Restos de la iglesia de los dominicos en Pontevedra |
En el siglo XVI un monje dominico de
Pontevedra, fray Juan de Manzanas, ordenó una colección de escrituras
existentes en el archivo del convento de la ciudad, relativas a las propiedades
que fueron acumulando y gestionando los miembros de dicha orden religiosa a lo
largo de la Edad Media
y el siglo XVI: el año en el que este fraile comenzó dicho trabajo fue 1568,
que fue continuado por otro monje, fray Alonso Gasco, a partir de 1597. Esto ha
sido estudiado por Miguel García-Fernández[1],
no otra cosa que el Tumbo Viejo Becerro de los dominicos de Pontevedra,
poniendo de manifiesto la importancia de las mujeres en la sociedad
bajomedieval, ya que aparecen como propietarias.
El Tumbo se mantuvo en uso, al menos en lo que
respecta a misas, hasta mediados del siglo XVII, como se indica en una
anotación del año 1755. Son abundantes las puntualizaciones y noticias que
diversas manos fueron intercalando en el Tumbo a lo largo de los siglos, pero
lo realmente importante es la intención del fraile Manzanas: su trabajo
persigue “que no se saque las escrituras del convento porque, quando alguna
fuere menester presentarse, puédese hacer pidiendo a la justicia la haga
trasladar de el original que está en nuestro archivo y depósito…”. En el
segundo legajo de los que consta el Tumbo, el fraile puso las escrituras que
“tocan a esta casa que hablan de haciendas [desde] el año de 1300 hasta el año
de 1500”.
En el último legajo dispuso los documentos “que tocan a los casares de Matamá
d’Arriba y d’Abaxo porque son muchos”. El autor al que sigo aquí dice que el
trabajo de Manzanas tiene una extraordinaria claridad y pulcritud, lo que no se
da en el de Alonso Gasco, más descuidado.
Figuran los escribanos o notarios que dieron
validez a los documentos, y también se han conservado numerosas anotaciones y
comentarios de autores posteriores, pero este no es el único Tumbo conservado
en la actualidad sobre el convento dominico de Pontevedra, existiendo otros en el
Archivo Histórico Nacional. Entre las misas diarias encargadas figuran
las de García Prego de Montaos (1400), miembro de una familia noble, pero el
monje hace constar que la dotación que existe para dichas misas es, como mucho,
para una cada mes: las misas, claro, valen dinero.
Al relacionar las escrituras, el monje Manzanas
señaló el tipo de documento de que se trataba: mandas, foros, testamentos,
donaciones, etc. De las escrituras medievales inventariadas por el monje (378),
229 son de la primera mitad del siglo XV, siguiendo en número las
de la segunda mitad de dicho siglo (105), más del 27%. En cuanto al convento,
lo que este quería garantizar era hacer valer sus derechos de propiedad, pero
también que se cumpliesen las obligaciones contraídas con los que habían
confiado en él. Los documentos recogen, fundamentalmente, actos de entrega de
propiedades al convento, junto a un conjunto de actuaciones destinadas a
gestionar dicho patrimonio.
El peso que tienen los foros va en consonancia
con el mayor número de documentos del siglo XV, cuando ya la crisis del
anterior parecía haber remitido. Dichos foros establecían una duración no
inferior a las tres o cuatro “voces” o generaciones, con el añadido, en muchos
casos, de un período de 29 años más, es decir, de larga duración. De los 378
documentos citados antes, 144 se referían a foros, el 38%.
El autor pretende demostrar que las mujeres en la
Edad Media –al menos teniendo en cuenta
este tumbo- jugaron un papel más importante que el que la historia escrita por
hombres les ha concedido. En las escrituras aparecen citadas mujeres, de una u otra forma, en más del 64% de los casos (243 documentos). Por otra parte las
mujeres no siempre actuaban junto a los hombres, ya que se las ve actuando
solas en más de un 15% de los casos (58 documentos), bien como otorgantes de
determinados bienes o como receptoras de ellos. En el testamento del mariscal
Suero Gómez de Soutomaior, el autor comprueba que las referencias a mujeres no
solo son constantes, sino esenciales. El único hijo varón del mariscal había
muerto, y sus hijas se convirtieron en sucesoras y herederas, cobrando especial
protagonismo la mayor, doña María de Soutomaior.
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