Gracias al “Libro de Beneficios del Arzobispado
de Toledo” (1501) hecho a instancias de cardenal Cisneros sabemos, entre otras
cosas, el valor económico de las prebendas de los clérigos en la época. Desde
el siglo XIII se produjeron algunas novedades eclesiásticas en las ciudades:
una renovación del mensaje religioso por las órdenes mendicantes y el aumento
de los espacios “sagrados” en las ciudades, según el estudio hecho por María
José Lop Ortín[1]. La autora analiza el peso
eclesiástico en seis ciudades del arzobispado de Toledo, justo las que eran
cabezas de arcedianatos: Toledo, Talavera, Madrid, Guadalajara, Ciudad Real y
Alcaraz.
Fue –dice la autora citada- en una constitución
del sínodo de Talavera de 1498, donde se dispuso que arciprestes y vicarios presentaran
una relación de todos los beneficios existentes en sus territorios, en
conjunto, 23 arciprestazgos y 3 vicarías. Entre otras informaciones se mandó
que se explicitara si el clérigo cumplía con su obligación de residencia. El
documento es excepcional en el conjunto de las diócesis castellano-leonesas.
El arzobispado de Toledo coincide en líneas
generales con un amplio espacio al sur del Sistema Central que se corresponde
con la antigua taifa toledana del siglo XI, y que los cristianos llamaron luego
Reino de Toledo y, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, Castilla la Nueva. Estas tierras se caracterizaban por la dispersión urbana, lo que se corresponde con la
dispersión del poblamiento, hasta el punto de que las ciudades citadas, salvo
Toledo, estaban muy marcadas por su entorno rural. En la
Edad Media tuvieron, además, un acusado
carácter militar.
Todas, salvo Alcaraz, estaban ya bajo dominio
cristiano en las primeras décadas del siglo XIII (aunque una estaba por
fundarse, Villa Real en 1255), mientras que la citada, a partir de 1213. Todas
eran ciudades de realengo excepto Talavera, que en 1369 fue entregada por
Enrique II a la mitra toledana, y todas tenían amplios alfoces excepto Ciudad
Real, que estaba rodeada por los dominios calatravos. Por último cinco de
ellas, excepto Alcaraz, tuvieron representación en Cortes.
Es necesario pararse sobre el concepto de
ciudad en la época, pues Toledo tenía unos 27.000 habitantes a finales del
siglo XV, mientras que el resto estaba en una media de 6.000. Toledo tenía,
desde el siglo XIII, su catedral gótica, situada sobre el solar de la mezquita
mayor musulmana, y después de dos siglos de obras, contaba con un poderoso cabildo de 14 dignidades, 40 canónigos mansionarios (residentes), 20 canónigos extravagantes
(honoríficos), 50 racioneros, unos 200 capellanes, 40 clerizones y una amplia
red de servidores y oficiales laicos. Todos ellos controlaban buena parte de la
economía toledana, su cultura, sus prácticas religiosas, sus obras de caridad y
otros aspectos de la vida urbana y el amplio alfoz. Los canónigos eran los que
tenían mayor formación y pertenecían a las familias más influyentes, siendo el
valor de sus prebendas muy superior al del resto del clero.
Las colegiatas son iglesias que no tienen la
consideración de catedral (no están regidas por un obispo) pero tampoco son
meras parroquias, sino que cuentan con un cabildo de canónigos que se proponían
vivir en comunidad bajo una regla, agustiniana generalmente. En la segunda mitad
del siglo XII el arzobispo Castellmoron y el cabildo dotaron a las colegiatas de
Talavera y Toledo de una serie de posesiones y más tarde el arzobispo Díaz
Palomeque dotó a sus abades de “dignidad”, aunque su papel era meramente
testimonial (abad, sodeán, tesorero y chantre[2]),
pero eran responsables de la parroquia de San Martín, creada en plena judería
una vez que los judíos fueron expulsados. La colegiata de Talavera consolidó un
importante patrimonio a partir de donaciones de los reyes y de los arzobispos,
mandas testamentarias y derechos de enterramiento de nobles y clérigos.
El conjunto de las cuatro ciudades tenían 66
parroquias en 1501 con 64 curatos y 30 prestameros (tenían reconocida una
pensión). Los beneficios en estas parroquias (siempre en el año citado)
oscilaban entre 300 maravedíes y 16.000, pero la mayoría oscilaban entre 2.000
y 5.000 mrs. Los que superaban estas cantidades eran los de Toledo, sobre todo… una canonjía de la catedral de Toledo valía 120.000 maravedíes y una
ración unos 25.000: todo un negocio.
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