En junio de 1932 escribió Alcalá-Zamora uno de los capítulos
de sus “Memorias”[i], donde
habla de las primeras noticias que tuvo del golpe de estado que tendría lugar
en septiembre de 1923 en España. Se encontraba en Gotemburgo y fueron
socialistas suecos los que le hablaron de él, pero “al notar mi sincero asombro”
–dice recogieron velas, cortando la conversación en que habían entrado. Más
tarde quiso esclarecer don Niceto “la extraña profecía sueca”.
Cuando Alcalá-Zamora recibió las primeras auténticas noticias
del golpe de estado se encontraba en su retiro campestre de La Ginesa, en el campo
de Priego. Recordó una insinuación que le había hecho García Prieto presintiendo
alguna catástrofe, una vez dejó de ser Presidente el citado, y dice
Alcalá-Zamora que el rey le había engañado, habiendo estado al habla con las
Capitanías Generales ayudando con ello decisivamente al éxito del golpe: “como
era su obra y había sido su sueño”.
Tan escasas fuerzas contaba Primo de Rivera –dice Alcalá-Zamora-,
que para la probable y total frustración, a más de tener preparado un barco en
el puerto, contaba con que le asegurasen la fuga por tierra los somatenes de
Cataluña, pues el golpe de estado contó con simpatía y aún complicidad de
deseos entre el regionalismo acomodado y temeroso. “Tal vez –dice nuestro
informante- para recoger el cable de falaces promesas, y amarrarlo bien,
actuaran secretas influencias directas de las derechas catalanas, porque el
manifiesto del dictador era de tal tono, que al leerlo hube yo de decir: “Huele
a cera, más que a pólvora”.
Durante el paso de Alcalá-Zamora por el ministerio de la
Guerra, dice el mismo, el capitán de más afectuosa, íntima y frecuente
comunicación con él fue, a gran distancia de los otros, Primo de Rivera. Habló
Alcalá con Romanones, el cual le confirmó la preponderante y decisiva participación
del rey en el golpe, “cuya absoluta incompatibilidad con las Cortes” le
comprometió para siempre.
También dice Alcalá que visitó a una anciana dama
aristocrática y palaciega, reaccionaria pero inteligente (son sus palabras), y
adicta con la más leal firmeza a la reina madre, de la cual había recibido una
carta que le enseñó, “porque nuestra amistad lo permitía”. María Cristina de
Habsburgo Lorena no ocultaba su sorpresa y su contrariedad y aún mostraba la
inquietud, “el sobresalto por las consecuencias ignotas pero alarmantes de la
aventura” de su hijo. La anciana dama dijo a Alcalá que a Victoria Eugenia,
esposa del rey, también le repugnaban el sistema ensayado y el hombre que lo
encarnaba.
“Desde entonces, noviembre de 1923, emprendí con incansable
tenacidad la obra de aunar voluntades para la reconquista a toda costa del
régimen constitucional”. La fórmula del régimen nuevo al que se llegase –dice Alcalá-
“no la precisaba de un modo inflexible, para ensanchar la coalición y porque en
eso el tiempo iba fijando rumbos y etapas muy variados”. Cuatro veces, dice
Alcalá, hizo el recorrido tenaz e infructuoso en busca de una coalición
constitucional contra la dictadura: primero, en noviembre de 1923; otras dos
veces en mayo y octubre del 1924; la última en febrero de 1925. A partir de
éste momento se propuso no molestar en vano a más personas con las que se había
entrevistado.
Partidos republicanos –dice- apenas si los había organizados,
salvo el de Lerroux, a quien Alcalá encontró en buena actitud. Villanueva[ii]
jamás regateó su concurso, aunque ya tenía setenta y un años, lo que para la
época era lo mismo que anciano. Burgos Mazo, que había sido ministro de la
monarquía, también mostró decisión; Francisco Bergamín[iii]
le pareció a Alcalá escéptico y voluble, aunque correcto; Viguri, abogado que
fue ministro en el período constitucional del rey y luego lo sería con Dámaso
Berenguer, le pareció batallador, pero “fueron islotes dentro de la inercia
conservadora en general”, desligada de la personalidad de Sánchez-Guerra, que
desdeñaba a sus antiguos compañeros y tenía más fe en sí mismo.
También se entrevistó Alcalá con Melquíades Álvarez, que lo
fiaba todo a “la infalible panacea reformista”; Alba se encontraba en París, “sin
duda soñando también su desquite”. Con Ventosa[iv],
regionalista catalán, tuvo alguna aproximación efímera en correspondencia a
través de un banco, “pero se notaba el freno, entre escéptico y esperanzado, de
Cambó”. Los socialistas, por entonces inabordables, no cuajaban una fórmula de
coalición.
Estando en París “lleno de tristeza por la falta de cooperaciones –dice- redacté en mayo de 1924 un manifiesto, para haberlo publicado, llamando al país contra dictador y rey”, pero un amigo suyo le disuadió de que lo hiciese porque “aún no era tiempo”. No obstante el dictador persiguió a Alcalá-Zamora ya desde el otoño de 1923, aunque éste considera las represalias, incesantes pero minúsculas y aun grotescas. “No puedo referir nada grande, ni por los móviles, ni por la dureza en aquellas persecuciones cuya nota constante y destacada fue la pequeñez, siempre en los dominios de la ruindad”.
[i] “Memorias de un ministro de Alfonso XIII”.
[ii] Miguel Villanueva Gómez llegó a conocer la II República española, pues murió en septiembre de 1931. Abogado de profesión, había sido ministro durante la regencia de María Cristina de Habsburgo y con Alfonso XIII.
[iii] Abogado malagueño, ministro con Alfonso XIII.
[iv] Ministro con Alfonso XIII, fue diputado del Parlamento de Cataluña durante la II República pero cuando se produjo el levantamiento militar de 1936 lo apoyó.
Fotografía: Priego de Córdoba (cordobapedia.wikanda.es/wiki/Priego_de_C%C3%B3rdoba)