viernes, 25 de diciembre de 2020

Enredos eclesiásticos

 

                        Soto de Cameros, patria chica de González Vallejo (sotoencameros.info/)

El Patronato que la monarquía española ejerció sobre la Iglesia trajo consecuencias que esta última no deseó llegado un determinado momento. Tanto se identificó la Iglesia con lo temporal, con el Estado, que terminó siendo administrada por él, aunque éste no se entrometiese en cuestiones teológicas ni morales.

Con la irrupción del liberalismo (ya con las prácticas regalistas e ilustradas) en el siglo XIX las tensiones de la Iglesia con el Estado llegaron a casos realmente absurdos, pero en su momento se asumían de una manera que ahora no podrían darse. También entre los obispos, y el resto del clero, surgieron dos grupos, mayoritario uno, según su aceptación o no del liberalismo. En las Cortes Constituyentes de 1869, de los eclesiásticos elegidos como diputados, uno era progresista, Luis Alcalá Zamora, y los otros tres eran tradicionalistas, Miguel García Cuesta, arzobispo de Santiago, Antolín Monescillo, obispo de Jaén, y el canónigo de Vitoria Vicente de Manterola. Estos últimos defendieron las tesis más radicalmente tradicionalistas de la imposible unidad católica, mientras que entre el resto del clero se produjo la división según su comportamiento ante el juramento de la Constitución, aceptada por la mayoría con reservas, y una minoría que se opuso tajantemente a jurarla.

Yendo varias décadas atrás, cuando falleció el cardenal Inguanzo[i], los canónigos toledanos se reservaron el derecho de ejercer corporativamente la jurisdicción en ciertos casos, hasta que el Gobierno designó para la sede vacante al liberal Pedro González Vallejo[ii]. A partir de 1823 había sido deportado y perseguido como liberal por Fernando VII, pero una vez se vio como primado de España, nombró como Provisor y Vicario al canónigo Miguel Golfanguer, también liberal. El Gobierno previó que Vallejo no sería confirmado por el papa[iii] y recurrió a un procedimiento que trajo quebraderos para las autoridades eclesiásticas. Se trató de insistir al Cabildo para que nombrase a Vallejo Gobernador y Vicario[iv], en lo que actuaron unidos el ministro de Gracia y Justicia[v] y el propio Vallejo, que durante seis años suscitó interrogantes canónicos y abundantes tensiones.

En 1839 Vallejo publicó un extenso documento en el que intentaba probar que su elección había sido canónica pues, según decía, los obispos podían ser gobernadores fuera de Italia… Rebatió esto el obispo de Pamplona, Severo Andriani, el cual “no pretendió demostrar que toda su doctrina era cierta y la de Vallejo falsa, sino dejar claramente fijados los principios teológicos y canónicos, en virtud de los cuales ‘es dudosa la jurisdicción que hoy ejercen los obispos nombrados en el título de vicarios’” por delegación de los Cabildos[vi]. En ese momento Andriani estaba desterrado de su diócesis y sus alegatos tuvieron tal acogida entre los obispos que veintiséis prelados le felicitaron. El periódico “El Católico” (carlista) recordó que dieciocho sedes estaban vacantes.

La polémica –dice Eliseo Sáinz- fue larga y ruidosa, perviviendo hasta la muerte de Vallejo (1842) y considerando Carbonero y Sol que tenían “mayor sentido canónico” los opositores a Vallejo.

Entró en liza el papa Gregorio XVI[vii] diciendo que Vallejo debía someterse a su autoridad, acusando a éste de haber “inducido temerariamente” a los canónigos, que había sido nombrado obispo contra decretos del II Concilio de Lyon, en 1274, y contra ciertos Breves de Pío VII, predecesor de Gregorio XVI.

Los párrocos empezaron a pedir explicaciones al Cabildo, que se reunió reconociendo los criterios del papa, por lo que dejaba de considerar a Vallejo como gobernador del arzobispado. A la vez le recordó que el propio Vallejo había dicho que si el papa no aprobaba su nombramiento, se retiraría. El papa se quejó también de que durante la guerra civil (1833-1839) se hubiese apartado de sus cargos a religiosos “violentamente”.

“El Eco del Comercio”, periódico progresista, apelaba al Gobierno para que reprimiese los “escandalosos atentados del bullicioso y rebelado cabildo”. El Gobierno de Espartero, por su parte, respondió con una circular dura y amenazante a la nueva actitud del Cabildo: sería castigado si no reconocía su error. Al tiempo, catorce párrocos solicitaron al Cabildo normas claras.

En 1841 entró en liza Monescillo, que luego sería obispo[viii], látigo desde su juventud hasta su vejez del liberalismo, prolífico escritor y articulista en periódicos tradicionalistas y/o integristas. En dicho año buena parte del clero toledano se adhería a la alocución papal[ix], firmando cincuenta y ocho un documento que fue contestado por la Regencia: se citó a los firmantes y se les encausó criminalmente, prohibió a los alcaldes que diesen pasaporte a clérigo alguno, se retiró las licencias de confesar y predicar a los clérigos firmantes (que muchos no entregaron) y fueron arrestados cuarenta y tres sacerdotes. Monescillo llegó a Madrid y se puso al frente de los que se oponían al Gobierno, redactando (parece ser que de él es la forma definitiva) un documento contestatario.

Los eclesiásticos acusados fueron condenados a pena de destierro durante ocho meses a doce leguas de Toledo, debiendo avecindarse en poblaciones que no tuviesen catedral ni colegiata, sin poder residir dos en el mismo punto. A la postre los curas recurrieron a la Audiencia Territorial, que revocó el fallo del Juez del Partido absolviendo libres y sin costas a los cuarenta y tres curas. Solo Monescillo y otros fueron confinados por orden del Gobierno, debiendo presentarse a la autoridad cuantas veces se les indicase.

Aunque el Cabildo eligió en sustitución de Vallejo a Golfanguer, éste, ante el escándalo en marcha, renunció y, como queda dicho, de “facto” o de “iure”, Vallejo fue administrador del arzobispado de Toledo hasta su muerte en 1842, corto mandato para tan ruidosa pugna.


[i] Natural de Asturias, falleció en 1836 siendo arzobispo de Toledo. Cuenca Toribio le señala como uno de los grandes oradores antes de Castelar.

[ii] Riojano, era en ese momento obispo de Mallorca, habiendo sido diputado en las Cortes del “trienio” y presidente del Estamento de Procuradores durante un breve tiempo en 1821.

[iii] Eliseo Sáinz Ripa, “Antolín Monescillo y Viso, obispo de Calahorra…”.

[iv] Se llamaba vicario capitular a la persona que, elegida por el Cabildo, gobernaría la diócesis durante la vacante episcopal hasta que el Gobierno designara a un nuevo obispo y el papa lo aprobara. El Cabildo, en el caso que nos ocupa, ya había elegido al doctoral Salustiano Mayordomo, pero leída una carta de la reina comunicando el nombramiento de Vallejo como arzobispo de Toledo, se pedía al Cabildo que le designase como Vicario, y otra carta de Vallejo solicitó su elección como arzobispo. El conflicto estaba servido, pues según los canonistas de la época no se podía nombrar a Vallejo “sin faltar a lo que previenen los cánones”, pero lo cierto es que el Cabildo lo eligió por 21 votos frente a 12. Mayordomo, ante esta situación, había puesto su cargo a disposición del Cabildo.

[v] Manuel Barrio Ayuso o José Landero y Corchado.

[vi] Real Academia de la Historia: dbe.rah.es/biografias/19520/severo-leonardo-andriani-escofet

[vii] Papa entre 1831 y 1846.

[viii] Primero de Calahorra, luego de Jaén, arzobispo de Valencia y de Toledo.

[ix] Recocían su error inicial al elegir a Vallejo, hablaron de zozobra en la validez de su elección y pedían libertad para que se les dejase hacer otra.

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