Los gallegos de tiempos
pasados tuvieron que dedicarse a actividades complementarias para superar,
siquiera en parte, sus débiles economías, lo que seguramente ocurrió también en
otras regiones. El profesor González Lopo ha estudiado el papel de la arriería
en el comercio de algunas comarcas de Galicia a partir de una fuente esencial:
el catastro de Ensenada[i].
El autor citado dice
que todos los informes sobre la red viaria gallega, que se redactan entre
mediados del siglo XVIII y finales del XIX, hablan de insuficiencias y que el
tráfico rodado solo era posible en las vías que unían las principales ciudades,
todo ello a pesar del interés de los gobernantes, animados de un espíritu
ilustrado. Los habitantes también reclamaron mejoras en las comunicaciones,
pues los pleitos que llegaron a la Real Audiencia desde la zona de Cotobade o A
Cañiza sobre la conservación y mejora de caminos y puentes así lo evidencian,
estando interesados, para las comarcas objeto de estudio por González Lopo, en
el transporte del vino del Ribeiro y las mercancías que se enviaban a Portugal.
Sin embargo, entre 1840
y 1865, casi el 72% de los 7.500 km. de caminos existentes en Galicia lo eran
de herradura, y aquí es donde está la importancia de los arrieros, que ya
desarrollaron una importante labor profesional en siglos anteriores. Así,
algunas comarcas y ciudades pudieron consumir sal y pescado, y ya durante la
segunda mitad del siglo XVI y las primeras décadas del XVII la economía
pontevedresa se apoyaba fundamentalmente en la pesca y el vino del Ribeiro, que
fue objeto de exportación a Europa y América. Todo ello teniendo en cuenta que
el suroeste de Galicia, como casi toda la región, es montuosa, lo que no
arredró a los maragatos, que con razón se han llevado la fama de la arriería,
siendo algunas comarcas de Galicia “auténticos semilleros” de profesionales del
tráfico ambulante.
Las comarcas que
estudia el autor citado abarcan más de 600 km2 con características diferentes,
pero con dos trazos en común: se trata de una zona muy montañosa cerca de las
sierras del Suido, O Cando y Faro, con alturas que oscilan entre 400 y 1.000
metros, abundantes pastos para las caballerías y una importante cabaña
ganadera. En la actualidad comprende los municipios de Cotobade, A Lama, Ponte
Caldelas, Fornelos de Montes, O Covelo y A Cañiza, además de la feligresía de
San Félix de Lougares. Por estas tierras pasaban las vías de comunicación
interna de mayor vitalidad de Galicia, pues conectaban la región vitivinícola
de O Ribeiro con la costa pontevedresa, así como el camino breeiro que conectaba aquella comarca son Santiago por Terra
de Montes. En Camposancos, lugar de la parroquia de Prado (O Covelo) había un
importante cruce de caminos. En segundo lugar, durante el siglo XVIII se
intensifica el tráfico comercial por la temprana introducción del maíz
(primeras décadas del s. XVII), aumentando la población durante la primera
mitad del XVIII en un 87% (Caldevergazo), 44,6% (Cotobade) y 47,7% (Terra de
Montes). En A Cañiza el número medio de nacimientos se triplica en dos décadas
del siglo XVII, si bien desde finales de este siglo se invierte la tendencia,
pero el número de bautismos aumenta todavía en un 17% hasta el momento máximo
del XVIII. Por lo tanto tenemos, para las épocas señaladas, altas densidades de
población: en 1787 la media gallega duplicaba la del conjunto de España.
No obstante cabe hablar
de contrastes entre las diversas comarcas objeto de estudio, pero el dinamismo
demográfico se reflejó en nuevas entidades administrativas eclesiásticas,
cuando antes algunos lugares eran simples anejos parroquiales. González Lopo
ofrece datos entre 1702 y 1815, en cuyo período siete lugares pasan a ser
parroquias y cuatro más se crean como nuevas. Pero en la década de 1730 se hace
evidente un desfase entre población y subsistencias, por lo que la primera
tendrá que buscar nuevas soluciones, teniendo en cuenta que en las comarcas
estudiadas por González Lopo la superficie de cultivo es escasa: en Cotobade el
16%, en Terra de Montes el 9%, en A
Cañiza el 4,9%. Entonces los labradores se emplearon como jornaleros tanto en
España como en Portugal, y los pobladores de las zonas más agrestes se
dedicaron a la explotación ganadera, como canteros y otros oficios, uno de
ellos el comercio ambulante: arrieros, carreteros, buhoneros… El padrón de 1708
indica que en la jurisdicción de Caldevergazo la proporción de arrieros sobre
el total de vecinos era del 14,6%, mientras que cuarenta y cuatro años más
tarde, el 18%.
Según el catastro de Ensenada
los canteros eran, a mediados del siglo XVIII en Cotobade, el 54,2% del total de
la población; en A Lama el 32,3% eran arrieros, mientras que en Ponte Caldelas,
Fornelos de Montes, O Covelo, A Cañiza y Pazos de Borbén los porcentajes de
labradores oscilaban, a mediados del XVIII, entre el 60 y el 92% sobre el total
de la población. El mismo autor señala que en un total de 18 parroquias de la
comarca estudiada, el porcentaje de arrieros oscilaba, en las mismas fechas,
entre el 20,1 y el 33,7%. Los animales de las recuas eran mulos y mulas además
de jacos (equinos del país), siendo el número de animales empleado por cada
arriero, en el caso de Cotobade 3,1 y en A Lama 2,8, pero existe un arriero
dedicado al transporte de sal que disponía de una recua de ocho animales, seis
mulas y dos jacos, siendo en Cotobade donde se daba la mayor utilidad del
oficio arriero, seguido de A Lama, O Covelo, Ponte Caldelas y A Cañiza, pero en
estos dos últimos casos a mucha distancia del primero, siendo las mulas y mulos
eran más productivos que los jacos.
[i] “La
arriería en el comercio de la Galicia suroccidental según el catastro de
Ensenada”.
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