Prepirineo navarro |
Hay varios hitos en el devenir de este reino
que empezó llamándose de Pamplona: el primero, el pacto suscrito con las autoridades
del Islam peninsular; el alzamiento a comienzos del siglo X, como rey de
Pamplona, de Sancho Garcés, produjo un gran giro político que en parte se debe
al prestigio militar de ese rey y a la solidaridad de la nobleza endogámica[1];
desde este reinado se edificó el estado que apenas alcanzaba la extensión de un
condado, antes vinculado a los carolingios, cuando hasta dicho reinado estaba
bajo el control de los Banu Qasi. Sancho el Mayor, durante el primer tercio del
siglo XI, incorporó mediante conquista unos 3.500 km2, algunos de los cuales en
contacto con el Islam. La unión con Aragón se rompió cuando Alfonso el
Batallador legó los dos reinos a las órdenes militares, dando entonces solución
dinástica separada Aragón por un lado y Navarra por el otro. Sancho VI fue el
que rompió los vínculos vasalláticos con Castilla y Sancho VII fue reconocido
por la curia romana en 1196.
La “Navarra nuclear”, como denomina la autora a la que sigo al territorio originario del reino, partió del antiguo municipio romano
de Pompaelo, apto para el cultivo de cereales y vid entre los meandros del Arga
y sus afluentes. Hasta entrado el siglo IX no hay constancia escrita de la
tierra de Deyo, al oeste de la actual Navarra, y la conquista de Zaragoza
durante el reinado de Alfonso I el Batallador, permitió el reparto de
heredades, aldeas y almunias a os miembros de la nobleza militar y a los
eclesiásticos.
Pero el entramado poblacional se conformó de
manera muy parecida a como era en época tardorromana, y en el siglo IV debió
darse la organización eclesiástica que luego perduraría. En el siglo V
perduraban los núcleos semiurbanos (oppida y castra), así como las aldeas (“villae”).
El soporte demográfico era denso en la “Navarra nuclear” con pequeñas aldeas
que superaban el millar, vinculadas la mayor parte al patrimonio regio,
integradas en los “fisci” o latifundios fiscales de tradición romana. En un
menor porcentaje eran de titularidad nobiliaria o eclesiástica.
La “elite” de los “seniores” o “domini”, el
monarca, las abadías o la sede episcopal, con el andar del tiempo, poseyeron la mayor parte de las heredades campesinas, las cuales generaban
provechosas rentas a los primeros. Fuera de la “Navarra nuclear”, si tomamos
los casos en los que hay una mayor diferencia entre el número de villas y los
km2 sobre las que se extendían, nos encontramos con que los valles axiales
contaban con 1.770 en una superficie de 232 km2, mientras que el reborde
occidental tenía 218 sobre 1.231 km2, todo ello a principios del siglo X, pero
cabe suponer que la situación era igual o muy parecida en siglos anteriores y
posteriores. En torno al año 1000 el originario reino de Pamplona habría
llegado a sus cotas máximas de saturación demográfica.
En los confines transmontanos del Pirineo se da
la particularidad de que en el Baztán, por ejemplo, durante el siglo XI, la
mayoría de la población era hidalga, una nobleza menesterosa que no tuvo más
remedio que emplearse en el trabajo para subsistir. Las tierras nuevas se
extendían hasta Nájera y la “tierra de nadie” en Bardenas. Estas zonas estaban
pobladas por núcleos aislados con escasa población, donde los vestigios de la
tradición romana habían desaparecido, por ello se llevó a cabo un proceso
repoblador parecido al de las “extremaduras” castellana y aragonesa por
iniciativa de los monarcas, siendo estos territorios, en su mayoría, señoríos
de realengo, lo que no impidió que los reyes encomendasen a las “elites”
distritos y funciones (honores) “sub manu regis”.
En la ribera tudelana la conquista no comenzó
hasta 1084; en 1119 era un territorio fuertemente islamizado y densamente
poblado, que contó con una rica estructura socio-económica de larga tradición
hispano-musulmana. El pujante núcleo tudelano hizo girar en torno a sí el
conjunto de almunias agrarias de base dominical y titularidad aristocrática.
Los reyes repartieron estas tierras a los miembros de la alta nobleza y a
monasterios, pero la feracidad de estas tierras provocó, a finales del
siglo XII, un intento de rescate por parte de Sancho VII.
Por su parte, Nájera quedó adscrita en 1076
dentro de la órbita castellano-leonesa, y no solamente aquí, sino en otras
villas y en la propia Pamplona, se dio una política premeditada de los reyes
para atraer a extranjeros, particularmente francos, hasta el punto de que el
término “franco” era sinónimo de hombre librado de cargas serviles y capaz de
poseer bienes raíces “ingenuos”, en plena propiedad, mientras que los infanzones
eran una suerte de nobles que en su tono de vida apenas diferían del villano,
aunque hubiese infanzones de óptima alcurnia, barones, además de los
consagrados a las armas (caballeros, “milites”). Martín Duque dice que la formación del primer “burgo” navarro fue Estella.
Los fueros que se fueron concediendo a las
villas hasta 1219 fueron los de Estella, Sangüesa, Tudela, Puente la Reina, Pamplona, Olite,
Monreal, Larrasoaña, Los Arcos, Villava, Burguete, Villafranca y Viana, estando
la mayoría de estas poblaciones en una imaginaria diagonal que pasase desde el
Pirineo medio navarro hasta el suroeste de la actual provincia.
[1] “Poblamiento medieval en Navarra”, Julia Pavón
Benito (en esta obra se basa el presente artículo).
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