Es el título de una obra de A. Jardé[1]
donde este autor señala que es desde el Egeo y Creta a partir de donde se
extiende el progreso de Grecia. Los pobladores más primitivos de Grecia
hablaban lenguas no indoeuropeas y los antiguos llamaron a estos pobladores,
anteriores a los que reconocían como helenos, pelasgos, es decir, los que
todavía no hablaban una lengua helénica. Estos pelasgos fueron influidos por
los egeo-cretenses y a finales del siglo XV a. de C. aparecen nuevos pueblos
que prolongan su influencia durante toda la segunda mitad del segundo milenio:
son los que las fuentes egipcias llaman “pueblos del mar”, los cuales serían
los antepasados de los pueblos clásicos de Grecia y Asia Menor, los cuales sí
empleaban lenguas indoeuropeas.
Podemos llamar a uno de estos pueblos, aqueos,
cuyas migraciones son cercanas en el tiempo al 2000 a. de C. y posteriores,
mientras que las de los dorios en torno a 1200, uno de esos pueblos del mar.
Los aqueos habrían llegado a Creta y arrasado con los palacios existentes,
haciéndose navegantes en contacto con el Egeo y los dorios son los que
introducen la metalurgia del hierro en Grecia. Lo movimientos de población que
en el siglo X a. C. se agitan en el Egeo desembocaron en la formación de la Grecia asiática. La oposición
de una raza doria y de una raza jónica no ha sido la causa, sino la
consecuencia, de la guerra del Peloponeso y, de hecho, los espartanos y
atenienses no tenían ninguna diferencia específica; las dos ciudades (Esparta y
Atenas) debieron distinguirse muy poco una de otra en el siglo VIII y, en el
VI, Esparta no estaba todavía aislada del mundo griego. El espíritu dorio,
conservador, militar y aristocrático era el de toda la Grecia arcaica; la
diferencia se hizo poco a poco con el desenvolvimiento histórico.
Allí donde cesa la mutua penetración de la
tierra y el mar, allí acaba la verdadera Grecia, pudiendo dar como frontera
aproximada de la Grecia
antigua el límite que trazó para la
Grecia moderna el acuerdo de 1881. El Epiro, que está más al
norte, no constituía para de ella por lo menos en época clásica. Sobre los
elementos griegos se extendió una espesa capa ilírica y solo en el siglo III a.
C. entrará Epiro entre los estados griegos. Acarnania y Etolia, al sur del
Epiro, no estaban mucho más helenizadas, su población era griega e ilírica,
comenzando aquí las influencias griegas con el comercio de Corinto.
Antiguamente, en Tesalia la población era de
pastores, probablemente pelasgos, pero ya se encuentran aqueos a mediados del
segundo milenio; en época clásica es un país griego de cultura, pero
geográficamente diferente, siendo célebre su fertilidad cerealera y la
importancia de sus caballos, que habría influido para la leyenda de la lucha
entre centauros y lapitas.
Como en el caso de Esparta con los mesenios y
otros pueblos sometidos, los tesalios sometieron a los que llamaron penestes,
teniéndoles a medio camino entre la esclavitud y la libertad, encontrándose
esta clase de siervos en los países ocupados por los dorios.
El Beocia, el régimen económico dominante fue
el de la pequeña propiedad y su agricultura fue tan importante que en Tebas se
prohibió el acceso a las magistraturas a los comerciantes. Allí llegaron las
influencias micénicas, de lo que son muestras los palacios de Cadmea y de la isla
de Gea, además de la tumba cuculiforme llamada tesoro de Minias. Los
palacios-fortaleza de Cadmea se levantaron después de 1400, más parecidos a los
castillos medievales que a los palacios abiertos de Creta[2].
Las ciudades griegas, aunque no formaron un
estado unificado hasta el siglo IV a. C., solían federarse por regiones o con
fines militares, religiosos (anfictionía) o económicos (moneda), dándose la
excepción de Orcómeno que tenía moneda propia en la primera mitad del siglo VI
a. C. La formación de “ligas” es conocida en Tesalia, Ática, Laconia…
En el espacio griego la montaña ocupa el 80% de
todo el territorio y las islas una proporción mayor, teniendo en cuenta que son
montañosas y muchos casos, consecuencia de volcanes, y de hecho el culto a Poseidón
se localiza en las regiones con más sacudidas telúricas. Como en el caso de las
penínsulas Itálica e Ibérica, la
Grecia antigua tenía mucha más vegetación que ahora.
Es clásico atribuir la fragmentación política a
una estructura geográfica fraccionada por las montañas, las penínsulas y el
mar. En cuanto a la noción de frontera, no era la misma que en la actualidad;
no existía una raya aduanera y la ciudad solo tenía jurisdicción sobre los
ciudadanos; donde terminaban las tierras de estos, allí terminaba el territorio
de una polis cuando estas se llegaron
a formar superando la primitiva organización en genos. Las guerras no solían comenzar como consecuencia violaciones
fronterizas, sino por actos de pillaje como robo de ganado o hurto de cosechas.
Aquellos antiguos griegos contaron con riquezas
más allá de la agricultura, la ganadería y los bosques: el mármol del Pentélico
(a 16 km.
de Atenas), las canteras de Kara (a 6 km. de Atenas), Naxos y Paros y los mármoles
de Ática explotados sobre todo a partir del siglo V a. C. El cobre se explotó
en Eubea, el bronce en Calcis, el hierro en Laconia, Beocia, Eubea y las
Cícladas; la plata en Thasos y Siphnos, Laurión desde fines del siglo VI y en
Maronea desde 483 a.
C. El oro en Thasos, Macedonia y Tracia. Pero la agricultura fue siempre la
ocupación principal y la más importante fuente de riqueza, pero a medida que
disminuyó el bosque la ganadería perdió importancia.
Las tierras cultivables no superaban el 25 o el
30% del total, siendo los cereales, los frutales, la vid y e olivo los
productos fundamentales, pero como de algunos cereales, por ejemplo Atenas, era
deficitaria, orientó su política exterior hacia los países productores: Egipto,
Sicilia (con dificultades por la oposición de Corinto) y el Ponto Euxino. La
densidad de población se ha calculado para algunas regiones: Mesenia, menos de
40 h/km2 en el siglo V y otro tanto Laconia, mientras que Ática 90 h/km2. La
dependencia alimentaria de toda Grecia respecto del extranjero, habría
condicionado su expansión comercial por el Mediterráneo y el mar Negro.
[1] “La formación del pueblo griego”, Unión
tipográfica editorial hispano americana, México, 1960.
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