Vista parcial de Gante a finales del s. XIX |
Este es el título de un libro que Emilia Pardo
Bazán publicó a principios del siglo XX, después de haber realizado un viaje a
Bélgica y Holanda y donde nos da una visión del papel social que la Iglesia llevaba a cabo en
dichos países, haciendo constantes comparaciones con la situación en España. En
dicho viaje se entrevistó con personalidades del clero y visitó obras sociales
de la Iglesia,
pero no contactó con la incipiente democracia cristiana. También se interesa
por los progresos del socialismo belga, informándose en la obra “Le socialisme
en Belgique” de Destrée y Vandervelde[1].
En la época, Bélgica vivía una gran conflictividad social y el partido católico
se encontraba dividido, entre otras causas por la labor de los socialistas, que
algunos católicos consideraban “comía el terreno” en el ámbito social, al
catolicismo.
Por un lado estaban los benedictinos, que
insistían en la necesidad de la unidad católica, algo bien conocido por Pardo
Bazán en España, pero ello no les impide estimar al socialista Vandervelde. Con
los benedictinos estuvo la escritora en su abadía de Maredsous, en Denée
(Namur), y de allí fue a Lieja, donde la recibió el obispo, que había creado la
“Escuela de Lieja”, un foco de pensamiento y de acción sociales a finales del
siglo XIX. Emilia Pardo Bazán ve lo que se está haciendo allí en materia de
asociacionismo obrero dirigido por la Iglesia, pero con una táctica defensiva ante el
empuje del socialismo. Las asociaciones agrícolas, dirigidas por sacerdotes,
habían creado un banco agrícola, cooperativas y mutualidades.
Como Pardo Bazán preguntase al obispo sobre la
posible ruptura de la Iglesia
belga con los moldes de la Edad Media,
donde predominaba la caridad y el paternalismo, el obispo contestó: Lo más hermoso de la
Edad Media no lo hemos desechado… en lo
que demuestra que el tradicionalismo no había desaparecido. Luego Pardo Bazán
viaja a Lovaina, donde visita el Instituto Superior de Filosofía, una
institución pareja a la
Universidad, y allí conoce a Désiré-Joseph Mercier[2],
que había tenido que vencer las reticencias de las autoridades de la Universidad y de parte
de los obispos para llevar a cabo la renovación de los estudios tomistas. Este
sacerdote criticó la situación religiosa en España demostrando conocerla.
El auge del socialismo se había hecho patente:
“el socialismo se organiza donde quiera: es un ‘hecho’ gigantesco, el ‘hecho’
por excelencia de nuestra edad”, dijo. De las conversaciones con Mercier, Pardo
Bazán saca la conclusión de la falta de responsabilidad de la Iglesia española, que no
había llevado a cabo las políticas derivadas de la encíclica “Rerum novarun” de
León XIII. En la visión de Mercier había que sacar al trabajador de las garras
de la industrialización salvaje e inspirarse en la organización laboral medieval.
Para ello, aquellas asociaciones de campesinos dirigidas por sacerdotes, tenían
las actividades de ocio indisolublemente unidas a la práctica de la religión,
pues mientras los obreros industriales estaban claramente influidos por los
socialistas, no así los campesinos, en manos de la Iglesia.
Luego Pardo Bazán visita Gande, cuna del
socialismo belga, para lo que llevaba dos cartas de presentación que le había
dado Giner de los Ríos, aunque no pudo emplearlas para entrevistarse con
algunos intelectuales socialistas, que presentaban comportamientos
heterogéneos. Uno de ellos era Edward Anseele, periodista y político, pero las
referencias de Pardo Bazán al libro de Vandervelde y Destrée (“El socialismo en
Bélgica”) suplen el no haberse podido entrevistar con ellos, visitando la
cooperativa socialista “Vooruit” (“Adelante”), con sede en unos almacenes con
una caja de ahorros y un banco.
El sufragio universal fue una dura batalla que
libró el socialismo belga en las últimas décadas del siglo XIX, pues el sistema
que permitía ganar las elecciones a los partidos conservadores era el censitario. Por fin se consiguió una reforma que llevó al sufragio universal
“plural”, por el que los varones mayores de edad, sin distinción, tuvieron
reconocido el derecho al voto, pero no de forma igual: el voto de unos valía
por uno, mientras que el de otros por dos o por tres, según las “capacidades” y
la riqueza. Esto llevaría a los socialistas al Parlamento, pero más adelante
siguieron las movilizaciones para conseguir la desaparición de la desigualdad
en la valoración del voto; la huelga general de 1902 es una muestra de ello. La
escritora se refiere en su obra a la fuerza de las cooperativas socialistas,
pues fueron estas las que estimularon a la Iglesia para crear las suyas, pero una de las
razones del éxito de las de los socialistas era su fuerza económica.
Debe tenerse en cuenta que la despiadada
industrialización había acabado con el descanso dominical, cuya recuperación
fue una exigencia y un logro de los socialistas, que hicieron hincapié, además,
en la necesidad de acabar con el alcoholismo, el juego y otros vicios. Por su
parte, los católicos belgas buscaban la reconciliación de las clases, y Pardo
Bazán expresa su visión de la experiencia que está viviendo con las siguientes
palabras: … he creído ver el suelo belga
rayado por dos surcos… que parten de la frontera desde extremos opuestos, y,
sinuosos, llegan por fin a juntarse… el calor de sus pliegues habrán de
reunirse. Lo cierto es que, como dice la autora cuya obra me ha servido
para este artículo[3], los católicos llevaban
sus acciones mediante iniciativas privadas, mientras que los socialistas
querían que fuesen las instituciones públicas las que se ocupasen del problema
obrero.
[1] Jules
Destrée nació en 1863 (Bruselas) y murió en 1936. Muy influido por las huelgas
en su país de mediados de los años ochenta, se comprometió con el socialismo.
Emile Vandervelde nació en Burselas en 1866 y murió en 1938; diputado, miembro
de la Segunda Internacional
y, por lo tanto, socialista también.
[2] Sacerdote nacido en 1851
en Bruselas que fue rector de la Universidad de
Lovaina. Murió en 1926.
[3] “Claves belgas para la lectura de ‘Por la Europa católica’ de Emilia
Pardo Bazán”.
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