El conde de Toreno |
En el capítulo XVIII de sus Memorias Galiano hace un
juicio de los principales personajes de las Cortes, al tiempo que comenta la
intervención del público desde las tribunas, prueba de la novedad que
representaba, y por estos días nació el segundo hijo del autor. Este admiraba
poco a Argüelles, así como los de su pandilla, en la que se encontraba Pizarro,
aunque dice que “acaso le estimábamos en menos de lo que él merecía”. En cuanto
a Calatrava le parecía violento y no muy instruido, tildando de jansenistas a
Muñoz Torrero y Oliveros. A Mejía lo ponía en lugar superior para la época de
la que habla Galiano, “mirando más a lo clarísimo de su discurso y a lo agudo
de su ingenio que a las faltas de su estilo”.
Los sucesos de la
batalla de Chiclana, en que tan vituperado resultó el general español Manuel de
Lapeña, se libró a principios de marzo de 1811 cerca de Cádiz, intentando los
franceses poner sitio a esta ciudad, aunque la victoria correspondió a la
coalición hispano-luso-británica. Entonces dice Galiano que él y los suyos
abrazaron el partido de Lacy, indignados por la prepotencia y la soberbia de
los ingleses, aplaudiendo que Blake, al frente del Consejo de Regencia, se
opusiese a que fuesen puestos los ejércitos españoles a las órdenes de un
general británico.
La vida del autor
pasaba tranquila, según dice; con lo que le llegaba de América y con lo que
tenía en España, seguía con su familia pasándolo descansadamente, y aún puede
decirse con que cierto grado de lujo. Pero le preocupaba tomar carrera y esta
la veía en la diplomacia, concretamente en una de las oficinas superiores del
Gobierno, como eran las Secretarías de Despacho. Fuera de su casa el trato más
frecuente era con una concurrencia que en 1811 tenía el carácter de política,
siendo remedo de ciertas tertulias de tierras más ilustradas. Tenían lugar en
la casa de doña Margarita Morla de Virués, hermana del amigo y condiscípulo del
autor y luego titulado conde de Villacreces. Este, al salir de la academia de
don Juan Sánchez, a la que había asistido con Galiano, pasó a Inglaterra, donde
se estaba educando su hermana Margarita desde muy tierna edad, y allí hizo
algunos estudios.
Recuerda Galiano que en
Madrid, en 1808, vivió con Villacreces “en no poca intimidad”, pero solo por
las mañanas, pues por las noches el autor se entregaba a compañías de “calaveras”.
En la tertulia de doña Margarita fue presentado Galiano por Villacreces, “y
como la señora me conocía ya hacía largo tiempo, aunque sin tratarme, reinó muy
pronto entre nosotros grande confianza”. Iban allí muchas noches los
principales corifeos, dice Galiano, del partido liberal, nombre con que
empezaba a ser conocido el dominante en las Cortes. Uno de los concurrentes era
el conde de Toreno, a quien nuestro autor había sido presentado por el mismo
Villacreces en Madrid, en los primeros días de 1808. Aunque en un primer momento
no simpatizaron el uno con el otro, reconoce que Toreno fue una de las personas
a quien más favores debió y más afecto llegó a cobrar.
El autor presentó, por
su parte, a Pizarro en la tertulia, “cuyo talento original dio golpe a mi
amiga”, pero la tertulia hubo de interrumpirse en el verano de 1811, pues la
señora fue llamada a Jerez, conde estaba su marido, para atender a sus negocios
domésticos. Pero un amigo de Pizarro, llamado Santiago Jonama, vino a
incorporarse al “partidillo”; había estado destinado en Filipinas, pasó luego a
Cantón y a Londres, llegando por último a Cádiz. “Me uní a este sujeto”, dice,
uno de los hombres de más clara razón y de más agudo ingenio “que he conocido”;
presuntuoso y cuya suerte fue por largo tiempo ser tenido en mucho menos de lo
que realmente valía. Jonama, a su llegada a Cádiz, era admirador de todo lo
inglés, incluyendo la legislación británica, la aristocracia de aquel país, con
su Cámara de Pares poderosos, y también la libertad de que allí se disfrutaba.
El autor no coincidía
en todas las ideas de Jonama, pero tomó de ellas alguna parte, según dice, pues
poco antes de la llegada de Jonama había sido presentado a las Cortes el
proyecto de Constitución, que Galiano no vio con satisfacción absoluta, pero
“le aprobé bastante”. Tampoco era opuesto a ese texto Pizarro, y en una de las
discusiones esgrimió Galiano en un periódico (Redactor General) sobre si las
leyes, para serlo, después de votadas en las Cortes, habrían de necesitar de la
aprobación o sanción del trono. Toreno fue partidario de que el rey no tuviese
participación alguna en la entrada en vigor de las leyes. El artículo de
nuestro autor, inspirado en Mirabeau, defendía la sanción real, diciendo que
esto prueba que, incluso en este tiempo, sus ideas políticas no eran de las más
extremas, quedándose “muy atrás de Toreno”.
Su tío Villavicencio
(por parte de madre) encargado desde junio de 1811 del Gobierno militar y
político de la plaza de Cádiz, participó en algunas disputas políticas que se
suscitaron. El autor sabía de sus ideas porque iba a su casa todos los días a
tomar café, “pero yo, por mis amistades o por muchas de mis opiniones, me
separaba de la comunión de la iglesia liberal, era, en punto a su fe, cismático
más que hereje”. Entre los liberales formó grupo con Martínez de la Rosa, que
había vuelto de Inglaterra a Cádiz, gozando entonces ya de una justa reputación
de escritor, así en poesía como en prosa, mientras que, por su parte, habían
roto “hostilidades furibundas entre Capmany y Quintana”. Uno y otro pasaban por
liberales, siendo el primero diputado, y no así el segundo, pero el primero
admiraba a los ingleses; el otro “aún
fuera del Congreso, era como un patriarca de la secta político-filosófica que
en él preponderaba.
Se supo en este tiempo
que había conatos en las Cortes de dar vida al Tribunal de la Inquisición, que
yacía, si no muerto legalmente, de hecho “amortecido”. Aquí el autor, con los
de su corta pandilla, lo mismo que los liberales, dieron rienda suelta a su
indignación, y determinaron combatir la idea de rehabilitar a un tribunal “no
solo odioso, sino de tal especie, que su nombre cubría de vergüenza la causa de
quienes le sustentaban”. Martínez de la Rosa publicó contra el Tribunal, con el
nombre de Ingenio Tostado, y así pasaba la vida de estos amigos, aunque el
futuro se les presentaba con triste aspecto, porque las desgracias de las armas
españolas amenazaban con el triunfo completo de los franceses. No obstante, el
Cádiz abundaban los víveres, y por lo tanto su precio era bajo, “naciendo esta
ventaja de estar libre el mar, y hallarse abolidos los derechos sobre
introducción de comestibles”.
Residía en Cádiz el
Gobierno, y con él muchos personajes de importancia. Estando abiertas las
Cortes, donde todos los días se examinaban graves materias, la gente mostraba
su curiosidad, y de vez en cuando venía una noticia sobre victoria militar de
los españoles, aunque desde finales de 1810 habían empezado a caer granadas
dentro del recinto de Cádiz, así como bombas disparadas por las baterías
enemigas. La ciudad estaba fuera de tiro, pero estos disparos, hasta 1812, eran
muy de tarde en tarde, y cada vez en corto número. Como estos proyectiles
hacían poco daño se llegó a cantar en Cádiz: “Con las bombas que tiran los
fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario