Bautizo de judíos en un retablo de Arnau Bassa |
“A lo largo de los siglos la materia religiosa
no se ha caracterizado por un estado de libertades”. Así comienza uno de sus
capítulos José Cruz Díaz en su obra “Los judíos en la transición de la España moderna: entre el
reconocimiento (estatuto jurídico) y la intolerancia”[1].
Considera este autor que desde el punto de vista de la relación entre el poder
político y la comunidad judía, el lapso de tiempo viene determinado por la
época contemporánea: exactamente, desde comienzos del s. XIX. Luego entra en
una serie de consideraciones sobre el concepto de tolerancia, por el cual
discurre gran parte de la historia de la Europa medieval, moderna y contemporánea. La
tolerancia, dice, fue un hallazgo filosófico para encontrar una salida a las
guerras de religión.
En cuanto a España, lo que se ha llamado
“España de las tres culturas” se remite, por la mayoría de los especialistas, a
los siglos XII y XIII, mientras que la intolerancia religiosa surgió o se
acentuó en los siglos XIV y XV. En la Edad
Media española distingue, con García Ulecia, dos épocas: una,
caracterizada por la tolerancia y la convivencia entre las tres religiones
monoteístas, y otra, posterior, desde fines de la baja Edad Media, animada por
el celo religioso, la intolerancia, la reacción violenta contra las minorías
étnico-religiosas y la imposición de los estatutos de limpieza de sangre.
Los judíos, en el mundo cristiano, fueron
forzados a renunciar al proselitismo, aunque el autor considera que aquellos no
renunciaron a practicarlo. La pretensión de universalidad –dice- es inherente a
toda religión, por lo que los cristianos temían el proselitismo judío,
llevándoles a conversiones forzosas que hizo que tantas comunidades judías se
extendieran por el mundo a principios de la Edad Moderna.
Citando a Domínguez Ortiz dice que “no es
verdad que hubiera habido previamente [a la expulsión de los judíos] una etapa
de convivencia ideal”, sino de difícil coexistencia. Por su parte, Fletcher, a
quien también cita nuestro autor, previene contra la idea de una al-Andalus
ilustrada y tolerante: los mozárabes fueron siempre ciudadanos de segunda fila
en los reinos musulmanes, tanto como los mudéjares en los reinos cristianos: “la España mora no fue una
sociedad tolerante… Las comunidades cristianas mozárabes… estaban aterradas y
desmoralizadas. En el reino zirí de Granada hubo un alboroto antijudío en 1066,
que se saldó con miles de muertos y de supervivientes huidos. Posteriormente
alcanzó a los judíos la ola de integrismo almohade.
Las primeras aljamas en territorio cristiano
fueron las de Tudela en Navarra (1170), la de Zaragoza unos años más tarde y la
de Zorita de los Canes en Castilla, lo que implicó el inicio de un
reconocimiento jurídico a la minoría judía. A partir de ese momento la cultura
judía pudo florecer gracias únicamente a la negligencia y laxitud religiosa y
moral de los gobernantes cristianos, que debieron ver más la utilidad de los
judíos que otra cosa. Así, cabe hablar según algunos autores de dos “edades de
oro” para los judíos: antes de la llegada de los almohades y desde mediados del
s. XII a mediados del XIV.
El autor al que sigo señala que los judíos
constituyeron un puente entre Oriente y Occidente, que se reflejó sobre todo en
el esplendor de Toledo. Las “elites” judías se habían formado en la cultura
árabe durante los primeros siglos de la Edad
Media, ensombreciendo el acervo cultural cristiano. Este
fenómeno está enlazado con el despliegue general de la cultura árabe sobre
extensísimos territorios, recogiendo corriente culturales de Persia, India e
incluso de China. Sobre ese fondo surgió la cultura de los abbasíes hasta que
la irrupción de los nómadas de las estepas la dejaron moribunda. Los judíos,
por su parte, manejaban varios idiomas, y salvo los rabinos, no hablaban
hebreo, por lo que pudieron desempeñar un papel de primer orden en la
transmisión de aquel saber musulmán/oriental. Traducían del árabe al romance y
de aquí al latín.
En España la situación de los judíos fue más
favorable que en otros lugares de Europa (antes de la Inquisición de los
Reyes Católicos). De ello supieron sacar provecho y participaron, entre otros
hitos, en el conjunto de traducciones que se han sintetizado erróneamente como
“escuela de traductores de Toledo”, porque ni se limitó a esta ciudad ni estuvo
institucionalizada dicha “escuela”. Se trató de que occidente conociese la obra
de Aristóteles, mientras que Europa estaba sumida en el neoplatonismo
representado por Agustín de Hipona.
Los judíos, por otra parte, se adaptaron bien
según viviesen en territorio musulmán o cristiano, por eso algunos autores, más
que hablar de tres “culturas” hablan de tres religiones, pero “dos culturas”,
estando los judíos participando en la islámica o en la cristiana según los
casos. Para Heinrich Heine los intelectuales judíos asquenazíes[2]
vieron que en la España
medieval no había “progromos”, y aquellos, junto con el resto de las
comunidades, adoptaron actitudes pragmáticas para sobrevivir. Por eso José Cruz
Díaz dice que más que tolerancia, a los judíos se les “soportaba” dada su
adaptabilidad. En cuanto a los musulmanes en territorio cristiano nada de
tolerancia: el uso del árabe estuvo expresamente prohibido; Cisneros hizo
quemar, tras la conquista de Granada, “un millón de libros en árabe”
(seguramente serían muchos menos) y en 1501 los reyes ordenaron la destrucción
de todos los coranes.
Otra cosa es, que con las sucesivas operaciones
repobladoras a lo largo de la Edad Media,
a los reyes les interesase conservar la población conquistada, y aún así hubo
musulmanes que prefirieron emigrar al Magreb, al reino nazarí y se dieron
grandes sublevaciones de musulmanes en la baja Andalucía y en Murcia
(1264-1266). Durante el reinado de Alfonso X de Castilla, sin embargo, existió
una “escuela euroárabe” que tuvo autorización pontificia y que estuvo bajo la
protección de la catedral de Sevilla. Y esto contrasta con las capitulaciones
de Tortosa y Tudela, que ordenan a los musulmanes a abandonar sus casas e irse
a vivir a los arrabales, aunque se les mantiene en sus posesiones mediante el
pago de un diezmo que el Corán establecía.
A la contra, durante el reino nazarí se
hicieron desaparecer todas las iglesias que estaban contraídas; para poder
sostener el brillo de la corte y pagar las parias a Castilla, se sometió a la
población –también cristiana- impuestos tan abusivos que sobrepasaban las
normas coránicas (una cosa es la religión y otra las necesidades del Estado).
Los judíos –a pesar de su docilidad- fueron despreciados en territorio musulmán
y cristiano; la “convivencia de los tres credos consistía en evitar todo
contacto posible, y aún así esta situación en España es mucho más favorable
para los judíos que por las mismas fechas (siglos XII y XIII) en Europa, donde
el antijudaísmo era descarnado. La
Biblia de la Casa de Alba (s. XV)[3]
fue encargada por el maestre de Calatrava, otra muestra de “tolerancia”
relativa.
En los siglos siguientes –dice el autor- hasta
el XVIII, España renuncia a una parte de sí misma. No es casual que el decreto
de expulsión de los judíos se firmara tres meses después de la toma de Granada.
Goytisolo habla de “descuaje brutal de la presencia árabe y judía en la cultura
neolatina de la Edad Media.
Hubo, tras la conquista de Granada, de acabar con el pasado, y este “acabar”
fue más violento en España por cuanto los lazos anteriores habían sido más
estrechos y fecundos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario