jueves, 24 de diciembre de 2020

Usurpando, que algo queda

 

                                           Fuertescusa (Cuenca): facebook.com/Fuertescusa/

En 1473, en una carta dirigida al obispo de Coria, Fernando del Pulgar[i] lamentaba las “muertes, robos, quemas, injurias, asonadas, desafíos, fuerzas, juntamientos de gentes, roturas que cada día hacen … en diversas partes del reino”; y en su “Crónica de los señores Reyes Católicos”, al relatar las circunstancias que concurrieron en la constitución de la Santa Hermandad en 1476, decía que “en aquellos días, los hombres tiranos y robadores, y otras gentes de malos deseos, habían lugar de robar y de tiranizar y señorear a los pueblos”.

Mosén Diego de Valera, en su “Crónica de los Reyes Católicos”, reprodujo una imagen similar de ausencia de autoridad, violencia generalizada y mengua del poder político central en el reino castellano en 1474, año en que finaliza el reinado de Enrique IV y se produce el tránsito al de la reina Isabel[ii]. Ambos cronistas expresan el estado de “desconcierto” –dice Jara Fuente-, de desorden en el que se encontraba Castilla, aunque seguramente aquellos querrían exaltar la labor de la reina Isabel, y luego su esposo, en relación a las etapas anteriores. Lo que sí parece claro es que el papel debido a la nobleza en los desórdenes fue determinante, pues incluso los que estaban en el partido regio quisieron aprovecharlos para beneficiarse personalmente.

En 1465 el concejo de Cuenca –objeto de estudio del autor citado- se dirigió por medio de dos cartas al rey Enrique IV protestando contra la intención del monarca de entregar vasallos de la jurisdicción de Cuenca a un poderoso, y esto fue habitual si tenemos en cuenta otros casos que se encuentran ya durante el reinado de Juan II y continuarán con el de Isabel, como indica otro documento de 1479. En éste se pide la restitución a la ciudad de los lugares y fortalezas de Cañizares, Fuertescusa y Alcantud[iii], así como otros términos ocupados por algunos miembros de la nobleza regional. Se trataba de defender el realengo y los derechos del concejo, pero tanto en éste como en otros casos parece demostrada la incapacidad tanto del rey Enrique como de la reina Isabel.

En 1465 Cuenca recordó a Enrique IV los daños que había venido sufriendo “como muchas veces hemos escrito de los gastos y males y daños y robos que a esta ciudad y su tierra son hechos”. El origen estaba en las donaciones a la nobleza por parte del rey, recordando el concejo el escrupuloso respeto de las obligaciones políticas que le ligaban al monarca. A éste se le hace responsable no solo de su incapacidad a la hora de reducir o eliminar los agravios causados al concejo, sino aún de provocarlos directamente, y en el mismo documento citado se señala al rey como causante de ese estado de cosas, al afirmar su complicidad en las enajenaciones ilegales de partes de la jurisdicción de Cuenca.

Incluso la ciudad hace alusión a los comportamientos de los reyes desde Alfonso VIII de Castilla, el conquistador de la misma y que le había otorgado fuero, llegando a Juan II, que había jurado respetar dichos fueros y la anexó al realengo.

En 1479 la ciudad ya no tuvo necesidad de recurrir a un expediente similar; con el apoyo de la monarquía y de algunos miembros de la nobleza comarcana, Cuenca había empezado a recuperar algunos de sus lugares ocupados por los nobles, aunque esto no signifique más que un comienzo de tendencia. Los reyes habían comisionado a Pero Sánchez de Frías, miembro del Consejo, para hacer una pesquisa y ordenar las restituciones de términos, pero las decisiones de restitución seguían sin ejecutarse tiempo después, por lo que el rey Fernando ordenaría dicha ejecución al Corregidor de Cuenca.

El caso de Cuenca no es único –dice Jara Fuente- ya que en la mayoría de los concejos castellanos se suceden relatos similares de ocupaciones por miembros de la nobleza, reclamaciones ante el monarca y resoluciones incluso bien avanzado el reinado de los Reyes Católicos. Pero entre 1465 y 1479 algo había cambiado, lo que se nota en la carta que en 1476 el Corregidor de Cuenca escribió al concejo informándole que la reina había mandado a Huete a “que faga la más cruel guerra que pudiere”[iv], acompañando la petición de gentes a caballo y ballesteros.

El autor al que sigo se refiere al caso de Segovia, donde las principales agresiones a su jurisdicción se produjeron en el primer tercio del siglo XV, sucediéndose seguramente con posterioridad, aunque con una intensidad menor, según se comprueba a partir de las Cortes de Toledo de 1480, cuando se retoman las denuncias por ocupación ilegítima de tierras y vasallos (siendo el detonante la segregación de términos ordenada por los reyes en beneficio de los marqueses de Moya[v]). En Soria estos pleitos surgen con anterioridad a 1480, incorporando, como en el caso de Cuenca, una sucesión de jueces de términos durante los reinados de Juan II y Enrique IV, e incluso durante el período en que Isabel era señora de la ciudad.

En Talavera, que sufrió con particular intensidad la fuerte señorialización en su zona, los condes de Oropesa llevaron a cabo sucesivas usurpaciones, finalmente “pacificadas” por los Reyes Católicos. Fernando de Monroy[vi] no renunció a la titularidad de los términos ocupados en la zona del río Ibor[vii], pero tampoco cuestionará su posesión por el concejo talaverano, estrategia que permitió a su nieto, Francisco de Monroy, reanudar el conflicto más adelante.

En la “Historia de los Reyes Católicos” su autor Bernáldez, narrando el enfrentamiento entre Castilla y Portugal, dice: “… siempre había cruel guerra…”. Jara Fuente dice que es una guerra sin una clara sujeción a las “leyes naturales” de la misma; se trataría de un tipo de enfrentamiento que se denuncia en el enemigo de religión, o que resulta consecuencia de una de las partes, cuya extrema debilidad la hace incapaz de reducir o poner fin a la escala del conflicto. A diferencia de Enrique IV, la guerra que llevaron a cabo Isabel y Fernando perseguía unos objetivos claros y consecuentes con la dignidad real de la corona y del reino, como se reitera en diversos mandatos dirigidos a la nobleza y ciudades leales ordenando combatir a los rebeldes.

Por el contrario, en 1465, “en lo más crudo del invierno de la rebeldía a su autoridad”, Enrique IV se planteaba ceder la fortaleza de Cuenca al arzobispo de Toledo[viii], un pariente de los Vázquez de Acuña, siempre en contra de la ciudad y contra el rey. Cuenca se opuso amenazando incluso con pasarse al partido del infante Alfonso[ix], quedando la cesión en nada…


[i] Murió en 1492 pero fue cronista al servicio de los Reyes Católicos, quizá dejando sus viñedos en Villaverde (hoy barriada de la ciudad de Madrid).

[ii] José Antonio Jara Fuente, “Violencia y discurso político: conflicto y pacificación en Castilla…”.

[iii] Las tres localidades al norte de la actual provincia de Cuenca.

[iv] Jara Fuente encuentra la expresión “guerra cruel” en 61 ocasiones en diversas fuentes entre 1400 y 1523.

[v] Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya, fue persona próxima a la reina Isabel… Moya se encuentra al este de la actual provincia de Cuenca.

[vi] Muerto a finales del siglo XV, su vida estuvo dedicada al conflicto en Extremadura. No vemos la relación con el condado de Oropesa.

[vii] Discurre de sur a norte hasta desembocar en el Tajo, al oeste del embalse de Valdecañas.

[viii] Alfonso Carrillo de Acuña, cuya influencia en los reinados del siglo XV fue enorme.

[ix] Hermano de la reina y participante en el conflicto sucesorio a la muerte de Enrique IV.

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