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La ciudad de Reate, hoy
Rieti, está en el centro de Italia, al nordeste del Lacio y en medio de los
Apeninos. Por esta ciudad pasaba la vía Salaria, que unía Roma con Castrum
Truentinum, en la costa adriática, al sur de San Benedetto del Tronto. En Reate
nació Marco Terencio Varrón, que vivió entre finales del siglo II y el año 27
a. de C.
Sus padres eran
campesinos, aunque hay autores que defienden pertenecían al orden ecuestre.
Varrón fue discípulo de Lucio Accio, poeta trágico también de origen humilde,
quien puso a Varrón en contacto con Quinto Lutacio Cátulo y Valerio Sorano,
complicado el primero en la vida política de su época y el segundo, poeta y
tribuno de la plebe.
Varrón se adscribió al
estoicismo, la corriente filosófica más común entre los ilustrados durante
varios siglos de la civilización romana, pero quizá lo más importante en su
formación le vino de haber conocido a Cicerón. En la Roma de su época era muy
difícil pertenecer a las clases dirigentes de la sociedad y no tener cargos
oficiales, los militares entre ellos, por lo que Varrón, a principios del siglo
I a. C., ejerció como auxiliar en un juzgado ya a la edad de 18 años. Luego fue
cuestor y, en 78 a. de C., legado en Iliria, siendo cónsul Gayo Cosconio, un
aristócrata que había estado complicado en la guerra social.
Varrón estuvo luego en
Hispania entre el 76 y el 72 a las órdenes de Pompeyo, regresando a Roma en 71
a. C., donde ejerció como tribuno de la plebe y edil curul. A mediados del
siglo I a. C. debió dedicarse a escribir, porque no se le ve en ninguna
actividad pública, pero en 49 a. de C. está mandando dos legiones en Hispania
Ulterior, en relación a la guerra civil alineado con Pompeyo, lo que luego le
perdonó César. Pero no dejó de tener problemas por las banderías de la época:
tras la batalla de Farsalia (48 a. C.) huyó a Corfú y más tarde volvió a Italia
pero, después de varias vicisitudes, decidió esconderse en la villa de su amigo
Quinto Fufio Caleno[i].
Lo que más nos interesa
aquí es su estudio sobre la agricultura, habiendo publicado una, “Sobre la
agricultura” (De re rustica), escrita
cuando tenía ochenta años de edad según él mismo dice.
Varrón comienza esta
obra dirigiéndose a alguien de la gens Fundania:
“Como has adquirido una finca, la cual desearías que, bien cultivada, te diera
los mejores frutos, me pides que me
preocupe de ello y te dé mis consejos”. Para empezar su obra dice dirigirse a
los principales dioses “que presiden los trabajos de los labradores”, y luego
cita a muchos de los que han escrito sobre agricultura, el más famoso Magón de
Cartago, que escribió en lengua fenicia y recogió en veintiocho libros todo lo
que se encontraba disperso en muchas obras publicadas antes que él. Anuncia que
de los tres libros en los que va a dividir su estudio sobre las cosas del campo
uno lo dedicará a la agricultura, otro a la ganadería y el tercero al cuidado
de los animales en granjas.
Inicia luego una
conversación en la que Agrasio pregunta a Agrio si conoce alguna tierra que
esté mejor cultivada que Italia, a lo que contesta Agrio que no, y más adelante
Estolón, dirigiéndose a Escrofa, le dice: “Tú, que eres superior a nosotros en
edad, en rango y en saber, debes decirnos algo sobre estas cosas”, a lo que
contestó Escrofa que la agricultura no solo es un arte sino algo grande y
necesario; sus principios son la tierra, el aire, el sol y el agua, como había
señalado Ennio[ii].
Se refiere Varrón luego a los muchos libros escritos por Teofrasto[iii],
probablemente a la obra que conocemos como “Sistema Naturae”, que le ha valido
la consideración de “padre de la botánica”, obra escrita con intención de
aportar conocimientos a la medicina.
Entra después en los
terrenos más apropiados para cada una de las plantas: en las montañas se dan
árboles resistentes al frío, como abetos y sabinas, además de madroños y
encinas, mientras que en las llanuras, los chopos y los sauces, los almendros y
las higueras; en las colinas bajas, los frutales y, en cuanto a cultivos, las
llanuras se deben destinar al trigo mientras que en las vertientes las viñas,
distinguiendo entre los campos de Apulia y los del Vesubio.
Relata luego que cuando
iba al frente del ejército, en la Galia Transalpina, junto al Rin, llegó a
ciertas regiones donde no crecían las vides, ni olivos ni otros árboles
frutales, y que las gentes de dicha región empleaban una especie de greda
blanca como abono. Catón –continúa- haciendo una clasificación de los diversos
terrenos, “distingue nueve clases, colocando en primer lugar aquellos en los
que se dan las viñas que producen buen vino y abundante; en el segundo las
huertas que pueden regarse”, siguiendo luego las tierras donde se dan los
sauces, los que son buenos para los olivos, los prados, los campos para el
trigo, los terrenos donde se dan los árboles que se cortan, las tierras donde
se crían arbustos y, por último, los terrenos donde se encuentran árboles que
dan bellotas. No todos –reconoce- están de acuerdo con esta ordenación,
poniendo en primer lugar a los prados. Y César Vopisco[iv]
“dijo que la campiña de Rósea[v]
era la comarca nutricia de Italia”, “en donde un timón de arado olvidado el día
anterior no se podía encontrar al día siguiente a causa de la hierba que lo
cubría totalmente”.
Entra luego Varrón en
consideraciones sobre los diversos tipos de viñas: rampantes, sin estacas (como
las de España), y las de altas cepas “que llamamos rodrigadas, tan abundantes
en Italia”, entrando luego en los diversos modos de medir los campos, según se
trate de la Hispania Ulterior, la Campania, la Campiña romana y el Lacio.
Recomienda colocar las construcciones en las faldas de los montes poblados de
árboles, donde los pastos sean abundantes, que se encuentren bien resguardados
de los vientos y que la orientación sea la más saludable.
En las fincas debe
haber una habitación para descansar los criados, así como para resguardarse del
calor y del frío; el capataz debe de estar cerca de las puertas de la bodega y
de la cocina, pues vigilar estar partes es importante y en el corral se deben
guardar los carros y las herramientas. Las fincas que están cerca de los
mercados (de las ciudades) gozan de ventajas, pues en aquellos se pueden vender
violetas, rosas y otras flores, estacas, pértigas y cañas. En toda finca se
deben recoger las aguas de la lluvia o de un río para formar una especie de
piscina, con el objeto de que se puedan refrescar los animales en los días de
mucho calor, y debe haber al menos uno o dos estercoleros, donde se acumula el
fiemo (abono animal).
Distingue los cercados
de las fincas con troncos de madera, recordando los campos de su patria, Reate,
los cercados de piedra en Tusculano (en los montes Albanos), los de ladrillo
cocido en la Galia, los de adobe que emplean los sabinos y los cercados de
tierra y piedras que ha visto en España y en el campo de Tarento (sureste de
Italia). Valora esto porque conoce la existencia de vecinos que intentan
depredar los campos cultivados, citando el caso de Oelia, en Cerdeña, así como
en España cerca de Lusitania.
La contratación de los
obreros –dice Varrón- debe hacerse por año, elogiando a los esclavos del Epiro,
que en su época eran los mejores y los más caros al comprarlos. Deben darse –dice-
honores a los capataces, así como mejor alimentación que a los demás y una
buena acogida. Cita a Catón[vi]
(autor de otra obra, “Sobre la Agricultura") hablando de la servidumbre: una plantación
de olivos de 240 yugadas necesita trece esclavos, un mayordomo y su esposa,
cinco obreros, tres boyeros, un borriquero, un porquero y un pastor; además es
precisa una yunta de bueyes, por lo menos.
La tierra rica no es
apta –dice Varrón- para cualquier simiente; la pobre es apta para leguminosas y
garbanzos (en realidad el garbanzo es una leguminosa). En las tierras ricas se
deben cultivar hortalizas, trigo, centeno y lino, mientras que otras plantas se
siembran porque mejoran las tierras, como es el caso de los altramuces y las
habas. El espárrago necesita tierras secas y umbrosas, mientras que la mimbrera
para obtener mimbres con los que se hacen cestos, las estacas de las viñas y
las gavillas exigen la existencia de matorrales.
Varrón dice que entre
el solsticio de verano (se refiera al comienzo de dicha estación) y la
canícula, se hace la siega de las mieses, porque el trigo debe estar quince
días en su tallo, quince días en flor y otros quince en su espiga, hasta su
madurez. En ese mismo terreno, a continuación, se siembran las arvejas (variedad
de los guisantes), lentejas, guisantes y otras leguminosas, así llamadas porque
no se siegan, sino que la palabra viene de “legere”, coger.
Más adelante explica
Varrón los trabajos de cavar, binar y alinear para las viñas o los huertos de
frutales; labrar y cavar para los cereales y hortalizas… Los cipreses –dice-
extienden poco sus raíces, mientras que las de los plátanos adquieren un gran
desarrollo, citando a Teofrasto, que había disertado sobre un plátano de
Atenas, en el Liceo. Los prados, según Varrón, no necesitan ninguna
preparación, como no sea la de impedir la entrada en ellos de los animales
desde el momento en que los perales están en flor, y la de regarlos si son
regables. Sigue con el estercolado de los campos, la siembra y las épocas
propicias para cada planta, injertos, etc.
Dice, en fin, que “por
su manera de obrar hay que admirar muchas cosas en los seres naturales”,
terminando con referencias a diversas regiones en orden a su ganadería: las
ovejas y los cerdos de Frigia, las cabras de Samotracia, los cerdos de Licaonia
(al sur de Anatolia), los bueyes salvajes de Dardania (en el estrecho de los
Dardanelos), Media y Tracia, los asnos salvajes en Frigia y Licaonia, los
caballos salvajes de la Hispania Citerior…
[1] Influyente
político romano de la época final de la República.
2 Dramaturgo y poeta de los siglos III-II a. de C.
3 Griego de los siglos IV-III a. de C.
4 A finales del siglo II a. de C. formó parte de un
grupo que estudió la forma en la que se aplicaba la lex frumentaria, impulsada por el tribuno de la plebe Lucio
Apuleyo.
5 Donde crecen árboles cuya flor es de color rosa.
6 Vivió entre 234 y 149 a. de C. No confundir con Catón
“el joven”.
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