas resoluciones de las Cortes, pero aún más de la Regencia, “no obstante
ser parte de ésta mi tío, cuya casa había dejado de frecuentar”. Tampoco
Pizarro era partidario del Gobierno al que servía, habiéndose enfriado la
amistad que antes tuviera con Galiano. El común amigo de ambos, Jonama, hecho
oficial de la Secretaría de la Gobernación, y Galiano, “perenne en mi puesto de
agregado a la Secretaría de Estado”, decidieron publicar un periódico local al
que llamaron El Imparcial, que tuvo por objetivo una actitud crítica ante unos
y otros, aunque el periódico estaba en manos de liberales convencidos, a veces
extremados y otras “quedándonos cortos”. En el periódico se trató con
irreverencia a Argüelles y otros de su lado, lo que le llevó a una oposición
furibunda, e incluso creyendo algunos que era servil, lo que llevó al
descrédito de la publicación. Por si esto fuese poco, un artículo de Jonama
sobre derecho político y constitucional vino a aumentar el número de los
opositores a El Imparcial que, dice Galiano, eran poquísimos los que lo leían.
Sí gozaba “del aura
popular” otro periódico, éste llamado La Abeja, que si en algunos casos era
ingenioso y chistoso, por general estaba mal escrito, a juicio de nuestro
autor. Este período hacía la guerra a El Imparcial, y en esto es estaba cuando
las Cortes decidieron dar el mando supremo de los ejércitos aliados a lord
Wellington, de cuyos debates “secretos” dio cuenta La Abeja, en lo que se
demuestra que los redactores de éste periódico tenían infiltrados en los altos
mandos políticos de España. El diputado Pedro Labrador protestó contra esto en
las Cortes, pero poco caso se le hizo.
El general Ballesteros,
por su parte, mandaba una división corta al principio, pero ya crecida, hasta
ser un mediano cuerpo de ejército, que a la sazón estaba con lo principal de
sus fuerzas en la ciudad de Granada, teniendo repartidas algunas por Andalucía.
Había sido Ballesteros un ídolo del vulgo, y aún en la milicia tenía acalorados
partidarios, aunque al comienzo de la guerra había sido vergonzosamente sorprendido
en Santander, dejando muertas, prisioneras o dispersas todas las tropas puestas
bajo su gobierno, y escapándose él por mar, solo o muy poco acompañado; pero
después se había destacado y de ahí su fama, primero en Niebla, luego en
Algeciras y las vecinas tierras de Gibraltar. Galiano revela que Ballesteros
solía expresarse vulgarmente, como cuando dijo que “había ido cazando a los
enemigos como conejos”, pero con esto agradaba.
Así, cuando al pasar de
Niebla a Algeciras se detuvo algunos días en Cádiz, acudía la gente ruda a
mirarle como un portento, pero lo cierto es que “no tenía táctica, pero que
sabía matar franceses”. Una vez en Algeciras Ballesteros, sorprendiendo a un
general francés le dio muerte con sus propias manos, y sabiéndose estas cosas
se le admiraba, por lo que decidió “mezclarse algo en la política”, pero sin
tomar partido fijo. La noticia de que fuese nombrado general de todos los ejércitos
aliados Wellington, molestó a Ballesteros, lo manifestó violentamente a las
Cortes, pero la Regencia le respondió con vigor enviando para vigilarlo a un
brigadier obediente provisto de las órdenes oportunas. Pero Galiano estaba de
acuerdo en esto con Ballesteros y en El Imparcial escribió a favor del general
español y oponiéndose a confiar al inglés tan alto mando.
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