Un mes antes de la sublevación militar de 1936, el comandante
Manuel Matallana Gómez estaba destinado en Badajoz; desde un año antes había
conseguido licenciarse en Derecho, lo que le estaba permitiendo compatibilizar
su empleo de militar con el de abogado. En una carta dice encontrarse cada vez
más alejado de la política, pues la consideraba la ruina de España. “En los
pueblos –dice en dicha carta- son las guardias rojas las que mandan y disponen
siendo los comunistas y socialistas los amos… Ahora llevamos más de dos meses
con una huelga en Almendralejo en la que se han empleado todas las armas contra
los patronos, metiéndolos en la cárcel…”; continúa diciendo que las exigencias
de los obreros son imposibles de ser atendidas por dichos patronos. “Y entre
tanto –sigue- formaciones y desfiles de milicias socialistas y comunistas
uniformadas e instruidas por todos los pueblos y esta Capital… y esperando ya
de una vez que explote esto en el sentido que sea…”.
Extremadura era por aquellos días
escenario de conflictos agudizados por los intentos del Frente Popular de mejorar
las condiciones de los campesinos sin tierra. También era escenario de intensa
actividad de las milicias de izquierda, por lo general desarmadas, pero que
asustaban a sectores acomodados de la sociedad. Se percibía una quiebra del
orden[i].
Matallana hizo la guerra en el bando
republicano, pero cabe pensar que quizá fue por encontrarse en una provincia
donde el alzamiento no triunfó, y fue uno de los cuatro jefes republicanos que
mandaron un grupo de ejércitos. Desde la caída de Cataluña en enero de 1939 fue
la máxima autoridad militar en zona republicana después de Miaja, habiendo sido
nombrado por Negrín jefe del Estado Mayor Central, cuando Rojo decidió no
retornar desde Francia, ya en vísperas de la constitución de la junta de
Casado, en la que Matallana participó.
Álvarez-Coque considera que si
Matallana permaneció leal a la República se debió a la actitud de su superior
jerárquico[ii],
que no secundó la sublevación, por tanto hay dudas sobre las intenciones de
Matallana. Por otro lado está su complicidad y participación en el golpe del
coronel Casado, pero esto tiene fácil explicación, pues en él estaban también
Miaja y Besteiro, por poner dos ejemplos nada sospechosos. También se le ha
supuesto miembro de la quinta columna, pero se ha descartado porque cuando todo
estuvo perdido para la República, aún compareció en Elda (principios de marzo
de 1939) en una reunión convocada por Negrín, lo que no hicieron Casado y
Miaja, por ejemplo.
Ascendido a general en agosto de
1938, su enturbiada imagen como traidor no le ha abandonado, hablándose de que
pudo haber estado en contacto con agentes franquistas. Al finalizar la guerra
los vencedores instruyeron una causa contra él, pues no parece haber duda de
que fue leal al gobierno republicano hasta el verano de 1938, pero también fue
partidario de un final negociado (incluso Prieto dejó de ser ministro de
Defensa por derrotista) constituyendo una corriente autónoma de la de Casado,
aunque confluyendo con él finalmente.
Matallana había nacido en el seno de
una familia cuyo padre era militar y su madre, quizá, de un elevado nivel
social, lo que explica su visión negativa del desorden en época republicana. En
1915 tuvo su primer destino en Marruecos y, al año siguiente, vuelve a la
península (Badajoz). En una segunda etapa en Marruecos (1922-1923) solicitó
ingresar en la Escuela Superior de Guerra, estudios que siguió. En enero de
1929 estaba en Madrid cuando se produjo un movimiento contra Primo de Rivera en
Ciudad Real, siendo destinado a esta plaza[iii],
pasando luego a Coruña, León y de nuevo Badajoz.
En 1935 llegó a comandante y así
hasta el primer año de guerra como ayudante del general Castelló. Ante el
avance de los sublevados se temió la caída de Madrid, por lo que no pocos
militares planearon ocultarse o refugiarse en embajadas. En la causa contra
Matallana, al finalizar la guerra, él argumentó que tenía por segura la entrada
en Madrid de las tropas de Franco, por lo que optó por quedarse (hay que tener
en cuenta que se está defendiendo), pero lo cierto es que formó parte del
Estado Mayor de la defensa de Madrid bajo el mando de Vicente Rojo.
Matallana, como otros muchos
militares de la República, tenía recelo de la importancia que había adquirido
el Partido Comunista en la dirección de la guerra, habiendo al menos dos focos
conspirativos contra Negrín de los que ya hemos hablado: el del coronel Casado
y el inspirado por Matallana, partidario éste de que el acuerdo al que se
llegase con el general Franco fuese solo entre militares, y hoy se sabe que
mantuvo relaciones “oficiales” con los agentes del Servicio de Información y
Policía Militar[iv] desde
finales de 1938. Por su parte el historiador Ángel Bahamonde, a quien cita
nuestro autor, señala una convergencia del antinegrinismo político y militar
por parte de Casado en el Ejército del Centro y del Estado Mayor del Grupo de
Ejércitos en Valencia.
Se ha señalado también la oposición
de Miaja a ceder fuerzas a otros frentes alegando defender Madrid por encima de
todo, y cuando esto se constata Casado ya estaba en contacto con los
franquistas. Es entonces cuando Rojo jugó su última carta (la propuesta del
plan P, que se llevó a cabo solo parcialmente y tarde, fracasando[v])
a la que se opuso también Miaja. Rojo siempre tuvo confianza en Matallana,
aunque éste advirtió a Negrín, primero en Los Llanos[vi]
y luego en Elda (febrero y marzo de 1939 respectivamente) sobre la
imposibilidad de seguir la guerra.
Sospechoso de complicidad con Casado,
quedó virtualmente prisionero en Elda pero se le permitió salir hacia Valencia
y Madrid, donde se unió a aquel. Se atribuyó ante los franquistas el mérito de
derrotar a los comunistas, aunque lo decisivo en esto fue la intervención del
IV Cuerpo dirigido por Cipriano Mera. Lo que sí hizo Matallana fue dar las
instrucciones para la apertura ordenada de los frentes y la rendición de los
ejércitos republicanos.
Ante los franquistas se presentó como
promotor del acatamiento total a las condiciones de Franco, pero hay que tener
en cuenta que su vida corría serio peligro, pues su elevado rango lo hacía
máximo responsable ante los vencedores, además de los méritos que las
autoridades republicanas le habían reconocido. Poca credibilidad –dice Álvarez-Coque-
tienen sus alegatos de haber participado como espía a favor de los sublevados,
y más bien sería un argumento, como otros, de quien se está defendiendo y
quiere salvar su vida.
Condenado a 30 años de cárcel, luego Franco le redujo la pena considerablemente, pasando los primeros años del nuevo régimen con privaciones y no se le reconoció graduación militar alguna, muriendo en 1952, a los cincuenta y ocho años.
[i] Álvarez-Coque cita al periódico “Claridad” (18 de mayo de 1936) hablando de los milicianos como “el futuro ejército rojo obrero y campesino”.
[ii] Luis Castelló Pantoja, llamado a Madrid el 19 de julio para un nombramiento militar, aunque cuando llegó se enteró de que había sido nombrado ministro de la Guerra en el Gobierno Giral. Castelló llevó consigo a Matallana.
[iii] Las tropas se lanzaron a la calle estando comprometidos en toda España 21 regimientos de artillería y algunas otras fuerzas, pero lo cierto es que en el resto de España no hubo levantamiento alguno.
[iv] Servicio de inteligencia de los sublevados durante la guerra civil y durante los primeros años de la dictadura subsiguiente.
[v] Una ofensiva republicana hacia Extremadura al tiempo que un desembarco en Motril.
[vi] Provincia de Albacete.
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