Puerta y muralla de Hattusa, capital hitita |
El río Kizilirmak,
conocido en época hitita como Marrassantiya, recorre el este y centro de la
península de Antatolia a lo largo de más de 1.300 km. Su curso va primero en
dirección suroeste, gira hacia el norte y desemboca en el mar Negro. Era la
única frontera natural del imperio hitita, aunque fácilmente vadeable, y por lo
tanto no evitaba invasiones y amenazas de pueblos enemigos de los reyes
hititas. El imperio estuvo continuamente sufriendo amputaciones territoriales,
pero reponiéndose también a partir de nuevas conquistas y sometiendo
territorios y pueblos vasallos en Anatolia, Siria y más al este.
El segundo milenio a.
de C. es el de los hititas, más concretamente los siglos XVII a XIII, aunque su
civilización se prolongase por más tiempo. Durante dicho período algunos
territorios hititas estuvieron ocupados por enemigos, sobre todo en el norte y
nordeste. En la zona del Ponto, al norte, vivían los kaskas, conglomerado de
grupos montañeses que invadieron el territorio hitita y lo ocuparon varias veces;
fueron ocasión para grandes devastaciones que llevaron a pactos, intercambios y
conflictos entre hititas y kaskas, de los que hablan las fuentes estudiadas por
los historiadores[i].
Hacia el sudeste
estaban los hurritas, que invadieron la frontera oriental hitita por lo menos
durante el reinado de Hattusili I, en la segunda mitad del siglo XVII a. de C.
En otras ocasiones continuaron amenazando los territorios hititas tanto en
Anatolia como en Siria.
En el siglo XIV las
conquistas de Suppiluliuma I dieron a los hititas cierta tranquilidad antes de
que llegase el tiempo de la desaparición del imperio. Hacia el sudoeste estaba
Arzawa, un territorio más o menos definido cuyos habitantes llegaron a ser
vasallos de los hititas, pero con rebeliones frecuentes contra ellos e incluso
invadiendo el territorio de Hatti.
Los reyes hititas
tuvieron que defender con frecuencia el curso inferior del río Kizilirmak
(cerca del mar Negro); en el sudeste, el llamado país de Isuwa, tapón entre Hatti y Mitanni, y en el sur
de Anatolia el llamado país de Kizzuwadna, que cayó en manos de los hititas y
de los hurritas en momentos distintos. En definitiva, el territorio imperial
hitita variaba mucho y -en ocasiones- los habitantes de una región más o menos
extensa eran tan solo vasallos nominales de Hatti. Los reyes hititas llevaron a
cabo una política de repoblaciones en las zonas que habían sido devastadas, e
incluso ocupadas en algún caso por los kaskas. La amenaza hurrita en el este y
sudeste intentaron combatirla con operaciones militares y con la diplomacia.
Pero los hititas
tuvieron gran número de estados vasallos en Anatolia y el norte de Siria, obra
de empresas militares, que alcanzó su máximo desarrollo con las conquistas de
Suppiluliuma I y de Mursili II en el siglo XIV. Los estados vasallos
permanecían con sus gobernadores locales y el vasallaje se detallaba minuciosamente en los tratados que se imponían por parte de Hatti. Teóricamente estos tratados
eran contratos entre dos personas, el rey hitita y el gobernador vasallo, de
forma que cuando uno de ellos fallecía había de redactarse otro tratado. Los tratados obligaban a los vasallos a ciertas contribuciones
militares, pero podían recibir ayuda de este tipo en caso de necesidad; lo
más importante, sin embargo, era el pago del tributo anual por parte de los
estados vasallos[ii].
Luego venía una alianza matrimonial entre el gobernador vasallo y una princesa
de la familia real hitita, pasando a ocupar esta la primacía entre las demás
mujeres del vasallo, lo que se manifestaba cuando llegaba el momento de la
sucesión, que debía recaer en la estirpe de la princesa.
Si el trono hitita era
usurpado, lo que fue frecuente hasta Telepinu (finales del siglo XVI a. de C.),
el vasallo quedaba libre de las obligaciones contraídas, pero volvía a tener
que cumplirlas si el rey hitita depuesto volvía al poder. En bastantes casos
los gobernantes locales gozaron de lo que se llamó kuirwana, traducido a veces –según Trevor Bryce- como “protectorado”.
Se aplicó a los reyes de Arzawa (al oeste de la península de Anatolia) antes de
ser sometidos al vasallaje, y a los reyes de Kizzuwadna (al sureste) y de Mitanni.
En teoría eran gobernantes independientes aliados, por lo tanto en una posición más ventajosa que la del gobernante vasallo, lo que se reconocía cuando llegaban a
Hattusa para rendir homenaje al rey hitita. No pagaban tributos, pero en la
práctica disponían de poca libertad para actuar por su cuenta y ni siquiera
podían tener una política exterior propia.
Los fugitivos
disidentes del régimen hitita eran perseguidos con saña, poniendo todo el
empeño en recuperarlos para el castigo que les correspondía, y aquí cumplían un
papel importante los gobernadores vasallos. Debe tenerse en cuenta que los
reyes de Hatti sufrieron rebeliones con frecuencia hasta la estabilidad que
consiguió Suppiluliuma I en Siria; Mursili II, por su parte, pudo dedicarse a
la total conquista de Arzawa, lo que completó la tan deseada “estabilidad”.
Aunque hay mucho de
reiterativo y formulario en los tratados, estos demuestran un buen conocimiento
de la región de que se tratase, así como las particularidades históricas de los
vasallos en cada caso. Hubo también virreinatos a partir de Suppiluliuma I en
Siria: uno en Alepo y otro en Carkemish, al frente de los cuales estuvieron dos
de sus hijos, Telepinu[iii]
y Piyassili, que imprimieron la civilización hitita en estas regiones,
perdurando varios siglos después del hundimiento de Hatti. Tarhuntassa, en el
sur de Anatolia, fue un virreinato durante breve tiempo, y en el siglo XIII a.
de C. fue puesto bajo la autoridad directa de un miembro de la familia real
hitita.
Hatti fue llevado en no
pocas ocasiones al borde del desastre por sus enemigos, entre los que se
encuentran los luvitas (en el oeste y sudoeste) y los hurritas, sobre todo
durante los tres primeros siglos. Los luvitas ocuparon extensas áreas del oeste
de Anatolia desde principios del segundo milenio, y quinientos años más tarde ya
se conocía la región como Luwiya, aunque dicha denominación no implicaba
entidad política alguna, apareciendo luego otra denominación: Arzawa. Esta
abarcaba cierto número de estados vasallos en el oeste y sudoeste de Anatolia;
además de Arzawa propiamente dicha formaban parte de ese territorio
Miza-Kuwaliya, el País del río Seha, Hapalla y Wilusa[iv].
Durante los siglos XV y
XIV parecen haberse formado confederaciones en Arzawa[v],
donde Arzawa propiamente dicha ejercía como primus
inter pares respecto a los otros jefes, pero nunca se formó un reino unido,
no obstante haber conseguido una profunda invasión en territorio hitita en el
siglo XIV. Incluso a mediados del segundo milenio los habitantes de habla
luvita habían ocupado buena parte de la costa sur de Anatolia.
Uno de los subgrupos de
Arzawa fue el pueblo Lukka, aunque esta diversidad no está atestiguada antes
del siglo XIII. Tampoco Lukka fue nunca una entidad política, no se conocen
reyes ni tratados de vasallaje con el rey hitita, pareciendo tratarse de un
conglomerado de comunidades independientes. Los habiru, por su parte, eran
grupos nómadas o seminómadas que incluían marginados sociales, fugitivos y
mercenarios que vagaban por las montañas y bosques de Siria.
¿Cómo gobernar un
imperio con tantos peligros y con los medios del segundo milenio a. de C.? Es
evidente que no se trata de un imperio como los que mucho después conoceremos.
[i] Trevor
Bryce entre otros: “El reino de los hititas”.
[ii] En
alguna ocasión el pago de tributos solamente se impuso con los vasallos sirios.
[iii]
Obviamente es otro personaje distinto al que fue rey de Hatti.
[iv]
Próximos a las costas del Egeo, en concreto Wilusa en el noroeste y, más al
sur, el País del río Seha y Arzawa menor (el núcleo del país).
[v] El mayor
asentamiento de luvitas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario