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Entre 1914 y 1920 el
precio medio anual de la fanega de trigo en Valladolid creció sin pausa: de
algo más de doce pesetas pasó en el último año citado a 27. Pero desde éste
hasta 1923 se produjo un descenso del precio hasta quedar reducido a 18
pesetas. El caso de Valladolid quizá no sea suficiente para explicar todo el problema
de la agricultura norcastellana española, pero sí es un buen ejemplo a tener en
cuenta si consideramos que el precio subió en la medida en que Europa estaba en
guerra y la demanda de cereal era alta, mientras que esto ya no ocurrió al
acabar el conflicto armado.
Se ha dicho que durante
muchas décadas ha habido una permanente lucha entre los intereses de la
burguesía industrial (catalana y vasca fundamentalmente) y los de los
propietarios agrarios (grandes, pequeños y medianos) fundamentalmente
castellanos. Estos se oponían a la importación de cereales, mientras que
aquellos exigían la rebaja del arancel triguero para que las subsistencias no
aumentasen su precio, una de las causas
del aumento del valor de la fuerza de trabajo. Los sucesivos gobiernos
españoles, en las fechas citadas, temieron una crisis de subsistencias,
decretando la prohibición de exportar productos de primera necesidad (agosto de
1914): carbones y minerales, oro y plata amonedados, ganados, trigo, maíz y
otros[i].
Al mismo tiempo, el Ministerio de Hacienda dispuso la exención temporal de
derechos de aduana sobre trigos y harinas de trigo, reduciendo la tasa a pagar
por la importación, mensualmente, una peseta por cada peseta que aumentase el
precio del trigo producido en España.
Las poderosas uniones
patronales impusieron su ley, de forma que cuando Santiago Alba, ministro de
Hacienda, presentó un proyecto en 1916 estableciendo una contribución directa
sobre los beneficios extraordinarios de guerra, como se había hecho en Rusia,
Italia, Gran Bretaña y otros países, la patronal vasca y catalana orquestaron
una campaña de tal magnitud que a principios de 1917 lograron fuese retirado
tal proyecto. Por su parte la patronal agraria castellana supo
instrumentalizar al campesinado (muchos pequeños agricultores trabajaban sus
propias tierras), proponiendo en sucesivas asambleas reducir la superficie
cultivada. En 1918 la Liga Agraria planteó la idea de reducir la siembra en un
75 por ciento.
Pero el alza de los
productos alimenticios, como hemos visto para el caso del trigo al principio de
éste resumen, no cesó y, tras la crisis de 1917, que llevó a una huelga general, se impuso un intervencionismo
estatal más activo. En el verano del año citado se crearon los sindicatos
harineros, encargados de comprar todo el trigo necesario para las fábricas de
su provincia.
Como en Castilla la
Vieja el predominio era de pequeños y medianos agricultores, y no de jornaleros
como en el sur, los dueños de las explotaciones agrarias (grandes, medianos y
pequeños) exigían el ultraproteccionismo para sus productos, cayendo en la
contradicción de que ese mismo proteccionismo lo negaban a los grandes
industriales. Lo cierto es que la agricultura española, en la época que aquí se
habla, estaba atrasada, el tipo de cultivo la condicionaba así como su baja
capitalización, tecnificación y modernización. Esta burguesía agraria (si es que
vale la expresión, porque muchos propietarios vivían en la ciudad) tenían sus
voceros, uno de ellos el periódico vallisoletano “El Norte de Castilla”. A tal
situación se llegó que en 1920 el Gobierno estableció un nuevo régimen de
compra disponiendo la posibilidad de incautarse de las cosechas a quienes no
cedieran el trigo al precio de 56 pesetas el quintal.
El periódico citado criticó
la “protección arancelaria enorme” que favorecía a la industria catalana, y se
expresaba en términos de “agresión inaudita” para los intereses agrarios, y
durante 1921 se intensificó la oposición de estos a los gobiernos, que por si
no tuviesen pocos problemas empezaron a ser de concentración, es decir, sin
programas definidos. Una asamblea de agricultores celebrada en Roa (Burgos) en
el año citado, pidió el cese del Gobierno y la libre exportación de trigo (si
ello se permitiese sería muy probable el desabastecimiento del país, con la
consiguiente subida del precio). En Palencia, el mismo año, otra asamblea contó
con la presencia de la Federación de Sindicatos Católicos, factor ideológico
que mantenía buen control sobre el mundo agrario a favor de los más
conservadores. En otra asamblea celebrada en Burgos siguieron las peticiones
del mismo signo y los agricultores de Peñafiel acordaron declarar una huelga de
contribuyentes si no se cumplían sus demandas.
En 1922 se aprobó un
nuevo arancel, coincidiendo con la caída de las cotizaciones del trigo, lo que
levantó una oleada de indignación agraria en Castilla la Vieja. “El Norte de
Castilla” habla de “los plutócratas catalanes y algunos más diseminados por
España. Cambó ha realizado ya su obra… A Cambó ¿qué le importa España?", en lo
que se nota la oposición a la cultura industrial pero también a los
sentimientos particularistas de un sector de la población de Cataluña.
Una asamblea de Cámaras
Agrícolas llega a hablar en Valladolid de “la injusticia e ilegalidad del
arancel de aduanas” (es evidente que no podía ser ilegal algo que no fue
declarado como tal por tribunal de justicia alguno). La Asociación de
Agricultores de España proclamó en esas fechas que “al obrero del campo español
le tiene condenado nuestra industria textil a ser un harapiento”. Bien sabemos
que no era esa la causa de la pobreza de los pequeños propietarios,
arrendatarios, aparceros y braceros.
Una conferencia en
Burgos de las Diputaciones castellanas pidió “resoluciones radicalísimas”, además de la colaboración a todos los labradores, Ayuntamientos y elementos
sociales. Se pedía la fijación de 15 pesetas oro para el quintal métrico de
trigo importado como tarifa mínima, además de la reducción en todo lo posible
de los derechos de importación para abonos, maquinaria, etc. (proteccionismo para una cosa, librecambismo para la otra). La presión alcanzó cotas tan altas[ii]
que el Gobierno decretó la prohibición de entrada en la Península e Islas
Baleares de trigos y harinas extranjeros mientras no se diesen determinadas
circunstancias.
[i] Carlos
Hermida Revillas, “Coyuntura económica y movilización campesina…”.
[ii] Según
Hermida Revillas, en cuyo trabajo citado arriba se basa el presente resumen.
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