lunes, 25 de mayo de 2020

Las Memorias de Alcalá-Galiano (14)

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Cádiz en 1827

A la llegada a Cádiz vuelven las desavenencias con su esposa (nótese que el autor no dice su nombre nunca en sus Memorias) que terminarán en ruptura, mientras que en otro plano se produce el alzamiento de Porlier en Galicia, se agravan los padecimientos del autor y muere su madre. Por si no fuese poco, por causas de herencia, tiene disputas con su hermana y cuñado…

El autor volvía a su patria, volvía con su familia, pero el estado de su madre era grave; el conde de La Bisbal había sustituido en el gobierno de la ciudad a su tío Villavicencio, que había sido llamado a Madrid, donde el autor dice que ejercía su autoridad con el rigor más desatinado y ofensivo, “más que cruel”. Galiano visitó entonces a algunos liberales presos en el castillo de Santa Catalina, “y con ellos me dolí y con ellos me maldije”. El mal cutáneo de nuestro protagonista seguía horroroso, por lo que decidió pasar un mes en lugar con aires mejores, el Puerto de Santa María.

Al regresar a Cádiz su madre le sorprendió con la intención de levantar la casa e irse todos a Madrid, siempre que la salud de los dos lo permitiera, pero el autor sentía repugnancia de ir a la corte, ya que era el centro del gobierno despótico desde 1814. Fueron entonces a ocupar provisionalmente la casa de la hermana, que con su marido vivía sin otros vecinos; en el nuevo domicilio le esperaban “grandes tragedias”, según dice él mismo. La infidelidad de su esposa fue una, aunque el autor dice que “poderosas consideraciones me prohíben referirlas”. Lo cierto es que en un punto más adelantado de las Memorias, señala que está embarazada de hombre distinto a él, lo que para una mentalidad como la de Galiano y su época, además de la posición social que ocupaba, era terrible.

En abril de 1815 acompañó Galiano a su madre a la villa de Chiclana, por si el aire del campo podía contribuir a favor de la salud de ésta, pero unos meses después de llegar a dicho pueblo falleció aquella mujer, “a quien amaba entonces con más extremo que en las épocas anteriores de mi vida”, dice nuestro autor. Todo le salía mal, pues el alzamiento de Porlier en A Coruña le hizo concebir que otro tanto ocurriese en Cádiz, pero no se dio paso alguno; poco tardó en llegar la noticia de que “el general atrevido”, entregado por los sargentos de los cuerpos que le seguían en su alzamiento, había pagado su tentativa con morir en la horca. Para sus partidarios fue un mártir ilustre, para otros, una víctima desgraciada. Gran dolor causó a Galiano esta muerte, pero no sería el único infortunio, pues un año después, cuando se trató de repartir la herencia que la madre había querido fuese por igual para los dos hermanos. Esto le llevó a firmar un documento por el que renunciaba a lo dispuesto por la madre, cosa igual que hizo la hermana con una diferencia: que Galiano cumplió con la firmado y la hermana no…

El autor empezó a interesarse más por los asuntos políticos, teniendo trato con algunos americanos que, por ser adictos a la causa de su patria, sublevada contra la tiranía del rey de España, le eran en grado sumo agradables. Además veía a los de la masonería con cariño, a la que se había afiliado, no obstante el peligro que había en celebrar ritos masónicos, se juntaban de vez en cuanto en la logia. Así se hizo amigo Galiano de un clérigo americano celoso de la independencia de su nación, liberal y hermano de la secta (la masonería), “faltándole todas las cualidades de su profesión sagrada”. Era de corta estatura, audaz, atildado en sus modos y traje, siguiendo la moda de Inglaterra donde había pasado algún tiempo. Tenía talento, pero no mucha instrucción, incrédulo jactándose de serlo… Cierto día Galiano recibió la noticia de que éste clérigo estaba preso, siendo para aquel un “mártir de la santa causa de la libertad”. Acudió a verle y le atendió, durando poco la prisión y permitiéndosele que saliese de noche.

Venía, pues, “a pasar la prima noche” en la casa donde vivía Galiano con su hermana y cuñado, y aún a cenar les acompañaba. Pasado un tiempo se dejó al clérigo libre, con lo que se quedó sin alojamiento, lo que llevó a Galiano a consultar a su hermana para que pudiese vivir con ellos, pasando a ser uno como de la familia. No tardó el cura en darse cuenta de que nuestro autor era desinteresado, y de que en poder del cuñado estaba todo, comenzando entonces a lisonjear a éste y a su mujer, y adquirida la confianza entre los tres, consiguió indisponer a los parientes con Galiano. Una tía de ambos hermanos, que vivía también en la casa, se dio cuenta de la injusticia que se hacía, odiando al malvado cura. La situación de nuestro protagonista fue apuradísima llegado a éste punto, pero tuvo la fortuna de ganar en la lotería diez mil reales, que no compensaron el pesar por tantas desgracias juntas, entregándose entonces “a una vida desordenada y licenciosa”.

Se dio Galiano al trato con mujeres de mala vida, haciendo de ello “gala con desvergüenza”, tenía frecuentes convites y grescas con excesos en la bebida, y así pasaron tres años que Galiano dice le tildaron de borracho, lo que él niega, pues no fue vicio continuado, sino accidente en medio de las desgracias. En aquellos días había en Cádiz cuadrillas que se llamaban de manzanilleros, por darse a la bebida del vino llamado allí manzanilla, pasando en las tabernas largas horas. Galiano dice que nunca perteneció a estas cuadrillas, pero sí se relacionó con ellas; a los manzanilleros “los respetaba como aliados”, dice y los temía como contrarios. Y sigue en sus memorias diciendo que “ha puesto con lisura, y sin el menos disimulo, mis faltas”.

Pero en medio del desorden no abandonaba la lectura, ni se desinteresó por la política; se dedicó algo a la filosofía y a la metafísica, volviéndose materialista, “porque el estudio de los sensualistas… produjo en mí convencimiento”. Abrazada su nueva creencia, la predicaba con fervor aunque con prudencia, pues aún estaba activa la Inquisición. Con mayor riesgo declaraba sus opiniones políticas, figurándose que pasando él por un calavera y casi un perdido, nadie sospecharía que era un acérrimo liberal. En efecto, si no hubiese tenido tan mala fama por aquel entonces, habría sido perseguido como no lo fue.


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