Alcalá-Galiano, joven https://www.islabahia.com/Biografias |
Estando las cosas en
Madrid como es propio de un país en guerra, su madre decidió, a finales de
noviembre de 1808, emprender viaje a Andalucía, concretamente a su casa de
Cádiz, pero como Galiano estaba casado y le daba pesar dejar a su mujer, dijo a
su madre que él no iba, con la disculpa de que le parecía vergonzoso huir del
enemigo, pero la madre, no creyendo que esa fuese la verdadera razón de su
hijo, le propuso que hiciesen con ellos el viaje la muchacha y su madre. Así
hicieron los preparativos y, al día siguiente, “ya mi familia por sangre y por
alianza estábamos caminando en compañía, según uso de entonces, en coche de colleras,
a jornadas cortas, con grande equipaje a la zaga, y escoltándonos algunos
soldados”.
Después de una parada
en Aranjuez, donde pasaron noche, siguieron hasta Manzanares, donde se produjo
el episodio que Galiano relata: cuando estaban en su cuarto de la posada, “se
entró en él un criado de la misma, mocetón alto y fornido, y no de la mejor
traza”. El autor contaba diecinueve años, pero aparentaba menos, según él mismo
dice, y la cara del que les había ido a visitar “nada bueno prometía”. Se presentó
el mocetón diciendo que era el hombre que había matado a más franceses en la
Mancha, y siguió relatando con jactancia “hechos de bárbara y repugnante
atrocidad”, añadiendo el mocetón: “aquí tienen ustedes al que ha de matar a
todos los traidores”, suponiéndolos a ellos como tales, pues venían de Madrid
huyendo de la guerra. Se le ocurrió entonces a Galiano decirle que no quedaban
franceses en Madrid, pues habían sido vencidos, por lo que el viaje que hacían
no era huída, sino regreso a su casa de Cádiz sin más. Contentó esto al
bravucón y pasó el apuro para la familia del autor.
Luego llegaron a
Córdoba, donde visitaron a unos familiares y días más tarde a Cádiz, donde
tuvieron noticias de que los franceses cobraban ventaja en cuanto a victorias
en los diversos campos de batalla, pero el autor dice que había dificultad “para
saberlas ciertas”. En estas se levantó un motín en Cádiz, mientras la Junta
Central huía de Aranjuez y se instalaba en Sevilla. El motín fue motivado por
la indignación de la población ante la invasión del país a manos de los
franceses, pero con mayor ferocidad que en otras partes. Había sido asesinado, “con
increíble número de heridas, el general marqués del Socorro, ilustre víctima”.
Otros, en cambio, hacían donativos para los gastos de la guerra, muchos
entraron en el ejército formando cuerpos parecidos a los de la Milicia
Nacional: casados y viudos con hijos, solteros y personas de bastante edad,
mozos, ricos y pobres. Se llamaban cuerpos de voluntarios de Cádiz, y tanto
estos como la población reclamaban para la ciudad ciertos privilegios, mientras
en febrero de 1809 había llegado a la ciudad el marqués de Villel, uno de los
de la Junta Central, trayendo encargos sobre la prosecución de la guerra.
Galiano dice que el tal Villel empezó a hacer ostentación de sí mismo,
recibiendo a las gentes “con aire de superioridad y despego”. Como además era
devoto y despótico, “se metió a reformador de costumbres, averiguando la vida
de particulares” y empeñándose en unir por la fuerza a matrimonios separados.
La intención de Villel,
además de otras, era que la población de Cádiz contribuyese al reemplazo del
ejército activo, como en el resto de España, por medio de una quinta, y esto
causó el disgusto que llevó al amotinamiento. Pero Cádiz no podía quedar exenta
de una obligación que las demás ciudades y pueblos cumplían, por lo que se hizo
correr la voz de que los cuerpos de voluntarios de Cádiz iban a ser sacados a
los diversos campos de batalla, y que para defender Cádiz iba a entrar un
batallón de polacos, “gente muy devota de Napoleón, aunque aparentase serle
contraria”. Comenzó entonces un alboroto cuyos primeros instigadores, como
suele suceder –dice Galiano- no dieron la cara, pero el motín ya estaba en
marcha hasta que pudo se sofocado.
Entonces el autor ve
llegado el momento de informar de su matrimonio a su madre, lo que le hizo
prepararse para lo peor. Y efectivamente, el disgusto de esta fue mayúsculo,
pues no podía comprender que su hijo la hubiese tenido engañada, y más se
hubiese casado con alguien que, por su condición social, ella desaprobaría. La
madre, a más de dolorida, dijo a Galiano que, puesto que era menor de edad,
debía buscarse el sustento para su mujer y él mismo, cosa que a los pocos días
no llevó a cabo, muy al contrario, dejó que tanto la esposa de nuestro autor
como su suegra se quedasen en la casa y hacer así vida en común, lo que no fue
fácil, pues se trataba de personas de condición distinta y la convivencia tuvo
sus problemas.
Se extiende luego el
autor en una serie de juicios sobre aquellos días y conoce personalmente a
Martínez de la Rosa; nace su primer hijo, que morirá pronto de una enfermedad
y, por si ello no fuese poco, los reveses de la guerra siguen. La población de
Cádiz se empleó entonces en fortificar la ciudad, terminando justo antes de que
los franceses se presentasen ante la plaza. Galiano ve la necesidad de
alistarse en los voluntarios y así lo hace, al tiempo que entabla amistad con Pizarro,
que llegaría a tener importantes cargos políticos.
El autor leía mucho por
estos años y se dio a traducir la Historia de la decadencia del Imperio Romano,
de Gibbon, obra de su singular predilección. También leía periódicos ingleses,
lo que le llevó a buscar trato con los de esta nacionalidad que vivían en
Cádiz, pues llegaban no pocos navíos británicos al puerto. Otros tratos de
Galiano eran sus antiguos amigos de la Academia que habían fundado, pero que
ahora ya no tenía la vitalidad de antes; celebró la guerra entre Austria y
Francia –dice- y da cuenta de las disputas que se produjeron entre la Junta
Central y sus contrarios. Al finalizar el año 1809 ya había finalizado la
guerra entre franceses y austríacos, mientras que en España seguían las
derrotas a manos de los primeros.
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