Uno de los mejores conocedores de la nobleza
gallega durante la Edad Moderna
es Antonio Presedo Garazo[1],
particularmente sobre el papel jugado por la hidalguía gallega como beneficiaria de
los subforos y de otras rentas producidas por la población agraria.
En 1570 el abad de San Martín Pinario aforó un
lugar y casal en Boimil por el tiempo de tres voces, a cambio de una renta
anual de 0,23 Hl. de centeno y la cuarta parte del labradío y monte
perteneciente a la cuarta parte sin cura del beneficio de Boimil, a cambio del
pago de 0,48 Hl. de centeno al año. Las instituciones eclesiásticas
aprovecharon los contratos forales con la hidalguía para tener en explotación
ciertas propiedades que, de no ser por el dominio útil, no solo quedarían
yermas y descuidadas, sino que podrían ser trabajadas a espaldas de la
administración de los monasterios; la hidalguía garantizó, pues, la
rentabilidad de los foros eclesiásticos. Las compras de Gerónimo Gil de Quiroga
entre 1582 y 1597, clérigo de O Courel, presentan tres máximos en 1588, 1591 y
1595 y los contratos agrarios se mantuvieron regulares excepto entre 1590 y
1591 (el máximo). El capital de este personaje entre los años citados fue el
que sigue (en reales):
Herencias
|
Labradío
|
Prado
|
Casas
|
Árboles
|
Rentas
|
2.501,5
|
1.682
|
107,5
|
327
|
12
|
3.125,5
|
El capital de la familia Quiroga de Noceda,
entre 1598 y 1650, en reales, fue el siguiente:
Herencias
|
Labradío
|
Prado
|
Rentas
|
Otros
|
643,5
|
700
|
355,5
|
385
|
66
|
La familia Quiroga-Armesto, por ejemplo,
afianzó su dominio en O Courel en tierras pertenecientes a la jurisdicción
ordinaria del rey, llegando a integrarse en el funcionamiento de la ciudad de
Lugo, y Bernardo de Armesto aparece a veces como fiador de cantidades debidas al
cabildo.
El autor citado ha señalado dos vías complementarias
para la formación de los patrimonios de la hidalguía gallega: usufructuando el
dominio útil de las tierras y otros medios de producción, y mediante la compra
de bienes alodiales. Administraba el dominio útil a cambio de una renta anual y
gozaba de los beneficios derivados del subaforamiento de las propiedades, bien
entendido que dicha renta de quienes poseían el dominio eminente solía ser
fija, mientras que la renta del subforo sufría modificaciones con el tiempo.
Muchos campesinos tuvieron que vender sus propiedades coincidiendo con
situaciones de dificultad, convirtiéndose entonces en colonos, y la relación
que guardan las operaciones de compraventa con las crisis coyunturales de la
economía agraria y el acaparamiento de tierras por parte de los poderosos es
clara. La incidencia de estas crisis de subsistencia en la consolidación de los
patrimonios hidalgos ha sido estudiada por Leirós de la Peña (1986) para el siglo
XVIII, y un ejemplo notable es el de la familia de Parga, de la casa de
Fontefiz.
La hidalguía del interior gallego protagonizó
excelentes inversiones en bienes patrimoniales, pero también se destacó como
intermediaria. Diego Belón, en O Incio, recibió el señorío del coto poseyéndolo
junto con el dominio útil de sus tierras, el pazo y su jurisdicción civil y
criminal. La familia de Diego Belón gozó en O Incio, desde el comienzo de la Edad Moderna, de la
jurisdicción, con 55 vasallos en el siglo XVIII.
En la segunda mitad del siglo XVIII aumentaron
las búsquedas por parte de los señores para el conocimiento y delimitación de
las posesiones que conformaban sus señoríos, ante la posibilidad de la pérdida
de tierras o de rentas en pleitos con campesinos, vasallos o no. En la tierra
de Lemos, los Valcárcel presentan, en 1748, una situación parecida a la de los
Armesto: el conjunto de tierras explotadas era de 13,27 Ha, la mayor parte
de viñedo (90.95%) teniendo el dominio útil, y tenían que pagar a la Orden de San Juan 7,25 Hl.
de vino anuales, siendo los rendimientos de 8,94 Hl/Ha.
La abundancia de compras convirtió a la
hidalguía en especuladora, y si algo le caracteriza –en la zona estudiada[2]-
es su capacidad para invertir en la compra de bienes rurales, integrándose en
no pocos casos en la dinámica del mercado de la tierra. Un ejemplo de la
mentalidad hidalga a finales del siglo XVIII es la de Don Diego Sanches
Barreda, que en un documento se declara hidalgo, “descendiente de tales,
notorio solar conocido, modesto en comer y beber, y aunque de corto caudal de
hacienda, tengo la que basta para sustentarme”. Como se ve en párrafos
anteriores, las tierras usufructuadas o poseídas por la hidalguía, en general,
no superaban unas pocas hectáreas.
En el inventario “post-morten” de Constancia de
Seoane, hecho en 1628, las transacciones económicas (56) representan el 71,79%,
mientras que los contratos agrarios son insignificantes. La misma, con su
segundo esposo, realizó 61 transacciones económicas (el 55,45%), y 27 contratos
agrarios (el 24,54%) del total de sus operaciones. El memorial de documentos de
Doña Manuela de Sangro, en 1682, presenta los siguientes datos: transacciones
económicas, 142 (59,41%), contratos agrarios, 47 (19,66%) y relaciones
intrafamiliares, 21 (8,78%) de un total de 239 operaciones.
Bastantes propiedades vinculadas procedieron de
campesinos acomodados y no de hidalgos. Como se sabe, la propiedad vinculada ha
de permanecer en manos del linaje y no se puede enajenar; el heredero del
mayorazgo no siempre fue el hijo mayor, varón y nacido de legítimo matrimonio,
mientras que los clérigos quedaron excluidos legalmente de este vínculo; sin
embargo, Don Juan F. Suárez de Deza, canónigo de Santiago, heredó cuando
recayó sobre él el título de marqués de Viance (1767), exclaustrándose años más
tarde. La herencia de los vínculos recaía, muchas veces, en aquel o aquella que
había de unirse con otro linaje, con el fin de acrecentar el patrimonio y así
la condición hidalga, por lo que el matrimonio era un mercado más, una ocasión
para mejorar el patrimonio del linaje.
La ganadería constituyó una fuente de riqueza
para algunos campesinos o ganaderos acomodados, que intentaron o terminaron
convirtiéndose en hidalgos: participaron en actividades especulativas en las
que invirtieron bastante dinero, para lo que necesitaron amplias superficies de
monte. Desde muy pronto los ilustrados gallegos llamaron la atención sobre el
positivo papel de la ganadería en el sector primario, como es el caso del padre
Sarmiento, que destacó los contratos de aparcería como vía ideal para la
obtención de beneficios a partir de la cesión del ganado. El canónigo
compostelano Pedro Antonio Sánchez señaló el lastre que representaban
determinadas cargas fiscales indirectas para el desenvolvimiento de la cabaña
ganadera gallega[3]
Como queda dicho estuvieron excluidos de los
vínculos los religiosos (aunque ya vimos una excepción, y hubo más), los
disminuidos y los delincuentes, pero esto se saltó según las influencias. Ya
hemos visto el caso del canónigo Suárez de Deza, y en la vinculación de Don
Santiago Blanco (1715) se dice: “y dichos bienes no se pueden confiscar por
delito alguno, pues mi voluntad es que en el caso de cometerlo algún poseedor…
de privar al tal sucesor veinticuatro horas antes y que pase a otra línea que
no sea descendiente del que cometiere el delito”.
No es de extrañar que las casas hidalgas
colocasen a algunos de sus miembros en puestos eclesiásticos destacados de
Compostela, integrándose en la vida del cabildo catedralicio. El marqués de
Viance tuvo tres canónigos de su familia; la casa de Fraga tuvo a un racionero
en Santiago a fines del Antiguo Régimen, y uno de la casa de Rego do Pazo se
convirtió en canónigo en 1852.
Pero la hidalguía también tuvo actividades
fuera de la agricultura, como la ganadería y la protoindustria rural, con el
fin de redondear sus ingresos. En la explotación de la granja de Vilanova,
perteneciente a la Orden
de San Juan de Jerusalén, el viñedo representaba el 90.95% en un total de 13,27 Ha., mientras que el
labradío, el prado, la huerta y otros usos ocupaban el 9% restante (año 1748).
El marquesado de Viance, en O Courel, dedicó la mayor parte de las tierras a
labradío en un total de 15,14
Ha. En el año 1689 los Prado de Boimorto obtuvieron de
sus propiedades en siete feligresías[4]
un total de 88,41 Hl. de centeno y 36,32 Hl. de vino.
Los señores de la casa de Fraga participaron en
la confección de textiles, y el batán utilizado por esta familia, en 1726, era
del cura de Santa Mariña de Xiá, el cual recibía de renta por ello 0,40 Hl. de
pan. Pero más que el textil tuvo importancia la siderurgia, en la que está
demostrada la participación monástica en la Galicia oriental. Ramón Villares destaca la
participación de la hidalguía rural en la gestión de estas ferrerías al
estudiar la casa de Lusío, con una producción, a mediados del siglo XVIII, de
20 Tm. de hierro anuales. Otros han estudiado la casa de Quintá con sus
ferrerías en la Sierra
de Courel. El catastro de Ensenada y Cornide Saavedra señalan que la ferrería
de Lor producía una media anual de 71,3 Tm., y Lucas Labrada describe, en 1804
que “hay siete herrerías con 26 operarios, a donde trabajan 1.130 Qm. de hierro
anuales. La ferrería de Lousadela, en O Courel, contaba en 1778 con 10.840
sacos de carbón en su almacén para una fundición de 34,45 Tm. de hierro, además
de 57 Qm. de hierro “de vanda”, más 45 de hierro viejo. La ferrería de Penacoba
perteneció a los señores de Maside, en Bóveda…
Hubo una crisis de subsistencia, estudiada por
Meijide Pardo, en 1768-1769 debida a la caída de la producción agrícola en
torno a 1763 en las comarcas orientales y centrales de la actual provincia de
Lugo, y esto se nota sobre todo en el centeno, el trigo y los reales en
circulación, particularmente en el caso de los señores de Vilarxoán entre 1753
y 1766.
[1] “Os devanceiros dos pazos”, Edit. Sotelo
Blanco, 1997. Es la fuente principal para este artículo.
[2] Sureste de la actual provincia de A Coruña, en
torno a Betanzos, el oeste y sur de la actual provincia de Lugo.
[3] “La economía gallega en los escritos de…”,
1973.
[4] Dormeá, Rdieiros, Boimil, Boimorto, Arceo,
Regodeigón y Beade.
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