Iglesia bizantina en Nesebar (Bulgaria) patria de Esopo |
Una mujer, a la que se le había muerto el
marido, llevaba cuatro días llorando desconsolada sobre su sepultura sin querer
comer ni dormir. Cerca de allí, un soldado que vigilaba los cuerpos de dos
crucificados, oyendo sus desesperados lamentos, se acercó a consolarla. La
viuda rechaza varias veces sus efusivas muestras de afecto hasta que al fin
acaba correspondiendo a sus deseos, y yace con él sobre la tumba del marido.
Mientras tanto, alguien se lleva uno de los crucificados que el soldado tenía a
su cargo, y al descubrir la falta este se echa a llorar de rabia y
desesperación por el castigo que le espera. Viéndolo así, la mujer le manda
desenterrar el cadáver de su marido y colgarlo en lugar del crucificado.
Esta es la antigua fábula que parece tener su
origen en Grecia o quizá en algún lugar de oriente, y que pone de manifiesto
–como en casos posteriores- la misoginia y concepción que sobre la falsedad de
las mujeres se ha tenido en épocas distintas. Camino Noia Campos ha estudiado
esto y a ella sigo aquí[1].
Esopo debe de ser el primero en dar forma a esta fábula, griego del siglo VI a.
de C., y luego fueron Fedro y Petronio la que la divulgaron, en el siglo I de
nuestra era. En su “Satiricón”, Petronio cuenta esta fábula cuya protagonista
es una matrona de Éfeso y Trimalción un liberto que se ha ido enriqueciendo y
que –en la fábula- solía dar grandes banquetes, mientras que Eumalpo, el
narrador de la historia, odia a los ricos.
Mileto y Éfeso, al parecer, eran centros de la
literatura erótica, habiendo sido los griegos los que inventaron e amor cómico,
aunque ya en fábulas indias del siglo II a. de C. se encuentren historias
burlescas sobre relaciones amorosas. En Grecia fueron los cínicos los que
divulgaron este tipo de literatura, que unían a sus excentricidades una
propensión a vivir frugalmente.
La primera documentación que se conserva en
Europa de las fábulas de Esopo es un manuscrito que se incluyó en la
“Accursiana”, del siglo IX, colección de fábulas hecha en Bizancio en el siglo
I a. de C., editada por Bonus Accursius en torno a 1479. La fábula que se
contiene en esta colección cuenta que una mujer que ha perdido a su marido
lloraba todo el día junto a su tumba. Al escucharla un labrador que araba con
una yunta de bueyes cerca del cementerio, quiso yacer con ella y, dejando los
bueyes en el campo, se acerca llorando a la viuda. Al verle tan apenado, la
mujer le pregunta por que llora y el labrador le dice que acaba de enterrar a
su esposa. “A mí me pasa lo mismo”, asegura la mujer. “Entonces deberíamos
consolarnos juntos amándonos igual que hacíamos con nuestros esposos”, responde
el labrador. La mujer estuvo de acuerdo y así lo hicieron. Mientras tanto
alguien se llevó los bueyes del labrador, que al no encontrarlos llora de
desesperación. Sorprendida ante el repentino cambio de humor, la mujer le
pregunta por que vuelve a llorar y él le responde: “Ahora lloro de verdad”.
Uno de los primeros en recoger la fábula de “La
matrona de Éfeso” en la Edad Media
fue el clérigo inglés Juan de Salisbury, en su obra “Policraticus”, donde
expone la conducta infiel y lujuriosa de las mujeres. De esta obra parece que
la tomó Marie de France para su “La femme qui fist pendre sun barun”. De
mediados del siglo XII hay también un “Novellino” italiano con una historia de
una viuda infiel, la cual pasó a los ejemplarios medievales como modelo de la
falsedad de las mujeres. En el siglo XIII se escribió la fábula “Historia
Septem Sapientium Romae” y los “exempla” de Jacques de Vitry y de Etienne de
Bourbon, que también tratan este tema. Así se llega al siglo XV con el dominico
Jean de Gobi.
El asunto continuó en siglos posteriores y, en el año 2000, la autora a la que sigo dice haber escuchado a una anciana de la provincia de A Coruña la fábula de “Os homes e a mula”: dos aldeanos que iban de camino con una mula vieron como de una casa sacaban a un difunto mientras la viuda lloraba desconsoladamente. Lamentándose de ver así a la mujer, uno de ellos le dijo al otro que se proponía yacer con ella esa noche, pero el otro no le creyó. Llegaron entonces al acuerdo de apostar la mula y, llegando la noche, el osado llamó a la puerta de la viuda pidiendo ser acogido, pues no disponía de techo donde guarecerse. Ella se lamentó diciéndole que no tenía lugar alguno, pero él le propuso que aceptaría pasar la noche en la cocina. Así fue, pero al poco, cuando ya la mujer estaba en su lecho, oyó las quejas del huésped, que dijo tener mucho frío… La mujer le dijo entonces que podría compartir su cama, pero cada uno en un extremo. Así se hico pero no cesaron las quejas por el frío que decía tener el hombre, lo que llegó a la mujer a aceptar que se acercase a ella. Cuando los se ayuntaban, exclamaba la mujer “¡Ai, meu homiño! ¡Ai, meu homiño, que pronto ch’olvidei!” (sic). Escuchando el otro hombre que el primero se había salido con la suya, exclamó: ¡Ai, puta, e perdín a mula!.
El asunto continuó en siglos posteriores y, en el año 2000, la autora a la que sigo dice haber escuchado a una anciana de la provincia de A Coruña la fábula de “Os homes e a mula”: dos aldeanos que iban de camino con una mula vieron como de una casa sacaban a un difunto mientras la viuda lloraba desconsoladamente. Lamentándose de ver así a la mujer, uno de ellos le dijo al otro que se proponía yacer con ella esa noche, pero el otro no le creyó. Llegaron entonces al acuerdo de apostar la mula y, llegando la noche, el osado llamó a la puerta de la viuda pidiendo ser acogido, pues no disponía de techo donde guarecerse. Ella se lamentó diciéndole que no tenía lugar alguno, pero él le propuso que aceptaría pasar la noche en la cocina. Así fue, pero al poco, cuando ya la mujer estaba en su lecho, oyó las quejas del huésped, que dijo tener mucho frío… La mujer le dijo entonces que podría compartir su cama, pero cada uno en un extremo. Así se hico pero no cesaron las quejas por el frío que decía tener el hombre, lo que llegó a la mujer a aceptar que se acercase a ella. Cuando los se ayuntaban, exclamaba la mujer “¡Ai, meu homiño! ¡Ai, meu homiño, que pronto ch’olvidei!” (sic). Escuchando el otro hombre que el primero se había salido con la suya, exclamó: ¡Ai, puta, e perdín a mula!.
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