La meseta de Masadá y sus restos arqueológicos |
Gesio Floro, procurador romano en Judea desde
el año 64 de nuestra era, cometió tantos abusos que soliviantaron a la
población judía, lo que llevó al levantamiento del año 66 y la guerra
subsiguiente hasta el 74. El historiador
Flavio Josefo hace responsables, por parte judía, a los defensores de la
“cuarta filosofía”[1], entre los que se
encuentran los zelotes.
Tras la muerte del rey Herodes Agripa (44 d.
C.) los procuradores romanos que se fueron sucediendo soliviantaron más o menos
a los judíos, creándose un clima de tensión contra la corrupción de los
magistrados romanos (Cumano en torno a 50 d. C., Félix a continuación, Luceyo
Albino y Gesio Floro, el cual hizo bueno al anterior, pues el historiador judío
señala en su obra como se recordaba a Albino como bueno en comparación a Floro).
Centros de protesta fueron, sobre todo, Cesarea Martítima (donde había
población greco-siria y judía) y Jerusalén. En esta ciudad, ya Poncio Pilato
había pretendido construir un acueducto con dinero del Templo; había situado
escudos votivos (sin imágenes) con el nombre del emperador Tiberio en el
“praetorium”, aunque el emperador ordenó retirarlos y ponerlos en el templo de
Augusto en Cesarea Marítima, al darse cuenta de que era una actitud desafiante
del prefecto. De Floro dice Josefo que
no solo no quiso evitar la guerra sino provocarla, pues sus abusos y rapiñas le
llevaron a colaborar con bandoleros para enriquecerse. En Jerusalén, las
provocaciones de Floro fueron tales que, para sofocar las protestas, infantes y
caballeros romanos provocaron una masacre, haciendo que la tropa actuase “con
una crueldad hasta entonces desconocida”, dice Flavio Josefo.
El procurador de Siria, Cestio, superior de
Floro, fue informado de esto pero no pudo contener ni los abusos ni las revueltas
judías, pues los más extremos, zelotes y “sicarii”, no estuvieron dispuestos a
soportar aquellos abusos y ofensas. Agripa II envió su apoyo a Jerusalén para
secundar a los grupos judíos más moderados (sacerdotes entre ellos), con lo que
se ve que el conflicto no fue solo contra Roma sino civil entre judíos, pero
fue desbordado por las circunstancias. Eleazar, a la cabeza de los rebeldes, se
hizo con una parte de la ciudad y estos prendieron fuego a la casa del sumo
sacerdote Ananías, al palacio de Agripa y al edifico que contenía los archivos,
donde se encontraban los contratos y préstamos. Pero también entre los más
rebeldes hubo enfrentamientos, particularmente entre los que siguieron a
Eleazar y los que lo hicieron con Manahem, hijo de Judas el Galileo. Los de
Eleazar aprovecharon una coyuntura que les resultó favorable para capturar a
Manahem mientras oraba en el Templo, lo torturaron y lo mataron, acabando así
mismo con la guarnición romana.
Otras ciudades donde hubo conflicto fueron
Filadelfia, Gerasa, Pela, Escitópolis, Gadara, Hipo, Gaulanitide, Cadasa,
Ptolemaida y Gaba. En Maqueronte la guarnición romana entregó la fortaleza a
los judíos, mientras que fracasando el gobernador de Siria en sofocar las
revueltas, se hicieron cargo de ello Vespasiano y Tito (67 a 70 d. C.) futuros
emperadores. Durante esta guerra se produjo el asedio y destrucción de
Jerusalén[2]
por las tropas de Tito (año 70) y en aquel año se produjo la ocupación de las
últimas fortalezas judías: Herodion, Maqueronte y Masadá. La primera está muy
cerca, al sur de Jerusalén, sobre un altozano, habiendo pertenecido a los
asmoneos; Maqueronte se encuentra en la región de Perea, en la actual Jordania,
y Masadá junto al mar Muerto, último bastión de los zelotes.
La información que tenemos de esta rebelión y
guerra de los judíos contra Roma es de Flabio Josefo, fariseo contemporáneo de
los hechos que, aunque algunos historiadores lo han considerado prorromano,
otros consideran que es una fuente fiable, pues también critica las divisiones entre
los judíos (el resto de las informaciones lo proporciona la arqueología).
Los judíos tenían unas relaciones singulares
con los ocupantes romanos: a épocas de colaboración obligada sucedían
conflictos violentos. Los zelotes fueron el grupo que más intentó mantener
un enfrentamiento larvado con Roma, pero otros sectores como los fariseos
fueron más colaboracionistas, además de los judíos más helenizados y con mayor
capacidad económica, como es el caso de los saduceos, que solían monopolizar el
sumo sacerdocio. El judaísmo no tenía, por tanto, cohesión, a lo que contribuyó
la geografía dispersa del país y la inveterada disfunción religiosa respecto a
los samaritanos. Además existían lazos de clientelismo, por lo que aquellos que
se encontraban dependientes de los romanos tendían a mantener buenas relaciones
con ellos.
El contexto histórico de la guerra del 66 es el
de un mesianismo apocalíptico y liberador, según E. Pitillas, fruto también de
la división de la sociedad judía desde la época asmonea, dinastía que consiguió
independizar a los judíos en 164
a. C. del dominio del seléucida Antíoco IV. Este había decretado
medidas que ponían en peligro costumbres muy arraigadas entre los judíos, como
por ejemplo la circuncisión; contando con la colaboración de judíos
helenizados, ello provocó la oposición del sacerdote Matatías (166 a. C.) en Modín[3],
al noroeste de Jerusalén, lo que llevó al poder a la dinastía asmonea. Pero las
tensiones no cesaron ente los que defendían a ultranza los cultos y ritos de la
sociedad hebraica, la progresiva influencia helénica y la inquietante difusión
del politeísmo. Las querellas dinásticas hicieron que Pompeyo, en el siglo I a.
C., interviniese en los asuntos judíos, entre otras cosas porque fueron grupos
judíos los que acudieron a la intervención romana para que apoyase al asmoneo
Aristóbulo o a Hircano, ayudado este por los fariseos.
La guerra del 66 no fue solo de tipo colonial,
sino un conflicto social entre los propios judíos (zelotes, los más radicales,
y los notables, inclinados a Roma). El zelote Eleazar ben Simón, hijo del sumo
sacerdote Ananías, llegó a suspender el sacrificio diario en honor del
emperador romano, y esto llevó a Flavio Josefo a coordinar las fuerzas judías
en Galilea contra el Imperio, estando durante cuarenta y siete días soportando
el asedio de Jotapata[4]
antes de entregarse a Vespasiano. El episodio consistió en una carnicería donde
miles de judíos murieron.
Flavio Josefo –dice Eduardo Pitillas- escribió
una obra que pretendía convencet al público helenizado, pero no ahorró cifras a
la hora de cuantificar las masacres llevadas a cabo por Roma y por sus
compatriotas. Josefo interpreta que los sumos sacerdotes no pudieron encauzar
el conflicto y se vieron desbordados por los acontecimientos, siendo Jerusalén
el escenario de un brutal enfrentamiento civil, donde se dio tanto el
radicalismo como el bandidaje. El emperador Tito decidió, por su parte, no
destruir el templo, pero el ejército romano se empleó en brutales matanzas, lo
que por otra parte era habitual en todos los ejércitos del mundo antiguo.
(Fuente: “El origen de la revuelta judía contra
Roma…”, E. Pitillas Salañer).
[1] Partidarios de la libertad a cualquier precio,
sin admitir ningún tipo de dominación exterior, en este caso romana. Uno de sus
adeptos es Judas el Galileo. Esta intransigencia, que choca con la
contemporización de una parte del pueblo judío, no podía traer sino desórdenes
y conflictos.
[2] Además del impacto religioso, el templo era una
maravilla arquitectónica en su época, según Levine y E. Pitillas.
[3] Antigua el-Midya.
[4] Al norte del actual Israel. Es la moderna
Yodfat.
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