Cabo Blanco (Asturias)
Según los que han
estudiado el fenómeno del corso[i],
éste se extendió como instrumento de guerra económica en todo el siglo XVII,
siendo su objetivo hacer el mayor daño posible al transporte marítimo enemigo.
Para su práctica se requería una licencia, “la patente de corso”, otorgada por
los diferentes gobiernos en cuyo nombre actuaban los corsarios y que constituía
un elemento esencial para no correr la suerte de los piratas si eran
capturados.
Se necesitaba un barco
tipo fragata, armarlo con al menos ocho cañones de seis libras, contratar
artilleros y un capitán con experiencia en el asunto. El número de tripulantes
debía ser suficiente para manejar el propio barco y la presa, siendo todo esto
tan caro, que su explotación requería de sociedades mercantiles constituidas a
éste fin, con sus inversores, agentes en los puertos y representantes legales
ante las autoridades. Las presas podían ser del enemigo o de neutrales e
igualmente podían llevarse a puerto propio, aliado, o neutral, donde un
tribunal, tras tomar declaración a los capitanes, decidía si la presa era
válida. Si así era, el barco y la carga se vendían en subasta a bajo precio.
Del importe resultante
se descontaba el quinto del rey y los gastos que procedieran. Del resto, dos
tercios correspondían a los armadores del corso y el tercio restante se
repartía entre capitán y tripulación de la forma que hubiesen acordado. Los
tripulantes del corso “La Virgen del Rosario” (no había inconveniente en el
nombre para robar) cuando se les pidió salir a la mar a por más presas
replicaron: … hemos tenido hartas y
buenas presas y cumplido bien nuestra obligación, y no queremos navegar más y
no sea que los castigue Dios por demasiada codicia a los armadores y no
queremos morir que la vida es muy amable”.
A comienzos de 1641,
poco después de la rebelión de los Bragança en Portugal, el corregidor del
Principado de Asturias recibió varias cartas-orden del rey de España con
instrucciones sobre el comercio con Portugal: naba bueno para el estado luso.
El corso pretendía
obtener beneficio económico con la venta de la presa, no de hundirla ni de
intercambiar disparos de artillería que pudieran causar daños al barco. Era
necesario abordar a las presas y esto era una operación muy difícil navegando a
vela. La forma de hacerlo era sin o con muy poco viento, momento en que las
naves de carga no tenían escapatoria posible ante una fragata ligera, incluso
remando en las pinazas[ii]
transportadas a bordo del corso.
Las zonas de presa
dependían de quién fuera el enemigo. Tratándose de la segunda mitad del siglo
XVII los corsarios vascos, gallegos y asturianos frecuentaban las costas de
Portugal, la francesa del golfo de Vizcaya y el canal de la Mancha, áreas que
compartían con los corsarios holandeses dedicados a la caza de mercantes
ingleses o franceses.
El tribunal de justicia
que declaraba la validez de una presa daba un tinte de legalidad al negocio y
ponía de manifiesto que muchas veces no se respetaba su nacionalidad. Un
capitán de guerra del Principado de Asturias recibió en 1648 una carta del rey
en la que se notificaba que ...
habiéndose presentado por parte de Octavio Centurión, marqués de Monasterio,
uno de mis factores generales que están encargados de las provisiones para los
ejércitos de mis estados de Flandes, que ha hecho embarcar para el cumplimiento
de ellas una partida considerable de dinero. En [sic] navío que lo llevaba fue apresado en el canal de Inglaterra… por una
de las fragatas que se dieron para mi servicio en Flandes al marqués de Virtin,
presidente del Consejo de Irlanda y que ahora se ocupan y andan en corso. El
rey ordenó que cuando llegase a algún puerto de España cualquiera de esas
fragatas, se embargasen y detuvieran.
Se penaba con la muerte
a los jefes y marinería de los barcos que echasen a pique la presa o que
abandonasen a su tripulación en alguna isla. El motivo era impedir que no la
declarasen, lo que se consideraba un fraude para la Hacienda y convertía a
aquellos en piratas. Un tratamiento distinto recibían los esclavos, moros y
moriscos, que se podían vender en subasta. Capitanes, pilotos y contramaestres
no eran vendidos si se rendían sin pelea; en éste caso se entregaban al Capitán
General de la zona para su intercambio por prisioneros españoles, pero los
apresados que habían ofrecido resistencia eran ahorcados.
El número de
embarcaciones dedicadas al corso en el Cantábrico durante el siglo XVII era de
473 entre Guipúzcoa y Vizcaya, 30 en las Cuatro Villas[iii],
37 en Asturias y 89 en Galicia. A punto estuvieron –dice Cueto-Felgueroso- de
colapsar el comercio. Un capitán holandés[iv]
llegó en cierta ocasión al puerto de Ribadesella con su presa de anís, tabaco
en hoja, tabaco en polvo y azúcar. Como necesitaba dinero para atender los gastos de la marinería,
despachos y al Consejo del rey cierta documentación que encontró en la presa,
pidió prestados 100 reales a otro, a quien encargó, además, que ejerciese como
factor suyo: vender en Gijón 452 rollos y tres cajas de tabaco, nueve cajones,
diez barricas y quince barriles de azúcar. De ahí debía deducir los 100 reales
del préstamo.
En su obra “Los corsarios españoles durante la decadencia de los Austrias…”[v] se indica que los corsarios españoles tenían fundamentalmente tres áreas de actuación: corseaban en el golfo de Vizcaya, preferentemente frente a los puertos franceses de Nantes, La Rochelle y Burdeos, costa que por sus características era la zona de crucero preferente para los corsarios vascos. Los gallegos y asturianos lo hacían más al norte, en el Canal de la Mancha y en las costas de Irlanda, llegando a aguas holandesas. Por último había un cazadero común: las costas de Portugal, territorio abierto desde 1640 en el que los vascos usaban como base intermedia los puertos gallegos.
Esta
zona suscitaba no pocas dificultades, pues arrojaba a los corsarios y sus
presas, de resultas de los vientos dominantes, hacia la propia costa enemiga.
El golfo de Vizcaya era la zona en la que se produjeron el 60% de las capturas
(1621-1697), el cazadero de gallegos y asturianos supuso un 15% y el 25%
restante se sacó de la costa portuguesa.
Razón
tenía Domínguez Ortiz cuando dijo que el hombre del barroco podía pecar contra
la moral (el corso no se consideraba inmoral pues tenía permiso del propio rey)
pero nunca contra la fe, y la prueba son las alusiones a santos, vírgenes y al
mismo Dios…
[i] Uno de ellos Luis Cueto-Felgueroso, “Asturias y el comercio con el norte de Europa (1650-1700)
[ii] Su nombre deriva de que estaban construidas con madera de pino.
[iii] Estaban hermanadas San Vicente de la Barquera, Santander, Castro Urdiales y Laredo.
[iv] Su barco se llamaba “Nuestra Señora de Begoña”.
[v] Enrique Otero Lama, a quien cita Cueto-Felgueroso en la obra que sirve de base a éste resumen.
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