La población de Galicia era, en el siglo XIX,
religiosa, pero desconocedora de la
Biblia, y esto se puede decir del resto de España. Esa
religiosidad no impidió que hubiese litigios frecuentes entre los feligreses y
los curas, fundamentalmente por los derechos de estola y las oblatas que estos
reclaman, y estos litigios llegaban en ocasiones a los juzgados, cobrando
más relevancia por cuanto, a finales del siglo citado, Galicia contaba con el
más elevado índice de sacerdotes por habitantes (412). Aquellos se encontraban
mal distribuidos, pues el 80% del clero estaba en ciudades y villas grandes[1].
Este clero tenía, en su mayoría, una formación mínima (tres años de latinidad,
un año de filosofía y dos de teología) y los estudios bíblicos solo se
abordaban en los últimos años, no llegando todos a ellos.
En la época estudiada había colonias de
ingleses en Vigo, A Coruña y Ferrol, siendo sus actividades el comercio
exterior, la industria naval, el ferrocarril y el transporte marítimo,
intensificándose el servicio de buques entre los puertos de Carril, Vigo y A
Coruña con los del sur de Inglaterra. Había vicecónsules ingleses en Ribadeo,
Viveiro, O Barqueiro, Ferrol, Fontán, Laxe, Camariñas, Corcubión, Muros,
Vilagarcía, Carril, Pontevedra, Vigo y Marín, lo cual explica el interés por el
comercio con Galicia. A ello se unió que fueron regresando gallegos que se
encontraban en la emigración, algunos ya convertidos al protestantismo.
Pero el protestantismo español del siglo XIX no
está relacionado con el del XVI, más bien se trata de una pluralidad de
derivaciones de lo que fue la gran reforma religiosa. Las Asambleas de Hermanos
que llegan a Galicia procedían de Irlanda y de Inglaterra, más bien abiertas
como las de J. Müller y R. Chapman, e incluso llegan a lugares de difícil
acceso aunque empiecen por la costa; se trata de fundamentalistas en la
interpretación de la Biblia,
como el testimonio evangélico sostenido en solitario, durante los años 1823 y
1827 por el profesor de matemáticas del Instituto, Don Pedro Casarrubios
Mardcos, antes de que, en 1837 visitase Galicia George Borrow y en 1863 el
Gobernador Civil de A Coruña constatase que el protestantismo afectaba “a la
moral” de los españoles. En el mismo año el cardenal García Cuesta señaló que
ningún escrito religioso puedía circular sin la licencia de la autoridad
eclesiástica, pero lo cierto es que libros publicados fuera de España se
introducen como “contrabando”, según el citado cardenal, el cual se pronuncia
también contra las predicaciones protestantes, que se habían dado antes en
Barcelona, Sevilla, Málaga, Madrid y Valladolid. Se señala a dichos libros como
“contra la religión cristiana” y el Capital General del Departamento Marítimo
de Ferrol, en 1868, habla de “libros y folletos contra la religión y moral
cristiana”.
Desde 1878 ya abundan los colportores
(vendedores de Biblias) de origen escocés, sobresaliendo Severo Millos en Vigo,
que fueron denunciados por el diputado provincial Antonio López de Neira, que
tropezaron con la dificultad de las altas tasas de analfabetismo, pero la
ciudad de Pontevedra fue una de las principales de Galicia y cuando en 1889 dos
predicadores evangélicos inician su actividad, el Gobernador les advierte de
que los cánticos y predicaciones no se debían oír en la calle, habiéndose
establecido ya un cementerio municipal para católicos y otro, al lado, para
disidentes. Cuando T. Blamire y su esposa abandonaron Pontevedra en 1882 para
trasladarse a Marín, el vecindario llevaba ya dos años enfrentado con el cura.
La oposición católica al culto protestante
pronto se hizo notar, como se puede ver en el “Diario de Galicia” del año 1895,
siendo por lo menos en A Coruña, la mayor parte de los protestantes, de clase
obrera aunque muchos de ellos tendrían que emigrar, otros perdieron su trabajo
tras ser bautizados en la fe protestante, persecución que fue dirigida por los
curas y obispos: el de Tui, Valero, señaló en 1878 que “nada hay menos moral y
evangélico que sus falsas doctrinas”. No obstante, el Ayuntamiento de Vigo
había concedido permiso al Vicecónsul de Inglaterra para el cierre de un
terreno de 1.372 m2,
al lado del cementerio católico de Picacho, para dedicarlo a cementerio
protestante, lo que no implicó la propiedad del terreno, que siguió siendo
pública.
De todo ello poco ha quedado, dada la
secularización creciente de la sociedad, y así como la población tiende a
prácticas religiosas más relajadas y distantes, los protestantes, en sus
diversas ramas, también han ido escaseando, aunque aún quedan algunos
testimonios en villas y ciudades de Galicia, de las que Marín y Pontevedra son
algunos ejemplos.
[1] Benito González Raposo, “O protestantismo en
Galicia”, Xerais, 2000 (el presente artículo está basado en dicha obra).
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