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Torrejón de Velasco es
un pueblo situado al sur de la actual provincia de Madrid donde nació, en 1781,
Cirilo Alameda y Brea, que llegaría a ser arzobispo de Santiago de Cuba, Burgos
y Toledo. A la corta edad de quince años entró a profesar en la orden franciscana,
pasando luego a los conventos de Pastrana y Guadalajara.
En Cuba estuvo pocos
años pero antes, cuando se dio el proceso de independencia de la América
española, se mostró como un acérrimo españolista, partidario del absolutismo
fernandino y luego carlista. En 1810 formó parte de una comisión de
franciscanos a Moquegua, en el extremo sur del Perú, donde pretendían llevar a
cabo labores misioneras, pero dicha comisión no podrá hacerlo y Alameda
permaneció en Montevideo, donde dirigía la “Gaceta de Montevideo”, al frente de
la cual había sido puesto por el Gobernador Gaspar Vigodet[i],
al tiempo que enseñaba filosofía en el convento de San Bernardino.
Luego fue enviado por
Vigodet a Río de Janeiro, donde negoció el enlace matrimonial de las hijas de
Carlota Joaquina con Fernando VII y Carlos María Isidro, y esto fue lo que le
abrió el camino hacia la corte española y luego su estrecha colaboración con el
pretendiente carlista.
Volviendo atrás,
Alameda era hijo de una familia de campesinos acomodados que, en cuanto a su
vocación religiosa caben dudas, según Higueras de Ancos[ii],
por la vida aventurera, enigmática y política que llevó con posterioridad, a lo
que quizá contribuyó el clima de decadencia de las órdenes religiosas en la
época. A la edad de 50 años fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba, muy a
su pesar, pues no quería abandonar la península; lo cierto es que el rey
Fernando VII influyó en ello para alejarlo de la metrópoli, pues Alameda se
había mostrado opuesto al casamiento del rey con María Cristina de Borbón, ya
que habiendo descendencia se alejaban las posibilidades de ser entronizado
Carlos María Isidro.
Ya en Cuba viajó a
Puerto Príncipe en 1833, visita que se prolongó hasta tres años más tarde, y
que tuvo por misión el control de los enormes abusos en la jurisdicción
eclesiástica[iii].
Aunque parece que su labor fue predominantemente religiosa, no por ello dejó de
mezclarse en cuestiones políticas, por ejemplo apoyando al capitán general
Tacón, partidario tanto del absolutismo como de la política colonialista de
España en Cuba. Algunos suponen que Alameda colaboró en las intrigas secretas
llevadas a cabo por militares españoles en el contexto de la aplicación de la
Constitución de 1812 desde 1836, no jurándola el arzobispo en un primer momento
aunque sí con posterioridad, probablemente para evitarse problemas.
La actitud de Alameda
no fue compartida por todo el clero cubano, pero sí los frailes dominicos de
Bayamo[iv].
Según Navarro García la Iglesia se identificaba con la aristocracia
latifundista por sus enormes riquezas, por sus esclavos y porque muchos de sus
miembros procedían de familias adineradas criollas, a diferencia del clero
secular, que era mayoritariamente peninsular. Un sacerdote llamado Wenceslao
Callejas dejó escrito que el clero cubano se caracterizó “por su conducta
prudente” y que “todos se prestaron obedientes si no contentos” (al acatamiento
de la Constitución), añadiendo: “sabemos que algunos eclesiásticos tuvieron un
compromiso liberal claro en los sucesos de 1836”. En todo caso –siguiendo a
Navarro García- las riquezas del clero cubano en esos años eran enormes: los
franciscanos y clarisas confesaron censos por más de 700.000 pesos sin contar
las caballerías; los dominicos declararon censos por más de 200.000 pesos
anuales, además de varios miles de caballerías. Los diezmos ascendían en el
obispado de La Habana (1837) a 870.845 pesos, que iban a parar a manos del
obispo, canónigos, racioneros y otros prebendados.
Durante la primera
guerra carlista en España, Cuba fue destino de prisioneros partidarios de don
Carlos, pero también de liberales exaltados, por ejemplo los sublevados en 1836
en Málaga. Navarro García dice que independentismo (minoritario en aquella
época) y carlismo no anduvieron en ocasiones muy distanciados, pues de lo que
se trataba era de aprovechar las dificultades de la metrópoli para sacar
partido propio, lo que también se puede decir de Puerto Rico y Filipinas. En el
año citado existió un plan carlista en Cuba que fue apoyado por el arzobispo
Alameda, por lo que las autoridades dispusieron su traslado a España. Alameda
consiguió entonces fugarse a Jamaica sin encomendarse al Cabildo ni darle
cuenta de ello, haciendo nombramientos para su ausencia que en nada se
compadecían con las normas establecidas, a cuyos individuos encargó la
administración de sus “temporalidades”. Se llevó con él 127.500 pesos de los
fondos del arzobispado, valiéndose de unos criados que le ayudaron a embarcar
el pontifical[v],
alhajas, libros y joyas, todo ello sin oposición de los empleados de la real
Hacienda, lo que dice mucho de sus preferencias políticas. El arzobispo había
vendido muebles, esclavos y bestias de tiro para disponer de recursos, sabiendo
que no estaba autorizado a dejar su sede sin permiso.
Alameda alegó que temía
por su vida, pero está demostrado que cuando realizó su fuga y demás actos
delictivos la situación era más bien favorable a él y los suyos que a los
liberales cubanos; otra cosa es que se negó a regresar a España como se le exigió
quizá temiendo algún castigo, tanto de las autoridades civiles como
eclesiásticas. La pretensión de Alameda, al parecer, era allegar el mayor
número de recursos para contribuir a la causa del pretendiente español, pero en
Jamaica permaneció solo unos meses, pasando luego a Inglaterra y luego se
incorporó al Cuartel General de Pretendiente, pero parece que aceptó al tratado
de 1839. El Cabildo, con ironía, se quejó a las autoridades diciendo si tendría
que acatar las órdenes del arzobispo dadas en Jamaica, Inglaterra o en la corte
de Oñate[vi]…
Tras la paz fue a
Francia por temor a que algunos exaltados carlistas se quisieran vengar de él,
pero en dicho país también estuvo poco tiempo, pasando luego a Génova, desde
donde consiguió ponerse en contacto con amigos cubanos para que pidiesen el
levantamiento de su destierro (en realidad estaba huido). Así fue, y se le
nombró arzobispo de Burgos en 1849, llegando a España un año antes, seguramente
aprovechándose de la necesidad del régimen liberal de acordar con la Iglesia un
acercamiento, que tuvo su expresión en el “Arreglo del clero”. Luego la reina
le nombró senador vitalicio.
En 1857 fue nombrado
arzobispo de Toledo, por lo tanto primado de España, pero no cejó en su empeño
y colaboró en el intento carlista de San Carlos de la Rápita (1860): consiguió
seguir como si nada hubiese pasado; para un franciscano no parece una carrera
muy apropiada, pero como se ha dicho, el hábito no hace al monje.
[i] Nacido en Sarriá de Barcelona en 1764, falleció a finales de de 1835. Miembro de una familia de origen francés, en 1811 será la máxima autoridad del Río de la Plata.
[ii] “De la facción a la monarquía constitucional…”. Hay un artículo de Jesús Raúl Navarro García sobre la etapa cubana de Alameda: “Actitudes políticas del Fr. Cirilo Alameda y Brea…”.
[iii] Navarro García no aclara éste asunto, por lo que no sabemos si los clérigos eran el objeto de los abusos o al revés.
[iv] En el sureste de Cuba.
[v] Conjunto de ornamentos del arzobispo.
[vi] En alusión a la villa guipuzcoana (suroeste de la actual provincia) donde tenía su cuartel general el pretendiente.
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