viernes, 22 de mayo de 2020

Las Memorias de Alcalá-Galiano (8)

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Los sucesos de la guerra se van produciendo mientras se formó una nueva Regencia, siendo encargado Pizarro del Ministerio de Estado, lo que sirve a nuestro autor para ser nombrado agregado en Londres, aunque no llegó a ocupar tal destino. Se proclamó en marzo de 1812 la Constitución, primera de las españolas y que habría de servir de modelo a las de otros países.

Valencia cayó en manos de los franceses con el general Blake, presidente del Consejo de Regencia, revés que se ha considerado de los mayores después de la batalla de Ocaña. Resistió a los franceses, sin embargo, Tarifa, lo que animó a los más próximos a esta ciudad y llegó la noticia de que el ejército inglés iba a emprender importantes operaciones en España, con lord Wellington a la cabeza. En la primavera, además, se iniciaba la guerra entre Francia y Rusia, lo que hacía suponer que parte de los efectivos de Bonaparte en España serían llamados para luchar contra el ejército del zar.

Al procederse a nombrar otra Regencia, se quiso que sus miembros tuviesen más brillo y poder que la anterior, lo que llevó a negociaciones muy trabajosas. Los diputados estaban divididos, como es lógico suponer; en un grupo, el más numeroso, estaba el tío del autor, Villavicencio, que en el gobierno de Cádiz, que había servido durante siete meses, se había portado de un modo satisfactorio (todo ello según el propio sobrino). Pero Galiano creía que ese tío suyo no se avendría bien con la Constitución recientemente terminada, contrariamente a lo que opinaba Argüelles, que fue uno de los que le propuso, así como el oficial de la marina real don Ignacio Fernández de las Peñas, que había sido su ayudante, y así se aceptó a Villavicencio. Menos acuerdo hubo para nombrar al duque del Infantado, Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo, que había sido nombrado por Fernando VII, tras el motín de Aranjuez, presidente del Consejo de Castilla, y volvería luego a formar parte del gobierno de Fernando VII cuando el rey citado restaure el absolutismo en 1814. No en vano los enemigos de las reformas le proponían con empeño.

En hacer regente a don Enrique O’Donnell, conde de La Bisbal, había, si no conformidad, poco menos, pues en ese momento era solo conocido como oficial valeroso y aún de alguna inteligencia, dice Galiano. Como se pensó en nombrar a cinco regentes (como en 1810), y no solo a tres, faltaban dos, siendo elegidos al fin don Joaquín Mosquera y don Ignacio Rodríguez de Rivas, ambos magistrados. Pero esta Regencia extendía su autoridad a muy corta parte de España, dominada por los franceses. El autor se apresuró a pedir, pues, un puesto “de los últimos en la carrera diplomática, a la cual, desde antes de la muerte de mi padre, era mi propósito y el de mi familia dedicarme”.

Villavicencio y Pizarro, que se habían conocido en la casa del autor, habían dado muestra de muto aprecio, aunque el pariente había servido al rey José, al parecer sin entusiasmo. Villavicencio nombró a Pizarro ministro de Estado y éste nombró a Galiano agregado a la embajada de España en Londres, cuando éste contaba solo veintitrés años. “El destino tenía doce mil reales de sueldo –dice el autor-, con el goce de la casa y mesa de la embajada; era, desde luego, de más lucimiento aún que provecho”. Pero Galiano estaba destinado a “dar un tropezón” cuando entraba en la vida política, pues su nombramiento ofendió mucho al conde Fernán Núñez, haciendo éste que el embajador inglés en España recomendase que no se nombrase a nuestro autor, lo que equivalía, según las convenciones de la época, a ser apeado del destino. Además, el embajador inglés era Enrique Wellesley, hermano del generalísimo lord Wellington, lo que aún vino a dar más influencia a la negativa para que Galiano ocupase el puesto citado.

Entonces Pizarro, intentado ayudar a Galiano, le pidió que se presentase en la Secretaría de Estado, donde le destinó a un negociado para trabajar. Así lo hizo nuestro autor, quedando en una “situación singular”, dice, y por más de año y medio no tuvo otro destino. Causó, sin embargo, cierta envidia en dicho negociado que Galiano fuese valido de Pizarro, que le dispensaba la mayor confianza.

Por lo que a la proclamación de la Constitución se refiere, se eligió el 19 de marzo, por ser aniversario del primer advenimiento del rey Fernando al trono. La festividad en Cádiz fue alegre y singular, como también festejaron los francés por el nombre del rey José y por ser dueños de la costa opuesta de Cádiz. Como la catedral estaba en lugar donde llegaban las bombas enemigas, se escogió para la fiesta la iglesia de los carmelitas descalzos, situado en lugar seguro, en el paseo de Cádiz, llamado la Alameda. El tiempo, que desde el día anterior estaba amenazando, rompió, a la hora de la solemnidad, en violentísimas ráfagas de viento, acompañadas de recios aguaceros, sin que por esto la numerosa concurrencia que poblaba las calles y el paseo pensara en resguardarse de los efectos del huracán y de la lluvia.

En aquella hora los contrarios a la Constitución la aplaudían, y los que creían en la victoria de los franceses como segura, también celebraban un suceso que, siendo ciertas sus conjeturas, no pasaría de ser una inútil y aun ridícula farsa. Empezó la fiesta –dice Galiano- sonaron las campanas, atronó el estruendo de la artillería de las murallas y navíos; respondió a éste último sonido otro igual en la larga línea de baterías francesas, en obsequio a José I. Extremáronse al mismo tiempo en un furor el viento y la lluvia, y de todo vino a resultar el más extraño espectáculo imaginable, raro sobre todo por los pasmosos contrastes que presentaba a la mente, tierno, sublime, loco, inexplicable, propio, en suma, para juzgarlo de muy diversas maneras, según los varios aspectos por que fuese considerado.

Antonio Alcalá-Galiano fue, ciertamente, un escritor de altura, con un sentimiento plagado de matices que no deja de reflejar en sus Memorias.  

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