sábado, 9 de noviembre de 2019

Nobleza llamada bastarda

Castillo de los Vélez en Mazarrón (Murcia)

La bastardía, a partir del siglo XVI, va a ser penalizada por la Iglesia, que excomulga al casado que viva con concubina, según han estudiado, entre otros, Juan Hernández Franco y Raimundo A. Rodríguez Pérez[i]. También las Cortes, a partir de las leyes de Toro, que consideran se discriminaría, si no, a los hijos legítimos. En 1542 el rey Carlos, por cédula dada en Valladolid, dice que “los hijos de padres hidalgos, legitimados por el rey no se entiendan exentos de pechos y contribuciones”. Felipe II, posteriormente, señaló que “los hijos ilegítimos, legitimados por cartas o privilegios reales no se entiendan serlo para gozar de la hidalguía ni exención de pechos”. No estaban los tiempos para renunciar a recursos que procedían de los que, perteneciendo a las clases privilegiadas, podrían aspirar a no pagar impuestos, aunque el rey hubiese legitimado su situación.

Poco a poco, incluso, el término “bastardo” va a tener una connotación peyorativa, y será una de las cuestiones que las Reglas y Establecimientos de las órdenes militares indicaban que se debían averiguar en los pretendientes al hábito, aunque en la práctica habrá muchos casos de indulgencia en lo referente a la bastardía. Para que no se concediera la indulgencia era más relevante no pertenecer a una familia noble, tener una “mancha” étnica o haber desempeñado oficios “viles”.

Cuando antes se había sido tolerante con los bastardos, hasta el punto de que un hijo ilegítimo de los Médici llegó a ser papa (Clemente VII), el hijo espurio de Fernando el Católico, Alfonso de Aragón, llegó a ser obispo de Zaragoza, y Juan de Austria era hijo ilegítimo del rey Carlos, pero hacia comienzos del siglo XVII ya no será así. Tendrán problemas para adquirir un hábito de orden militar los hijos de solteros o de casados con solteras que no fuesen sus cónyuges, considerándose una ignominia. Pero las casas nobiliarias, tras asimilar a los hijos bastardos como propios, no dudaron en solicitar las dispensas regias correspondientes, no difíciles de lograr ya que los papas actuaban tolerantemente en estos asuntos, lográndose además otro beneficio, pues conseguido el hábito, se reforzaba la cohesión del linaje.

M. Lambert-Gorges ha señalado que “el caballero de hábito es la representación más viva de la ‘armadura’ de la sociedad cristiana”, lo que se complementa con la observación de Domínguez Ortiz de que el hombre del barroco puede pecar contra la moral, pero nunca contra la fe. Y las órdenes militares, a partir de 1516, aunque la santiaguista en la segunda mitad del siglo XVI, insistirán en la legitimidad matrimonial y paternal. Tanto la Iglesia como la Monarquía quieren que las órdenes asuman la noción de familia cristiana establecida en Trento, pero esto no es una “imposición” exclusiva de la Iglesia católica, sino también de otras Iglesias oficiales –particularmente la anglicana-, aunque quienes han estudiado esto convienen en que la efectividad de tales disposiciones como medio de control de la tasa de ilegitimidad personal es dudosa.

En el País Vasco el 81% de los pretendientes a un hábito fueron ilegítimos, y entre las causas que debían haber impedido a los candidatos al hábito, el 46% fueron por el defecto de la ilegitimidad… Luego vendrán las dispensas. Pero –dicen los autores a los que sigo- conseguir el hábito no impidió la ocultación de la mácula de bastardía. En el caso de Mula (Murcia) los informantes del hábito al que aspiraba un miembro de los Fajardo, fueron un caballero y un fraile, hábito que aceptó el rey Felipe III. En dicha localidad, de los 39 testigos examinados, solo uno rehuyó emplear la palabra bastardo.

Otro aspecto interesante es el de la mujer legítima, por ejemplo María Pimentel y Vigil de Quiñones, esposa del IV marqués de Vélez, que asume con naturalidad la existencia de hijos ilegítimos de su esposo, quizá por no molestar la tranquilidad de la forma de vida aristocrática. Pero también el Consejo de Órdenes propone “la solución a la particular actitud desviada de un miembro de una destacada casa aristocrática de Castilla”, que en modo alguno –dice- puede empañar la notoria trayectoria de la familia y sus servicios a la Corona. Y así, el monarca dará el visto bueno para que sus agentes en Roma presenten al papa Pío V una petición de dispensa, lo que este acepta con cierta rapidez (1621). El beneficiario, en este caso, es un bastardo que no podría acceder a la orden militar de Santiago, pero lo consigue por este medio donde los que hacen la ley la incumplen: el aspirante tenía 16 años…

Cuando se ha de informar la solución a una solicitud de hábito, el ser bastardo no es el mayor inconveniente (que ya vemos se dispensaba), sino el ser converso o ejercer oficios “viles”. De todas formas, el valor de los hábitos descendió a lo largo del reinado de Felipe IV, dado el número de ellos que se concedieron. Baltasar Cuart señala que en el caso de Pedro de Portocarrero, hijo bastardo del conde de Medellín, para ingresar en el Colegio del Salvador de Oviedo, aquella condición no fue el problema, sino que se descubre tiene sangre conversa. Con el paso del tiempo la bastardía se considera una ignominia menor, máxime cuando la nobleza española estuvo muy presta a reconocer a la mayoría de sus bastardos, que formaron un grado más de parentesco.

A finales del siglo XVII el VI marqués de Vélez tuvo tres hijas ilegítimas, a las que se recluyó en sendos centros religiosos: una en Oropesa, otra en las Huelgas de Burgos y la tercera en Santa Clara de Madrid. Las dos primeras recibieron pensiones de cuatrocientos ducados anuales cada una, pero la tercera solo trescientos pesos.

Algunos autores han estudiado los casos en Francia y Rusia y ponen de relieve la poca frecuencia con que los nobles legitimaban a sus bastardos, lo que representaba una dificultad para alcanzar un estatus relevante, mientras que en España no pocas veces vive el bastardo en la casa nobiliaria, sino que se sienta a la misma mesa y es tratado como un hijo más. En el siglo XVII ya se empezarán a ver los bastardos de nobles que viven desdichados por haber sido abandonados por sus padres, pero Bernabé Moreno de Vargas[ii] escribió, en sus “Discursos de la nobleza…”, que “hay en Castilla… confirmada por los reyes... que los hijos bastardos y espurios sucedan a sus padres en la nobleza e hidalguía que tuvieren, puesto que sea contra el derecho común y real que dispone lo contrario… lo cual parece se ha de entender con solos los hijos de los Grandes y Ricoshombres…”.



[i] “Bastardía, aristocracia y órdenes militares en la Castilla moderna…”. En este trabajo se basa el presente resumen.
[ii] Emeritense, vivió entre 1576 y 1648.

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