Paisaje de Arroyomolinos (Cáceres) |
Leopoldo Stampa[1]
ha descrito con mucho detalle la situación del ejército español en 1808,
intentando deshacer una serie de tópicos sobre la guerra que empezó en dicho
año y sobre la guerrilla y el ejército, contribuyendo con ello a un mejor
conocimiento de la historia de España.
El autor señala que el ejército regular
español, en 1808, estaba en una situación de debilidad y de fractura, pues se
encontraba disperso desde 1807 en varios puntos de Europa. España había
contraído compromisos internacionales por medio del Tratado de Fontainebleau,
por el que un sólido contingente español estaba en las ciudades hanseáticas,
particularmente en Hannover y luego en Dinamarca. También tuvo que desplazarse
a Portugal una parte del ejército por el compromiso de Godoy a ocupar el norte
y el sur del país: el general Taranco se adueñaría de la zona entre el Miño y
el Duero, y el general Solano del Alemtejo y los Algarbes: total, unos 16.000
hombres.
Al norte de Europa (Dinamarca) se enviaron
6.000 soldados españoles que se encontraban en Etruria, pero Godoy (siguiendo
exigencias de Napoleón) reunió en España otros 5.500 hombres. De este modo la División del Norte
congregó a unos 11.500 efectivos a las órdenes del marqués de la Romana[2].
En otoño de 1807 unos 32.000 soldados españoles se encontraban, pues, fuera del
territorio nacional. En España quedaban, en mayo de 1808, según el ministro de la Guerra, O’Farrill, algo
menos de 100.000 hombres (infantería y caballería). De entre estos un buen
número corresponde a tropas de milicias (30.500) y soldados regulares (68.500).
En España había también algunos regimientos extranjeros y las milicias no
llevaban ni caballería ni artillería.
En la época –dice el autor- las formaciones
masivas de infantería y caballería lo eran todo, y la masa artillera era a
menudo resolutiva. Hubo una fiebre creadora de unidades, batallones patrióticos
y escuadrones de monjes y labradores, pero un soldado no se improvisa. La
medida de incorporar al ejército una recluta formada por jóvenes sin
instrucción tuvo las peores consecuencias. Los caballos, en manos de estos
jóvenes, no habían sido domados para estar acostumbrados al estruendo de la
artillería, muchos de los cuales eran resultado de requisas. Por otra parte en los
regimientos de caballería españoles no se enseñaba la esgrima al jinete, lo que
llevó a muchas acciones fallidas. El regimiento de los Cazadores Imperiales del
Sagrario de Toledo (“mucho nombre para tan poco arrojo”, dice Stampa)
fracasó en la batalla de Medellín de forma deshonrosa, según el general
Cuesta. Más dramática fue la fuga de la caballería bisoña en la batalla de Alba
de Tormes. El príncipe de Anglona dijo: “la caballería de mi mando huyó
vergonzosamente”, y el marqués de la
Romana calificó la acción de “infamia”.
Los oficiales no eran malos pero sí escasos, según
Londonderry, uno de los ayudantes de Wellington. De García de la Cuesta, al que vio en Casas
del Puerto de Miravete (Cáceres), dice que cuidaba la disciplina, pero no tiene
la misma opinión de los generales, a los que veía viejos y no aptos para
soportar batallas. Un ejemplo de la escasez de oficiales era el ejército del
centro; tras la retirada de Tudela y antes de la batalla de Uclés, había
batallones que tenían 12 oficiales para 519 hombres de tropa.
Sobre la participación del pueblo en la guerra,
dice el general Girón antes de la acción de Alcolea (1808): “los más en
caballos, otros en mulos; monturas de todo género o sin ella algunos, armas de
varios siglos desde la daga al espadín; tal era la confusa organización de aquella
gente”. En Villa del Rey (Badajoz), el 1 de mayo de 1808 tuvo lugar una acción:
“nuestra caballería, dice el parte, compuesta por unos cincuenta caballos, la
mayor parte yeguas, montadas por muchos Clérigos, Frailes y Paisanos… se
sostuvo en el punto del camino de Montijo”, pero terminaría retirándose.
Derrotado la mayoría de las veces, victorioso
algunas, el ejército regular español acabó rompiendo el esquema estratégico de
la “Grande Armée”, acostumbrada a campañas relámpago, por lo que la resistencia
fue la base del éxito, así que que no es cierto que a partir de la batalla de
Ocaña (1809) el ejército regular fue derrotado y fuera sustituido por la
guerrilla. Así lo demostraron el marqués de Campoverde en Mollet[3]
(1810), O’Donnell en Margalef[4]
(mismo año), en Valls[5],
Campoverde derrotando a Palombini (1811), el general La Peña en Chiclana[6]
(mismo año), Zayas en La Albuera[7]
y Ballesteros en 1811, Blake en Sagunto (mismo año), Copons en Tarifa (1811),
en Arapiles (1812), en Vitoria y San Marcial[8]
(1813), en Orthez[9] y en Toulouse en 1814.
La deserción fue un fenómeno generalizado ya en
el año 1808 (pasándose a Francia y conducidos al Périgueux). En 1811 la
deserción seguía siendo un problema crónico, como se demuestra por el bando del
brigadier Carlos de España, ordenando que todos los vecinos se armasen para
capturar ladrones por los montes y caminos, y “localizar a desertores”. Aunque
en menor número los oficiales también desertaron, lo que llevó a la Junta Suprema a ordenar la
ejecución de los que se capturasen.
El general Lacy, en 1811, quiso organizar las
guerrillas, siendo uno de sus objetivos “la persecución y captura de
desertores”, ingenua disposición –dice Stampa- porque una buena parte de las
partidas se componían de desertores, que preferían hacer la guerra por su
cuenta y evitar así la disciplina militar. Después de la victoria de
Arroyomolinos[10] la Regencia decidió indultar
a los desertores, con lo que se consiguió que algunos volvieran, pero otros
fueron recibidos a pedradas en los pueblos, como sucedió en Almendral
(Badajoz). También existió una “deserción de guante blanco” practicada por los
que tenían la posibilidad de trasladarse de un lugar a otro; muchas
personalidades se corrompieron con el reclutamiento; muchos informes hablan de
la protección prestada a los pudientes, familiares y amigos, en ocasiones
mediante sobornos.
Fueron muchas las localidades costeras donde
los habitantes intentaron librarse de los reclutamientos aduciendo que estaban
inscritos al servicio de la armada, y por tanto exentos del servicio militar en
tierra. En Andalucía fueron víctimas los trabajadores gallegos emigrantes, que
podían ser enrolados como vagabundos. León y las dos Castillas no reclutaron
más que algunos miles de hombres, mientras que la Junta de Sevilla se vio
obligada a indultar a bandidos para alistarlos.
En la guerrilla encontramos aventureros,
oportunistas asesinos y bandoleros, aunque también partidarios de la
disciplina militar. Hubo patriotismo o reacción nacionalista, en lo que caben
los motivos personales y ambientales según las regiones. En algunas ocasiones
el impulso a echarse al monte estuvo mezclado con la venganza; otros por huir
de la disciplina militar. Cuando el capitán general Luis Lacy ordenó la
incorporación de todos los hombres pertenecientes a los cuerpos francos al
ejército de línea[11] hubo tal desbandada que el general se vio obligado a rectificar.
También hubo desertores alemanes, polacos,
italianos y franceses que estuvieron al servicio del ejército napoleónico. Entre
los jefes guerrilleros se encontraron también desertores franceses, conocidos
con el nombre de “barateros”. La avaricia de los “Húsares francos de Camuñas”
hizo que se ganasen el odio de franceses y españoles. Jaime Alonso, “El
Barbudo”, era un bandolero que lideró una partida de Muxicas en Valencia;
“Boquica” en Cataluña fue un depredador. En 1810 surgió en Extremadura la
partida de “Los leones irritados” que duró dos meses… En La Mancha se levantó la
partida de los “Leones Manchegos” (unos 75) desapareciendo pocos meses después.
Lo dicho no es todo sobre los luchadores contra
el francés entre 1808 y 1814, pero aporta aspectos que contribuyen a
desmitificar ciertos lugares comunes que no resisten la consulta a la
documentación.
[1] “Los tópicos en la historiografía sobre la Guerra de la Independencia”.
[2] Nacido en Palma de Mallorca (1761), murió en
Cartaxo (al norte de Lisboa) en 1811.
[3] Cerca de Barcelona, en la comarca del Vallés.
[4] En el Priorato de Tarragona, límite con Lleida.
[5] Nordeste de Tarrogona.
[6] En Cádiz, muy cerca de la
capital.
[7] Oeste de Badajoz.
[8] Guipúzcoa, cerca de Irún.
[9] Suroeste de Francia, Pirineos Atlánticos.
[10] Sur de Cáceres.
[11] En el sentido del frente
para el combate.
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