José Ángel Castillo
Lozano ha estudiado las categorías de poder en el reino visigodo de Toledo,
siendo uno de los capítulos el dedicado a Atanagildo, “el primer rey-tirano”.
Éste fue un godo que se rebeló en Sevilla y llegó a ser rey, atribuyéndole las
fuentes visigodas el calificativo de “tyrannus”, guerreando contra el rey Agila
entre 551 y 554 y, venciéndolo, reinando hasta 567.
Castillo Lozano
considera que éste es un buen ejemplo para comprender el funcionamiento de los
grupos de poder en el reino visigodo de Toledo. Se sabe poco de Atanagildo
antes de su levantamiento, pero probablemente era el jefe de un poderoso grupo
aristocrático ligado a su persona a través de la concesión de patrimonio.
Su casamiento con
Gosvinta apuntaría al objetivo de agrandar sus bases sociopolíticas, pues hay
una cierta coincidencia entre este hecho y el asesinato del rey Agila a manos
de los nobles que hasta ese momento le apoyaban. Luis Agustín García Moreno[i]
considera que Atanagildo podría pertenecer al grupo nobiliario de los Baltos,
fundamento de la etnogénesis visigoda, y Gosvinta también era miembro de una
influyente familia: ya tenemos las bases para el encumbramiento al poder regio.
Del papel que ocupó Gosvinta en la rebelión –dice Castillo Lozano- poco
sabemos, pero Orlandis[ii] y
Jiménez Garnica[iii]
consideran que la futura reina sirvió más como acicate que como freno a la ambición
de su marido. Presedo Velo, por su parte, considera que el alzamiento de
Atanagildo tiene que ver con un sentimiento antiarriano de la Bética, aunque
esto cuadra poco con la facción de Gosvinta, arrianos de cuna, según el autor
al que seguimos aquí.
La raíz del nombre
Atanagildo es goda, por lo que es poco probable que el levantamiento de éste
fuese antigermánico, orquestado por las elites hispanorromanas. Lo que sí
parece comprobado es que la rebelión de Atanagildo contra Agila comienza cuando
éste es derrotado por los habitantes de Córdoba, con controlada por el rey
toledano (Agila habría profanado un templo local dedicado al mártir Acisclo[iv]).
Agila perdió en esta ocasión a su ejército, a sus hijos y el tesoro real, lo
que le dejó en una situación muy delicada. Así, Atanagildo comenzó la usurpación
desde la Bética, lo que nos habla de una fuerte tensión entre el poder central
y grupos periféricos, y no hay duda –dice Castillo Lozano- de que los reinados
de Agila y Atanagildo se caracterizan por la máxima diversificación del poder
en grupos autónomos, que no serían sometidos hasta el reinado de Leovigildo.
Algunos historiadores
han pensado en un movimiento separatista en la Bética desde Agila hasta
Hermenegildo, aunque otros no aceptar estos presupuestos, sino que más bien se
trata de una simple lucha por el poder entre diversos grupos nobiliarios. La
idea del “separatismo” se podría aplicar mejor al caso de Hermenegildo, puesto
que éste, además de ser nombrado rex,
también poseía el cogobierno de esa zona y en ningún momento parece que
ejerciera algún movimiento para suplantar a su padre Leovigildo. En definitiva,
el proceso de la Bética tiene que ver con la fragmentación del poder y la
ruralización que sufrió el occidente europeo
tras la caída del Imperio romano[v],
más aún siendo la Bética una de las provincias más romanizadas de Hispania, y
esto explicaría por qué estallaron en esta antigua provincia romana distintas
rebeliones protagonizadas por la aristocracia local.
Atanagildo no habría
hecho sino aprovechar este caldo de cultivo para conseguir el apoyo necesario y
alzarse con el poder, no sin una guerra de varios años, además de que pidió
ayuda militar a Bizancio, en lo que hay unanimidad en las fuentes. Ejércitos
bizantinos entraron en la península al mando del patricio Liberio, que
consiguieron ciertas contrapartidas territoriales durante la guerra civil entre
los dos godos (así mismo actuaron los bizantinos en África e Italia
ostrogodas).
Margarita Vallejo, a
quien cita nuestro autor, habla de los pactos firmados entre Atanagildo y
Justiniano, siendo aquel el único que firmó uno de estos documentos, no de
rendición sino de ayuda, con el emperador bizantino, lo que indica que el
Imperio de oriente reconoce al reino toledano. Tras el asesinato de Agila, los
godos se unieron a Atanagildo para expulsar a los soldados bizantinos de
Hispania, objetivo que no consiguieron, aunque sí la conquista de algunas
plazas. Comienza así lo que se ha denominado “frontières mouvantes” hasta el
reinado de Suinthila[vi].
Atanagildo, pues, permitió la entrada de un poder exterior para consolidar su
posición de privilegio entre los distintos grupos nobiliarios godos, lo que
representó una fuente de inestabilidad interior, si es que esta no existiese ya.
Una característica de de la nobleza visigoda, más preocupada de sus fines
particulares que del reino.
Durante el reinado de
Atanagildo la inestabilidad en la Bética no cesó e incluso se agravó,
enfrentándose las fuerzas del rey a las de Córdoba, que constituía un poder
autónomo, así como el rey también tuvo que recuperar la ciudad de Sevilla, cuna
de su levantamiento. En conclusión, dice el autor al que seguimos,
durante este reinado se pone de manifiesto el alto grado de descomposición territorial
del reino toledano, así como la erosión y la fragilidad de la institución
monárquica. El interregno tras la muerte de Atanagildo y el ascenso al poder de
Liuva no harían sino agravar esta situación, generando una tupida red de
pequeñas entidades políticas autónomas que tendría su fin con el hermano de
Liuva, Leovigildo, tras el cual los problemas de fragmentación más o menos
notables continuarán.
[ii] (1918-2010).
Historiador y sacerdote especialista en las instituciones visigóticas.
[iii] Ana
María Jiménez Garnica, “Gosuinta, el fracaso de una coniux real”.
[iv] Víctima
de la persecución de Diocleciano.
[v] La
división del Imperio romano en sus últimos siglos también fue notable, con
deposiciones, usurpaciones, etc.
[vi] Rey
entre 621 y 631.
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