lunes, 9 de octubre de 2017

Judíos contra Roma

La meseta de Masadá y sus restos arqueológicos


Gesio Floro, procurador romano en Judea desde el año 64 de nuestra era, cometió tantos abusos que soliviantaron a la población judía, lo que llevó al levantamiento del año 66 y la guerra subsiguiente hasta el 74.  El historiador Flavio Josefo hace responsables, por parte judía, a los defensores de la “cuarta filosofía”[1], entre los que se encuentran los zelotes.

Tras la muerte del rey Herodes Agripa (44 d. C.) los procuradores romanos que se fueron sucediendo soliviantaron más o menos a los judíos, creándose un clima de tensión contra la corrupción de los magistrados romanos (Cumano en torno a 50 d. C., Félix a continuación, Luceyo Albino y Gesio Floro, el cual hizo bueno al anterior, pues el historiador judío señala en su obra como se recordaba a Albino como bueno en comparación a Floro). Centros de protesta fueron, sobre todo, Cesarea Martítima (donde había población greco-siria y judía) y Jerusalén. En esta ciudad, ya Poncio Pilato había pretendido construir un acueducto con dinero del Templo; había situado escudos votivos (sin imágenes) con el nombre del emperador Tiberio en el “praetorium”, aunque el emperador ordenó retirarlos y ponerlos en el templo de Augusto en Cesarea Marítima, al darse cuenta de que era una actitud desafiante del prefecto.  De Floro dice Josefo que no solo no quiso evitar la guerra sino provocarla, pues sus abusos y rapiñas le llevaron a colaborar con bandoleros para enriquecerse. En Jerusalén, las provocaciones de Floro fueron tales que, para sofocar las protestas, infantes y caballeros romanos provocaron una masacre, haciendo que la tropa actuase “con una crueldad hasta entonces desconocida”, dice Flavio Josefo.

El procurador de Siria, Cestio, superior de Floro, fue informado de esto pero no pudo contener ni los abusos ni las revueltas judías, pues los más extremos, zelotes y “sicarii”, no estuvieron dispuestos a soportar aquellos abusos y ofensas. Agripa II envió su apoyo a Jerusalén para secundar a los grupos judíos más moderados (sacerdotes entre ellos), con lo que se ve que el conflicto no fue solo contra Roma sino civil entre judíos, pero fue desbordado por las circunstancias. Eleazar, a la cabeza de los rebeldes, se hizo con una parte de la ciudad y estos prendieron fuego a la casa del sumo sacerdote Ananías, al palacio de Agripa y al edifico que contenía los archivos, donde se encontraban los contratos y préstamos. Pero también entre los más rebeldes hubo enfrentamientos, particularmente entre los que siguieron a Eleazar y los que lo hicieron con Manahem, hijo de Judas el Galileo. Los de Eleazar aprovecharon una coyuntura que les resultó favorable para capturar a Manahem mientras oraba en el Templo, lo torturaron y lo mataron, acabando así mismo con la guarnición romana.

Otras ciudades donde hubo conflicto fueron Filadelfia, Gerasa, Pela, Escitópolis, Gadara, Hipo, Gaulanitide, Cadasa, Ptolemaida y Gaba. En Maqueronte la guarnición romana entregó la fortaleza a los judíos, mientras que fracasando el gobernador de Siria en sofocar las revueltas, se hicieron cargo de ello Vespasiano y Tito (67 a 70 d. C.) futuros emperadores. Durante esta guerra se produjo el asedio y destrucción de Jerusalén[2] por las tropas de Tito (año 70) y en aquel año se produjo la ocupación de las últimas fortalezas judías: Herodion, Maqueronte y Masadá. La primera está muy cerca, al sur de Jerusalén, sobre un altozano, habiendo pertenecido a los asmoneos; Maqueronte se encuentra en la región de Perea, en la actual Jordania, y Masadá junto al mar Muerto, último bastión de los zelotes.

La información que tenemos de esta rebelión y guerra de los judíos contra Roma es de Flabio Josefo, fariseo contemporáneo de los hechos que, aunque algunos historiadores lo han considerado prorromano, otros consideran que es una fuente fiable, pues también critica las divisiones entre los judíos (el resto de las informaciones lo proporciona la arqueología).

Los judíos tenían unas relaciones singulares con los ocupantes romanos: a épocas de colaboración obligada sucedían conflictos violentos. Los zelotes fueron el grupo que más intentó mantener un enfrentamiento larvado con Roma, pero otros sectores como los fariseos fueron más colaboracionistas, además de los judíos más helenizados y con mayor capacidad económica, como es el caso de los saduceos, que solían monopolizar el sumo sacerdocio. El judaísmo no tenía, por tanto, cohesión, a lo que contribuyó la geografía dispersa del país y la inveterada disfunción religiosa respecto a los samaritanos. Además existían lazos de clientelismo, por lo que aquellos que se encontraban dependientes de los romanos tendían a mantener buenas relaciones con ellos.

El contexto histórico de la guerra del 66 es el de un mesianismo apocalíptico y liberador, según E. Pitillas, fruto también de la división de la sociedad judía desde la época asmonea, dinastía que consiguió independizar a los judíos en 164 a. C. del dominio del seléucida Antíoco IV. Este había decretado medidas que ponían en peligro costumbres muy arraigadas entre los judíos, como por ejemplo la circuncisión; contando con la colaboración de judíos helenizados, ello provocó la oposición del sacerdote Matatías (166 a. C.) en Modín[3], al noroeste de Jerusalén, lo que llevó al poder a la dinastía asmonea. Pero las tensiones no cesaron ente los que defendían a ultranza los cultos y ritos de la sociedad hebraica, la progresiva influencia helénica y la inquietante difusión del politeísmo. Las querellas dinásticas hicieron que Pompeyo, en el siglo I a. C., interviniese en los asuntos judíos, entre otras cosas porque fueron grupos judíos los que acudieron a la intervención romana para que apoyase al asmoneo Aristóbulo o a Hircano, ayudado este por los fariseos.

La guerra del 66 no fue solo de tipo colonial, sino un conflicto social entre los propios judíos (zelotes, los más radicales, y los notables, inclinados a Roma). El zelote Eleazar ben Simón, hijo del sumo sacerdote Ananías, llegó a suspender el sacrificio diario en honor del emperador romano, y esto llevó a Flavio Josefo a coordinar las fuerzas judías en Galilea contra el Imperio, estando durante cuarenta y siete días soportando el asedio de Jotapata[4] antes de entregarse a Vespasiano. El episodio consistió en una carnicería donde miles de judíos murieron.

Flavio Josefo –dice Eduardo Pitillas- escribió una obra que pretendía convencet al público helenizado, pero no ahorró cifras a la hora de cuantificar las masacres llevadas a cabo por Roma y por sus compatriotas. Josefo interpreta que los sumos sacerdotes no pudieron encauzar el conflicto y se vieron desbordados por los acontecimientos, siendo Jerusalén el escenario de un brutal enfrentamiento civil, donde se dio tanto el radicalismo como el bandidaje. El emperador Tito decidió, por su parte, no destruir el templo, pero el ejército romano se empleó en brutales matanzas, lo que por otra parte era habitual en todos los ejércitos del mundo antiguo.

(Fuente: “El origen de la revuelta judía contra Roma…”, E. Pitillas Salañer).


[1] Partidarios de la libertad a cualquier precio, sin admitir ningún tipo de dominación exterior, en este caso romana. Uno de sus adeptos es Judas el Galileo. Esta intransigencia, que choca con la contemporización de una parte del pueblo judío, no podía traer sino desórdenes y conflictos.
[2] Además del impacto religioso, el templo era una maravilla arquitectónica en su época, según Levine y E. Pitillas.
[3] Antigua el-Midya.
[4] Al norte del actual Israel. Es la moderna Yodfat.

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