Habiendo sido apresado
el arzobispo Carranza en 1559, llevaba cinco años en Valladolid cuando el
Cabildo de Toledo quiso expresar su sentimiento por dicha situación. Mientras
tanto hacía sus gestiones diplomáticas el cardenal Buoncompagni, que con el
paso del tiempo sería papa[i]
(Gregorio XIII), y el encargado de sentenciar la causa. Una comisión del
Cabildo suplicó a Buoncompagni la brevedad de la misma, pero todo esto quedó
interrumpido por la muerte del papa Pío IV, siendo elegido entonces Pío V.
Éste ordenó que se
trasladase la causa a Roma, lo que implicó el desplazamiento a Cartagena y el
embarque de todo un séquito con el arzobispo encausado. No fue un viaje
convencional, sino que la Armada del duque de Alba tuvo que escoltar a los
viajeros para evitar cualquier ataque turco o berberisco. Los canónigos
partidarios de Carranza pudieron entonces verle, pero les fue impuesta una
severa incomunicación, por lo que no hablaron con él.
El anónimo personaje
que relata estos hechos, y que podría ser clérigo y contemporáneo de los
hechos, incluso formar parte de la citada expedición a Roma, compuso una
documentación que obra en poder de Tellechea Idígoras, según dice por entrega
de Gregorio Marañón, sin que conozca su procedencia. El autor de la fuente que
sirve a Tellechea empieza su redacción en 1564, parece evidente que vive en
Toledo y que es una persona con acceso a información de primera mano, quizá
desarrollando funciones archivísticas.
A la llegada a Roma
Carranza fue encarcelado en Sant’Angelo asistido por ocho criados, mientras que
algunos de sus acompañantes visitaron al papa, y el embajador de España “nos ha
hospedado y banqueteado espléndidamente”, dice el narrador. Se retoma entonces
la causa empleándose seis horas diarias con otros tantos intérpretes,
asistiendo el papa dos días a la semana con los cuatro cardenales inquisidores,
además de cuatro letrados defensores. También otros cardenales que solicitan a
Carranza su confesión.
De nuevo actuó el Cabildo
toledano, quejándose de que lleva ocho años privado “de Pastor”; los viejos
fulgores de Toledo, “como una estrella”, se encuentran apagados, dicen,
recordando el breve pontificado del arzobispo y sus intentos de reforma, sobre
todo del clero. En 1567 el Cabildo se dirige al papa por carta que es
respondida un mes más tarde, lo que animó a aquel a organizar procesiones a
favor del arzobispo preso, pero entonces llegó una carta del Consejo Real para
que no se celebraran dichas procesiones, siendo sustituidas por otras, aunque
no por el arzobispo y su causa, sino por el buen alumbramiento de la reina, que
estaba pronta a parir. El autor al que sigo dice que corrieron rumores de que
el papa había permitido comulgar a Carranza, lo que no había consentido la
Inquisición española en ocho años.
Luego siguieron rumores
diversos sobre la suerte de Carranza, pero lo cierto es que la causa que se le
había abierto duraría todavía mucho tiempo. La incertidumbre se prolongó a lo
largo de 1569 y la larga prisión del arzobispo amenazaba con alargarse durante
toda su vida. En dicho año murió el Gobernador del arzobispado, dejando
heredero a un hermano suyo: más de trece millones de maravedís, y esta muerte
llevó al Cabildo a dirigirse de nuevo al papa, cuya respuesta disgustó a aquel.
El “negocio del Arzobispo” estaba “más oscuro que nunca”, pero la muerte de Pío
V[ii]
reveló que hacía mes y medio que el papa había enviado a España un emisario
suyo, favorable a Carranza, para el rey con el deseo de que la sentencia no se
dilatase.
Le sucedió Buoncompagni
(Gregorio XIII), habiéndose encontrado en el Archivo Vaticano un borrador de la
sentencia absolutoria, mientras el Cabildo toledano se dirige al nuevo papa,
que contestó con un breve en 1572 donde se lamenta de “la grave carga recibida,
la dificultad del trabajo, la maldad de los tiempos y la revolución de todas
las cosas”, pidiendo plegarias para que el cielo enderezase las cosas, pero
todo se alargó nuevamente (téngase en cuenta que Carranza estaba en prisión
desde 1559). Como ya había ocurrido antes, en 1574 y en 1576, surgieron rumores
de que la sentencia se había producido y era favorable a Carranza, pero nada
resultó cierto.
La sentencia, con
presencia de Carranza, se había producido unos días antes, en el último año
citado, con presencia de los participantes en la misma y el resultado final del
proceso. La fuente que utiliza Tellechea Idígoras habla del confinamiento de
Carranza en el convento dominico de Orvieto (en el centro de Italia), que “para
mozos es peligroso y más para viejos”. Lástima, admiración y tristeza –dice Tellechea-
son tres palabras enjundiosas que definen el clima que sucedió a una tensión
mantenida hasta el agotamiento. La sentencia fue escuchada en Toledo por unas
ciento veinte personas, pero antes había sido leída en la grandiosa sala
llamada Constantina[iii]
del Vaticano, por los gigantes frescos de la vida del emperador romano.
Carranza escuchó de rodillas la sentencia y leyó la abjuración de las
proposiciones incriminadas; lo hizo “en voz muy alta y muy apriesa”, y luego el
papa le dijo que se había usado con él de misericordia en orden a su
personalidad. Luego Carranza salió hacia el convento de la Minerva[iv].
A los pocos días el
arzobispo, moribundo, pronunció las palabras últimas de su vida para “dar al
mundo satisfacción de su inocencia”, las que escucharon todos los que pudieron
entrar en la celda, y Carranza lo hizo “con grandísima fuerza y ánimo”, recordó
sus años en Inglaterra, invocando como testigo al propio rey, rechazó cualquier
connivencia con la herejía y lo juró. En cuanto a su suerte, particularmente el
proceso espantosamente prolongado, tuvo palabras con respecto a la actitud del
papa: “justa según lo alegado y lo que según ello paresció”, otorgando perdón a
cuantos arruinaron su vida. Respecto de sus criados dijo no poder premiar su
fidelidad, dejándoles muy poco de bienes materiales, que además dependían del
papa para su entrega.
Así hasta que llegaron
noticias de la muerte de Carranza a Toledo y sobre el testamento que dejó
escrito, cuyo cumplimiento dependía de la voluntad del papa. Un miembro del
Cabildo notificó el hecho al rey, aunque éste ya lo sabría, empezando luego en
Roma el baile sobre la tumba donde habría de ser enterrado el arzobispo. El
Cabildo obtuvo licencia para proveer en todo, salvo los castillos y fortalezas,
cuya provisión se reservó el rey. El serio programa de reformas –dice Tellechea-
se había convertido en pavesas. Por el papa se ordenó cobrar el despojo, aunque
el reparto no debió de ser nada fácil.
El Cabildo toledano trató de organizar las honras fúnebres de Carranza y así se celebraron los funerales a los que asistió toda la iglesia, órdenes y cofradías. Era un reconocimiento indirecto de su muerte como católico. Unas semanas antes el arzobispo de Toledo había sido condenado como sospechoso –no convicto ni confeso- de herejía luterana, y el sepelio tuvo lugar en Santa María Minerva, mientras Carranza era enaltecido y su muerte causaba una sobrecogedora conmoción popular. Se había resistido a cualquier sentencia absolutoria y fue víctima de la furia pasional de su época[v].
[i] Entre 1572 y 1585
[ii] Papa entre 1566 y 1572. Mediante una bula decretó el destierro de los judíos de los Estados Pontificios, con excepción de los que vivían en Roma y Ancona, ciudad de la costa italiana del Adriático. Mediante otra bula proclamó la supremacía de la Iglesia y del papa sobre cualquier otro poder político.
[iii] Forma parte de los Museos Vaticanos y estuvo dedicada a recepciones y ceremonias oficiales. El autor de los frescos fue Rafael, pero una vez murió, siguieron sus alumnos y colaboradores.
[iv] Está en la zona del Campo de Marte (donde se encuentra el Panteón romano). El nombre se debe a que está construido sobre un antiguo templo pagano.
[v] Ver aquí mismo: “Carranza, un reformador condenado”, “Quemar a vivos y a muertos”, “Pueblos de inquisidores” y “El Tenebrario”
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