sábado, 21 de octubre de 2017

Navarra medieval


Prepirineo navarro

Hay varios hitos en el devenir de este reino que empezó llamándose de Pamplona: el primero, el pacto suscrito con las autoridades del Islam peninsular; el alzamiento a comienzos del siglo X, como rey de Pamplona, de Sancho Garcés, produjo un gran giro político que en parte se debe al prestigio militar de ese rey y a la solidaridad de la nobleza endogámica[1]; desde este reinado se edificó el estado que apenas alcanzaba la extensión de un condado, antes vinculado a los carolingios, cuando hasta dicho reinado estaba bajo el control de los Banu Qasi. Sancho el Mayor, durante el primer tercio del siglo XI, incorporó mediante conquista unos 3.500 km2, algunos de los cuales en contacto con el Islam. La unión con Aragón se rompió cuando Alfonso el Batallador legó los dos reinos a las órdenes militares, dando entonces solución dinástica separada Aragón por un lado y Navarra por el otro. Sancho VI fue el que rompió los vínculos vasalláticos con Castilla y Sancho VII fue reconocido por la curia romana en 1196.

La “Navarra nuclear”, como denomina la autora a la que sigo al territorio originario del reino, partió del antiguo municipio romano de Pompaelo, apto para el cultivo de cereales y vid entre los meandros del Arga y sus afluentes. Hasta entrado el siglo IX no hay constancia escrita de la tierra de Deyo, al oeste de la actual Navarra, y la conquista de Zaragoza durante el reinado de Alfonso I el Batallador, permitió el reparto de heredades, aldeas y almunias a os miembros de la nobleza militar y a los eclesiásticos.

Pero el entramado poblacional se conformó de manera muy parecida a como era en época tardorromana, y en el siglo IV debió darse la organización eclesiástica que luego perduraría. En el siglo V perduraban los núcleos semiurbanos (oppida y castra), así como las aldeas (“villae”). El soporte demográfico era denso en la “Navarra nuclear” con pequeñas aldeas que superaban el millar, vinculadas la mayor parte al patrimonio regio, integradas en los “fisci” o latifundios fiscales de tradición romana. En un menor porcentaje eran de titularidad nobiliaria o eclesiástica.

La “elite” de los “seniores” o “domini”, el monarca, las abadías o la sede episcopal, con el andar del tiempo, poseyeron la mayor parte de las heredades campesinas, las cuales generaban provechosas rentas a los primeros. Fuera de la “Navarra nuclear”, si tomamos los casos en los que hay una mayor diferencia entre el número de villas y los km2 sobre las que se extendían, nos encontramos con que los valles axiales contaban con 1.770 en una superficie de 232 km2, mientras que el reborde occidental tenía 218 sobre 1.231 km2, todo ello a principios del siglo X, pero cabe suponer que la situación era igual o muy parecida en siglos anteriores y posteriores. En torno al año 1000 el originario reino de Pamplona habría llegado a sus cotas máximas de saturación demográfica.

En los confines transmontanos del Pirineo se da la particularidad de que en el Baztán, por ejemplo, durante el siglo XI, la mayoría de la población era hidalga, una nobleza menesterosa que no tuvo más remedio que emplearse en el trabajo para subsistir. Las tierras nuevas se extendían hasta Nájera y la “tierra de nadie” en Bardenas. Estas zonas estaban pobladas por núcleos aislados con escasa población, donde los vestigios de la tradición romana habían desaparecido, por ello se llevó a cabo un proceso repoblador parecido al de las “extremaduras” castellana y aragonesa por iniciativa de los monarcas, siendo estos territorios, en su mayoría, señoríos de realengo, lo que no impidió que los reyes encomendasen a las “elites” distritos y funciones (honores) “sub manu regis”.

En la ribera tudelana la conquista no comenzó hasta 1084; en 1119 era un territorio fuertemente islamizado y densamente poblado, que contó con una rica estructura socio-económica de larga tradición hispano-musulmana. El pujante núcleo tudelano hizo girar en torno a sí el conjunto de almunias agrarias de base dominical y titularidad aristocrática. Los reyes repartieron estas tierras a los miembros de la alta nobleza y a monasterios, pero la feracidad de estas tierras provocó, a finales del siglo XII, un intento de rescate por parte de Sancho VII.

Por su parte, Nájera quedó adscrita en 1076 dentro de la órbita castellano-leonesa, y no solamente aquí, sino en otras villas y en la propia Pamplona, se dio una política premeditada de los reyes para atraer a extranjeros, particularmente francos, hasta el punto de que el término “franco” era sinónimo de hombre librado de cargas serviles y capaz de poseer bienes raíces “ingenuos”, en plena propiedad, mientras que los infanzones eran una suerte de nobles que en su tono de vida apenas diferían del villano, aunque hubiese infanzones de óptima alcurnia, barones, además de los consagrados a las armas (caballeros, “milites”). Martín Duque dice que la formación del primer “burgo” navarro fue Estella.

Los fueros que se fueron concediendo a las villas hasta 1219 fueron los de Estella, Sangüesa, Tudela, Puente la Reina, Pamplona, Olite, Monreal, Larrasoaña, Los Arcos, Villava, Burguete, Villafranca y Viana, estando la mayoría de estas poblaciones en una imaginaria diagonal que pasase desde el Pirineo medio navarro hasta el suroeste de la actual provincia.



[1] “Poblamiento medieval en Navarra”, Julia Pavón Benito (en esta obra se basa el presente artículo).

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