Aparte de la carta “pastoral” de los obispos españoles (no todos) a favor de los sublevados de 1936, el arzobispo Gomá, que lo era de Toledo, dirigió con muy poca distancia en el tiempo dos informes al entonces Secretario de Estado del Vaticano, señor Pacelli (futuro papa Pío XII).
A mediados de agosto de 1936, cuando aún no había
transcurrido un mes de la guerra española, Gomá dirigió su primer informe en el
que hablaba de “la labor desdichada de la República en el orden religioso,
civil y económico, durante el bienio 1931-1933”, y en cuanto a las elecciones
de febrero de 1936 dijo que dieron una “mayoría artificial”, aliándose el
Frente Popular con “las bandas de malhechores” que llevaron a cabo el asesinato
del sr. Calvo Sotelo”.
Se refiere a la República antes del levantamiento militar como “de este último quinquenio, que paso a paso llevaron a España al borde del abismo marxista y comunista”, refiriéndose a la guerra para “la defensa de la Religión”. Hace un breve análisis a continuación sobre los militares españoles; algunos “no se hallarían mal con una República laicizante, pero de orden”, mientras que otros “quisieran una Monarquía con unidad católica, como en los mejores tiempos de los Austrias.
Gomá informó a Pacelli de la declaración de Cataluña como
República independiente (que como sabemos no tuvo ninguna plasmación en la
realidad) y, en cuanto a las características de la lucha, habla de “ferocidad
inaudita por parte del ejército rojo; observación estricta de las leyes de
guerra de los insurgentes”. Impresionado por las noticias que le llegan de la
persecución del clero en la retaguardia republicana, dice que “será una mancha
en la historia de España”. Aunque con menos saña quizá, el anticlericalismo
había sido una práctica común en más de un siglo.
También tuvo noticia de los asesinatos de los obispos de
Sigüenza, Ciudad Real y Cuenca, pero cometió el error de dar crédito a la
muerte del obispo de Vic, que no fue cierta. En cuanto a la violencia de
Falange utiliza una expresión ambigua: “tal vez haya que reprochar al Fascio
la excesiva dureza en las represalias”. Para Gomá luchaban “España y la
anti-España, la religión y el ateísmo, la civilización cristiana y la barbarie”.
Luego expone que el alzamiento se había convertido de militar
en nacional, mostrando su certeza de que la guerra no sería breve, pero “si
triunfa, como se espera, el movimiento militar, es indudable que en plazo
relativamente breve quedaría asegurado el orden [véase la contradicción con sus
previsiones de que la guerra sería larga]… y se iniciaría una era de franca
libertad para la Iglesia, al tiempo que muestra su opinión de que “no es de
esperar una restauración de la monarquía”.
En el segundo informe que Gomá envía a Pacelli pocas semanas
después del anterior, se muestra más optimista. Las noticias que tiene –dice- “son
todas favorables” porque los sublevados se habían hecho con las zonas mineras
de Andalucía y añade que la conquista de Madrid se produciría “probablemente
dentro de éste mes” (septiembre de 1936). “Es general el optimismo –dice- “y
nadie duda del éxito final de la contienda”. En cuanto a la intervención
extranjera, Gomá informa solo de la ayuda recibida por el Gobierno republicano: “el
Frente Popular francés…, el organizador de la resistencia comunista en Madrid
es el israelita ruso Newman… [y] en Barcelona hay un fuerte núcleo de judíos…”.
Da cuenta Gomá del restablecimiento de la Compañía de Jesús[i]
en la zona controlada por los sublevados y, en cuanto a las fuerzas
paramilitares, requetés y falangistas, dice que “van animados de sentimiento
religioso”[ii],
aspirando a que la Iglesia goce, con el nuevo régimen “de favor y protección”.
Se queja luego de “la persecución contra la Iglesia y contra Dios”, señalando
que el Gobierno de Madrid “apenas tiene control alguno”.
El papa Pío XI, con motivo de la estancia en Roma de cientos
de religiosos españoles, entre ellos varios obispos, se dispuso a pronunciar un
discurso que Gomá y otros se prometían favorable a sus intereses, pero casi
nada de esto ocurrió. El papa, prudente, reclamó perdón, el restablecimiento de
la paz, denunció la persecución religiosa y consideró, respecto de los
sublevados, que se comportaban con excesos no plenamente justificables, guiados
por “intereses no rectos e intenciones egoístas o de partido…”.
Por ello solo en parte fue publicado en España el discurso
del papa, que mantuvo su representante en la España republicana. Gomá fue,
quizá, el más reaccionario e integrista jerarca religioso que convenía, como
ningún otro, a los intereses del general Franco. Quiso olvidar que durante
más de dos años la República española estuvo gobernada por conservadores,
incluso católicos, y oculta que antes del asesinato de Calvo-Sotelo había caído
por el mismo procedimiento el guardia de asalto Castillo, muertes injustas las
dos.
El sentido totalitario de Gomá se pone de manifiesto cuando
habla de la Religión, con mayúscula, como si no hubiese otras dignas del mismo
respeto, incluso cristianas, ignorando a propósito la actitud de Jesús de
Nazaret con los gentiles. Aspirar a que España volviese a la época de los
Austrias en materia religiosa es carecer del más mínimo sentido histórico,
además de que en los siglos XVI y XVII, aparte de católicos, había moriscos y
judíos en España.
No es justo Gomá cuando no tiene en cuenta las devastadoras
consecuencias de la crisis mundial de 1929, que provocó el regreso de millones de
españoles a su patria, engrosando las listas del paro obrero o el número de
braceros en el campo. Juzgar que la “inmensa mayoría” de los españoles estaba
con sus ideas es ignorar que una exigua mayoría había dado su voto, hacía unos
meses, al Frente Popular, que había ganado las elecciones con la misma ley
electoral que las había ganado la derecha en noviembre-diciembre de 1933…
Miente Gomá cuando dice que los insurgentes –contrariamente a
los “rojos”- cumplen estrictamente la ley, y sobran las investigaciones que
demuestran las atrocidades cometidas por militares sublevados, falangistas,
carlistas y fascistas de cualquier condición, con la particularidad de que no
hacían otra cosa que seguir las órdenes del general Mola en sus “Instrucciones”.
El terror rojo no fue querido ni alentado por el Gobierno republicano, fue obra
de anarquistas, comunistas, socialistas (parece que fue obra de algunos de
ellos el asesinato de Calvo-Sotelo) y delincuentes comunes.
El optimismo de Gomá quizá pretendía acercar la voluntad de
Pacelli y del papa a sus intereses[iii]
y los de la Iglesia española, pero no habría motivos para el optimismo, en el
plano militar, hasta la caída del norte en manos de los sublevados. Entre los
leales a la república hubo muchos católicos como Alcalá-Zamora, partidos como
el PNV y el clero vasco, Carrasco Formiguera y los demócrata-cristianos
catalanes, así como los seguidores de Luis Lucía en Valencia, y se sabe de algunos sacerdotes que expresamente apoyaron a la República.
Mención aparte merecen sus prejuicios contra los judíos, como si de un prelado del siglo XVII se tratase, sin consideración para el colectivo que basa su historia religiosa en las tradiciones bíblicas.
[i] Suprimida por el papa Clemente XIV en el siglo XVIII.
[ii] Salas Larrazábal y Paul Preston, entre otros, han dado cuenta de las atrocidades cometidas en las dos retaguardias.
[iii] Ignorando supinamente la exasperante cautela de la diplomacia vaticana.
Fotografía: milicianos en una de las puertas de la catedral de Toledo: twitter.com/Toledo_GCE/status
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