Durante la
Edad Media en Galicia, la Iglesia recibía diezmos
sobre la pesca y el comercio, pero el señorío de Santiago tenía un especial
privilegio, con su costa, sus puertos de carga y descarga y el derecho de los
arzobispos a percibir –por especial concesión real- la mitad de los diezmos de
la mar, un impuesto aduanero prerrogativa de los soberanos, y que nadie más
tenía en la Corona
de Castilla. El obispo de Tui tenía derecho preferente para la venta de su vino
y el monasterio de Sobrado podía introducir en A Coruña cien toneles del suyo,
además de exportar hierro y herramientas.
La orientación comercial del císter es bien
conocida y, en ocasiones, su interés por conseguir salidas marítimas fue
evidente, pero los monasterios gallegos no solían dedicarse al comercio
exterior. El voto de pobreza del clero regular –dice Elisa Ferreira Priegue[1]-
no pareció estar en contradicción con la práctica comercial, pues parece claro
que las grandes cantidades de vino que salían de Galicia provenían, en gran
parte, de los señoríos eclesiásticos.
En Pontevedra, a fines del siglo XV, el abad y
el convento de Poio tienen concertada con el concejo la introducción franca de
“posturas” de 20 toneles de vino, aunque podían introducir y almacenar en la
villa todo el que quisiesen, pagando por el que sobrepasase aquella cantidad
los mismos derechos que los vecinos. Al menos desde finales del siglo XIV, los
carniceros de Ribadeo tenía aforados bienes monásticos, desempeñando, a
mediados del XV, un papel semejante al de los administradores monacales,
permitiéndoles tener uno de los foros perpetuos que concertó el monasterio de
Meira en dicha centuria.
Cuando las guerras nobiliarias de finales del
siglo XV, los señores cayeron sobre los puertos arzobispales: en 1476 el conde
de Altamira y el de Monterrey le tenían ocupados al arzobispo Fonseca, Padrón,
Muros, Noia, Malpica, Finisterre, Laxe, Muxía, Vigo y la villa interior de
Caldas, además de Tui, Baiona y Cambados, mientras que los puertos de la ría de
Arousa estaban en poder de García Sarmiento. Esta nobleza no ocupa estas plazas
porque sí, sino porque sus rentas eran cuantiosas. La monarquía, por su parte,
se opuso a que los nobles constituyesen puertos por el valor estratégico de las
costas, pero algunos de ellos se hicieron, no obstante, con un puerto
importante: Ribadeo. Los Andrade controlaron toda la costa de las Mariñas hasta
el cabo Ortegal, teniendo como propios los puertos de Ferrol y Pontedeume y
ejerciendo su influencia, a través de cargos gubernativos o usurpando derechos,
en Betanzos, A Coruña y Ortigueira.
Fernán Núñez, padre del futuro conde de Camiña,
era un señor del bajo Miño con gran poder en Tui y Baiona: “tenía casa de
cincuenta de caballo y de vasallos y veetría (sic) tenía dos mil y quinientos
hombres… la ciudad de Tui se mandaba por él…”. Desde principios del siglo XV
hubo pequeños puertos nobiliarios en las rías de Arousa y Pontevedra: Aldán,
Portonovo, Vilagarcía, Vilanova, Cambados, Fefiñanes… Los mareantes eran la
clase dirigente entre los pescadores, se trataba de un grupo urbano, siendo más
de dos mil en la cofradía del “Corpo Santo” de Pontevedra a mediados del siglo
XVI, pero en el gobierno de la villa tuvieron poco papel. Existió un
enfrentamiento crónico entre la villa y la Moureira[2]
(social y comercial). Los mareantes se enriquecían de la venta del pescado, en
lo que entraban en competencia con los mercaderes intramuros. Los mareantes de
Combarro ejercieron en Pontevedra como si fueran vecinos por acuerdo de 1491:
“fornecer cercos y sacadas, salgar, arengar y cargar”.
Existieron mercaderes de condición hidalga, y
la nobleza gallega no desdeñó comerciar, aunque lo hiciese más o menos
indirectamente. Entre la burguesía de las ciudades y villas gallegas, aún las
más dinámicas, se perpetuó el sistema de valores económicos señoriales, incapaz
de confiar aquella en formas de hacer dinero que no sean la renta de la tierra
y, por extensión, de la propiedad urbana.
Solamente en seis años de la segunda mitad del
siglo XV, descargaron en Valencia alrededor de mil comerciantes residentes en A
Coruña y los principales puertos de las Rías Bajas. La autora a la que sigo se
pregunta si existió en Galicia un patriciado urbano, contestándose que no si
por ello se entiende vida noble y combinación de riqueza, cultura y ocio. Pero
Lopo Gómez de Mendoza fue una excepción: promotor de los estudios
universitarios en Santiago, fue notario, mercader, armador de buques y procedía
de un antiguo linaje de cambiadores compostelanos. Fue uno de los patronos del
Estudio Viejo de Santiago, fundado en 1495, precedente de lo que sería luego la Universidad fundada
por los arzobispos.
Desde fines del siglo XIV y principios del XV,
mercaderes de Santiago y de las villas arzobispales aforaban pequeños puertos
para controlar directamente sus negocios: en 1398 el arzobispo da en foro a
Diego Rodríguez de Noya, vecino de Muros, el lugar de Noal, en Porto do Son.
Pero en Galicia no llegó a formarse nunca nada parecido a una liga urbana tipo
Hansa o de la Hermandad
de las Marismas; predominaban la insolidaridad y las rivalidades, a lo que
contribuían las mas malas comunicaciones terrestres.
Los lugares con los que mantenían relaciones
comerciales los propietarios de buques eran, por orden de importancia,
Barcelona, Valencia, Inglaterra, Andalucía, Flandes, Mediterráneo, Génova,
golfo de Vizcaya, Portugal, Gaeta, L’Ecluse[3]
y Francia.
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