Quintana Redonda (Soria) |
En el obispado de Osma
no había muchos conversos, pero la herejía judaizante estaba bien arraigada,
según ha estudiado José Mª Monsalvo Antón. Cuando llegó la expulsión de los
judíos en 1492, lejos de solucionar el problema converso, se intensificó la
contradicción entre la religión externa y las creencias íntimas, además de que
el judaísmo ha ejercido siempre una gran influencia en el cristianismo. La
acción inquisitorial y el problema converso condicionaron las actitudes
mentales y el ambiente cultural durante siglos.
El autor citado estudió
las visitas de la Inquisición durante
la última década del siglo XV y primeros años del siguiente, por lo tanto no se
trata de procesos y los testigos, cristianos y judíos (estos antes de la
expulsión) van a ir declarando. Y. Baer[i]
considera que “en lo fundamental” el análisis que la Inquisición hizo del
carácter de los conversos era correcto. Durante sus doce años de actividad
antes de la expulsión la Inquisición descubrió alrededor de 13.000 conversos (…)
que seguían adheridos a la religión de sus padres, pero el número, según
Monsalvo Antón, debía de ascender a decenas de miles.
Son raros los casos de
personas acusadas una sola vez y, respecto al tiempo al que aluden las
declaraciones –en el caso del obispado de Osma- puede retrotraerse 40 ó 50
años, predominando los que describen situaciones de las últimas décadas del
siglo XV. En las declaraciones se anotan muchos datos, pero también si el
acusado está vivo o es difunto, formando el conjunto cientos de testimonios y
varios miles de acusaciones. El autor ha estudiado los casos de 338 personas
sospechosas, de las cuales 74 son mujeres, muchas de las cuales esposas o
familiares de hombres también inculpados.
El obispado de Osma es
un territorio pequeño, una especie de “Montaillou”[ii],
donde el grupo más numeroso de acusados fue de eclesiásticos (31), servidores y criados (16), zapateros (14), seguidos de
sastres, tejedores, traperos, plateros, tundidores, bolseros, cuberos,
carpinteros, pellejeros, un principal de los franciscanos de Castilla
(no se constata que fuese converso, pero parecía simpatizar con los herejes),
escribanos, bachilleres o licenciados, un “sabio" alquimista, un procurador,
físicos y cirujanos, dos mozos de espuelas, tres contadores,
cinco mercaderes, cuatro labradores, dos arrendadores y alcabaleros, todo ello en las localidades de Martialay, Quintana Redonda,
Tejado, Tejahuerce, Vildé y otras del obispado, incluyendo Soria y Gormaz.
La variedad de delitos
es grande, dándose el caso de que en una misma persona podían recaer varias
acusaciones: practicar la religión judaica y defender públicamente algunas de
sus doctrinas, realizar oraciones en hebreo, seguir el culto judaico y dar
limosnas a la sinagoga, observar fiestas religiosas judías, practicarse la circuncisión,
creer en supersticiones, hacer magias o hechicerías. Un caso es el de la
barragana de un clérigo de Soria que, hacia 1485, practicó un ritual para saber
si un enamorado suyo, de viaje en Roma, estaba vivo. Entre los conversos
circulaba literatura supersticiosa, muy abundante entonces, y en la península
Ibérica se empezó más tarde a acusar de ello en relación al resto de Europa
occidental.
Otras herejías sujetas
a denuncia fueron las blasfemias, pero no todos los blasfemos eran conversos,
formando parte de un lenguaje transgresor que no cuestiona la fe. Son evidentes
las huellas de una cultura popular irreverente, fenómeno generalizable en la
época (el “realismo grotesco” de Mijail Bajtin), pero la Inquisición no
condena, hasta la segunda mitad del siglo XVI, este tipo de comportamientos,
empezando a caer cristianos “viejos” como víctimas. Se trata de planteamientos
escépticos contra el cristianismo ortodoxo y la Iglesia. Toda herejía –dice Monsalvo
Antón- suponía una contestación dotada de un contenido social, contestación de
las ideas sobrenaturales y contra la Iglesia, sus dogmas y sus ministros.
Cabe distinguir entre
hereje, apóstata y cismático: si alguien ha recibido el bautismo y luego niega
alguna de las “verdades” que han de ser creídas, es lo primero; si abandona la
fe cristiana es lo segundo; si rehúsa someterse a la autoridad de la Iglesia es
lo tercero. Claro que hubo herejes y apóstatas al mismo tiempo. El concepto de
Dios es el menos vulnerado, pero un carnicero de Soria se mostró ateo cuando
dijo (según un testigo) “no hay Dios”. Un tejedor de Soria (ya difunto cuando
se le acusa), habiendo sido sorprendido robando, se expresó: “que no hay Dios…
que todo es burla”. Un carnicero converso de Soria dijo: “Yo no creo nada sino en
un solo Dios verdadero…”. Un calderero soriano dijo que “en este mundo [no hay]
sino nacer y morir”. Un mayordomo de Gormaz se lamenta de que muchos que sirven
a Dios viven pobres y otros que se olvidan de él hacen fortuna. Aquí hay una
crítica social evidente; existe la consciencia de que “hay que apartarse algo
de Dios para conseguir el éxito y el dinero, idea muy querida entre los
conversos con posibilidades de promocionarse socialmente”. Un escribano
converso de Soria recomendaba a un amigo que “volviese las espaldas a Dios” si
quería hacerse rico. La dicotomía dinero/salvación es muy acusada, como el
binomio dinero/Dios.
Un cura de Quintana
Redonda consideró que la circuncisión es un requisito para salvarse, y la mujer
de un agujetero y la de un mesonero, ambas de Soria, creen que se debe derramar
agua de los cántaros cuando alguien ha muerto cerca… Estas personas siguen
pensando como judíos, aunque sean oficialmente cristianos. La frase “todo es
nacer y morir” es conversa por excelencia, y así pensaba un cura de Tejado
según los testigos presenciales. Un cura de Aranda dice a una mujer que no haga
caso sobre paraíso e infierno, pues no existen. Un labrador de Renieblas
también dijo que “solo hay nacer y morir”, aunque tratándose de ese oficio
puede que no hubiese sido judío.
[i] “Historia
de los judíos”.
[ii] Uno de
los últimos centros de los albigenses o cátaros, en el Pirineo francés.
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