domingo, 17 de mayo de 2020

Las Memorias de Alcalá-Galiano (3)

Murat, duque de Berg


En los tiempos de los franceses en España, confiesa Galiano que se había vuelto “libre y hasta borrascoso”, pero sin dejar de atender a sus lecturas. No iba ya a la tertulia del poeta Quintana, formando en cambio parte de una pandilla de personajillos pretenciosos que, no por ello dejaban de tener pensamientos nobles, pero incurriendo también en calaveradas. Galiano y sus amigos iban a los bailes, incluso los llamados de candil, en que solía armarse camorra. Frecuentaban los cafés, de donde salían “a buscar riñas con la gente de los barrios bajos”. Otras veces –dice- turbaban e interrumpían “los bailecillos de medio pelo”, donde empleaban sus armas y recibían golpes en pago a los que ellos daban. Pero compaginaban esto con frecuentar la sociedad “fina y culta”.

Conoció entonces a la hija de una señora que le fue presentada y Galiano lo cuenta así: “estaba pisando los límites entre la niñez y la juventud, persona graciosa, aunque no de verdadera belleza. A su lado asistía una señorita de algunos más años, en clase como de protegida, por ser, aunque decente, pobre; de suerte que, viviendo aparte, pasaba la mayor parte de su vida con su amiga. Esta segunda señorita, que vino a tener tanto y al cabo tan fatal influjo en mi suerte, era bien parecida, aunque tampoco regularmente bella; de blanca y sonrosada tez, de cuerpo gallardo, aunque no bien formado; de pie pequeñísimo, de cabello rubio, con la falta de tener encorvada la nariz, algo saliente la barba y hundida la boca; de grandes ojos azules, bellos, aunque algo saltones, con no poca gracia andaluza, aunque también con señorío en los modales; viva, alegre y con mañas de lo que suele llamarse coquetilla entre los muchachos”. El autor se informó entonces de quién era, sabiendo que muchos le habían hecho obsequios y a todos había correspondido… aunque inocentemente, por lo que Galiano decidió enamorarla.

Ya los franceses en Madrid, los madrileños hicieron una recepción a Fernando VII, que se presentaba como el nuevo rey una vez la renuncia de su padre, pero no dejaron de mostrar su descontento por la osadía con la que se portaban los ejércitos que aún no se sabía eran invasores. El rey emprendió entonces un viaje que exacerbó los ánimos y llevó al levantamiento popular. Mientras, Galiano llevaba ya dos meses con sus amores, visitando a la chica en su propia casa, pero al tiempo atendía nuestro autor a los acontecimientos políticos “porque sentía empeño en el triunfo de ciertas doctrinas políticas, y porque esperaba adelantamientos personales”. Asistió a la entrada del ejército francés en Madrid el 23 de marzo de 1808, lo que representó un verdadero espectáculo; se admiraba por la población a aquellas tropas, trayendo la infantería cubiertas sus cabezas con los chacós, en vez de sombreros, pero en medio de todo no sonaba ni un viva ni un murmullo. “Todo denotaba mudanza”, dice. El día 1 de mayo tenía Madrid un aspecto tétrico y amenazador, y ya entonces cada francés que pasaba recibía insultos y amenazas. Incluso el duque de Berg, con su comitiva, se ganó gestos de amenaza, “dictados por un frenesí de cólera”, silbidos escandalosos, a los que el duque no respondió en absoluto. Se preparaba el alzamiento popular y los fusilamientos que Goya ha dejado inmortalizados.

Mientras el pueblo se enfrentaba en las calles “las gentes de clase superior estaban asomadas a los balcones en los puntos donde no había tiroteo”, dice Galiano. Se hablaba de balcón a balcón y así iban pasando las horas, sucediéndose una refriega en el Parque de Artillería, ocurrida bastante después de empezado el alboroto, que había sonado con gran estruendo en el barrio donde vivía Galiano.

A continuación se narran en las Memorias los proyectos de Bonaparte, inclinándose el autor por la causa de la independencia, y se reciben noticias de levantamientos generales en las provincias. El aspecto de la corte y del Real Palacio ocupados por los franceses se combina con las noticias de la guerra y los juicios sobre ella. Luego llegó José Bonaparte y Galiano escribe la conducta que tuvo, al tiempo que entran en Madrid rumores sobre una derrota que habría sufrido Dupont. Sea como fuere, los franceses evacuaron Madrid y se produce, a continuación, el asesinato de Vigury, amigo del Príncipe de la Paz. El relato estremece: fue objeto del furor de “una parte de la plebe atumultuada”… No tardamos en saber que había caído asesinado –dice- “ que sus matadores y otros aprobantes de hecho, poniendo una soga al cuello a su cadáver, le llevaron arrastrando por las calles”. Al parecer, el origen de esta desgracia “era que la pobre víctima tenía un negro esclavo, a quien castigó con razón o sin ella, y que resentido el tal sirviente por el castigo, empezó a gritar que le maltrataba su amo por haber dicho: ¡Viva Fernando VII! Lo cual oído, bastó para arrojarse la gente alborotada sobre aquel personaje, nada bienquisto por sus anteriores relaciones”. Mientras, nuestro protagonista se compromete a casarse con la muchacha de la que hemos hablado.

“Siendo yo buen patriota”, dice nuestro autor, “como entonces empezaba a decirse, poco tenía que temer de la furia de la plebe”, mientras que Quilliet se había quedado en España y aún “abrazar la causa de España contra Napoleón”. Pero como la gente, en cuanto reconocía a un francés, desataba sus iras, Quilliet fue señalado varias veces, por lo que tuvo que ocultarse buscándole Galiano dónde estar seguro, y fue este la casa de la señora donde vivía su amada, lo que aceptó aquella. Mientras tanto Galiano se dio a la traducción del Ambigú, un periódico francés publicado en Londres, lo que le animó a volver a la casa del poeta Quintana.

Relata en uno de sus capítulos lo que Galiano llama “causas, móviles y tendencias del alzamiento nacional de 1808” y las primeras aspiraciones sobre la reforma política que animó a no pocos personajes, así como los puntos en los que coincidían y diferían los españoles. Llegaron a Madrid las tropas valencianas del ejército español y promovieron varios desórdenes, y también entran en Madrid los vencedores de Bailén. Narra a continuación Galiano la proclamación como rey de Fernando VII y el estado de las operaciones militares. La Junta de Sevilla y la de Valencia se mostraron partidarias de introducir en España reformas que ya estaban estudiadas por los ilustrados del siglo XVIII. Salió a la luz el Semanario Patriótico en Madrid, “y empezó a expresarse como un periódico francés de 1790”. Quintana, que formaba parte de la redacción de éste periódico, publicó sus composiciones, a las que calificó de patrióticas, obras de su juventud, cuidadosamente guardadas por él en secreto “mientras estaba en pie el trono”.

Por su parte, Juan Pérez Villamil, en una carta que publicó, suponiendo dirigirla al ausente y cautivo rey, le decía que si quería, una vez rescatado, reinar en paz, que el pueblo, al recobrar su libertad, saldría a recibirle presentándole una Constitución limitadora de su poder, para que la jurase. El Consejo de Regencia se oponía a las Juntas, viendo con prevención la convocatoria de Cortes, aunque partidario de dicha convocatoria, por lo que tuvo la aprobación de Quintana, y salidos de Madrid los franceses se estableció la libertad de imprenta, “o a lo menos tal desahogo en dar a luz los escritos”. El autor dice de sí mismo que era “un adepto, aunque humilde, celoso de la filosofía francesa moderna” y de los autores le gustaba leer a Voltaire, Rousseau y Montesquieu. “Era yo en religión incrédulo, pero deísta, y deísta como lo es Voltaire”.

Informa Galiano que en agosto de 1808 entraron en Madrid las primeras tropas que habían triunfado en provincias, particularmente las valencianas al mando de don Pedro González Llamas, diciendo que, en general, “el aspecto de aquellas gentes era singular, con algo de ridículo y mucho de feroz, y no valían más que sus trazas sus hechos. Entrados en la capital, se mezclaron con la parte peor de la plebe, cambiando en alboroto e inquietud la paz, aunque mal segura, antes reinante”. Luego entraron las tropas de Castaños, haciéndoseles un recibimiento superior al que habían tenido las de Valencia: “fue grande el entusiasmo de los madrileños”, generando curiosidad los lanceros de Jerez, que tenían un vestido andaluz, un sombrero calañés… y las garrochas convertidas en lanzas terciadas, a uso de los picadores de toros”.

En lo personal, y sabiendo que a su madre no le gustaría el casamiento que pretendía con la muchacha pobre que había conocido, planea hacerlo en secreto. Se crea la Junta Central en Aranjuez y el autor viaja a El Escorial para ver pasar las tropas inglesas; luego sale para Andalucía con su madre, acompañado de su mujer, sin que aquella sepa que lo es, y su suegra…

No hay comentarios:

Publicar un comentario