Cuando los antiguos atenienses
acordaron enviar colonos al Quersoneso[i],
lo hicieron valiéndose de Milcíades, dice Cornelio Nepote[ii],
nacido en algún punto de la Galia Cisalpina cuando daba comienzo el siglo I a.
de C. El personaje del que nos habla en su obra sobre los hombres ilustres
vivió entre mediados del siglo VI y el año 488 a. C.
Siendo
crecido el número de Colonos, y solicitando muchos tener parte en aquella
empresa, nombraron a algunos que fuesen, según el Oráculo de Delfos, a quienes convenía
confiar el mando. Según Nepote en el siglo VI a. C.
ocupaban aquel territorio los tracios, queriendo emplear los griegos contra
ellos las armas. Habiendo hecho su
consulta, sigue Nepote, el Oráculo les respondió que eligiesen por general
a Milcíades, pues así la empresa sería feliz.
De esta forma partió
Milcíades hacia el Quersoneso con un cuerpo de tropas escogido para su armada. Acercándose
a la isla de Lemnos[iii]
con la intención de ponerla bajo la obediencia de los atenienses, propuso a sus
habitantes que se sometieran voluntariamente, a lo que le contestaron con risa, diciendo a continuación que
estaban prestos a hacerle frente, porque soplando el viento cierzo desde el
norte, era contrario al rumbo de las naves de Milcíades.
No arredrándose, Milcíades
siguió adelante y, habiéndose apoderado del Quersoneso, levantó castillos en
los sitios ventajosos y estableció en los campos a la multitud que llevaba
consigo, que se enriqueció con las correrías que Milcíades hacía frecuentemente
en las tierras de los vecinos. Pero no obstante fue prudente, que es su fortuna, dice Nepote, pues
después de lograda la victoria arregló todas las cosas con suma equidad.
Resolvió quedarse allí, pues aunque no tenía el nombre de rey, podía actuar
como tal, y no por eso dejaba de cumplir con su deber, siendo esto la causa de
que se mantuviese mandando con gusto de los que había instalado, como de los
griegos que llegaron más tarde.
Dejando dispuestas de
esta forma las cosas en el Quersoneso, volvió a Lemnos y pidió a los habitantes
que se entregasen, de forma que, viendo la fortuna que Milcíades había tenido
en la península, no fiándose de poder hacerle frente, abandonaron la isla. Con la misma felicidad puso Milcíades bajo
la obediencia de los atenienses las demás islas conocidas bajo el nombre de
Cícladas.
Por este tiempo era
Darío rey de Persia (el primero de ese nombre). Habiendo pasado con sus tropas
a Europa para hacer la guerra a los escitas, levantó un puente en el Danubio
para el paso de su ejército, dejó una guardia mientras se ausentaba de Jonia y
Eólida (al norte de Jonia), siendo su intención hacerse con todas las ciudades
que los griegos tenían en Asia.
Entonces fue advertido
Milcíades de este suceso y de la necesidad que tenían los escitas de ayuda,
además de las colonias griegas en Anatolia. Milcíades exhortó a sus soldados de
no malograr la ocasión para liberar a Grecia y, que siendo derrotado Darío con
las tropas que estaban a sus órdenes (las de Milcíades), no solamente quedaría segura la Europa sino que también se verían
libres del señorío de Persia, y fuera
de peligro, todas las Colonias Griegas en Asia. Milcíades repetía que esto
se conseguiría fácilmente, pues con solo cortar el puente, Darío y su ejército
habrían de perecer en breves días.
Los demás aprobaron
este dictamen, pero Histeo (*), natural de Mileto, se opuso diciendo que no eran iguales los intereses de unos y otros, pues en el caso de dicha ciudad, solo
con el poder de Darío los que mandaban estaban seguros, y que desaparecido
este, serían despojados del mando y sacrificados al furor de sus ciudadanos,
por lo que Histeo estaba muy lejos de pensar como los demás. Ahora es este el
que se lleva el apoyo de la mayoría, y Milcíades, sabiendo que esto
llegaría a oídos del rey persa, dejó el Quersoneso y regresó a Atenas. Su consejo, aunque fue en vano, es sin
embargo digno de los mayores elogios, por haber preferido la libertad de todos
los griegos al dominio de los persas, dice Nepote.
Mientras, Darío volvió
a Asia y aprestó una armada de quinientas velas, cuyo mando confió a
Artafernes, además de doscientos mil soldados a pie y cien mil a caballo
(evidentes exageraciones), sembrando la
voz de que iba contra los atenienses. Los generales persas arribaron con su
armada a la isla de Eubea, donde tomaron en poco tiempo la ciudad de
Eretria, embarcaron a sus moradores y se los enviaron a Darío a Asia. Desde
allí marcharon hacia Atenas y llegaron con sus tropas al campo de Maratón, que
dista diez millas de la ciudad. Asustados los atenienses –sigue Nepote- con
tanto ruido, pidieron ayuda a los lacedemonios mediante un correo[iv]
que llevó la noticia de que los atenienses tenían necesidad de un pronto
socorro, nombrando estos a diez para mandar el ejército, ente los que estuvo Milcíades.
Entre
ellos hubo una disputa muy reñida –dice Nepote- queriendo unos defenderse dentro del recinto
de las murallas, y otros ir a encontrar a los enemigos y presentarles batalla. Milcíades
fue el que más se empeñó en que cuanto antes saliesen a la campaña, pues así
cobrarían aliento los ciudadanos, sería mejor, y viendo que se hacía confianza
en su valor, así se hizo, mientras la ciudad de Platea socorrió en esta ocasión
a los atenienses enviándoles mil soldados, que con los que había en Atenas
completaron el número de diez mil.
De esta forma los
griegos sacaron sus tropas de la ciudad y sentaron sus reales en un lugar
ventajoso, dando batalla al día siguiente con sumo valor. Sigue Nepote narrando
esta batalla, a pesar de la distancia en el tiempo, lo que le permite fabular,
por ejemplo cuando dice que Darío sacó al
campo de batalla cien mil soldados de a pie y diez mil de a caballo; salieron con ventaja los atenienses, que
derrotaron a un número de persas diez veces mayor que el suyo, infundiéndoles
tal terror que huían en derechura a las naves.
Se premió entonces a
Milcíades para que se vea que todas las
ciudades son una, en alusión a la conciencia que se iba tomando entre los
griegos de su “nacionalidad” o cultura común en comparación con los persas.
Después de esta batalla los atenienses dieron a Milcíades el mando de su
armada, que se componía de sesenta navíos, dispuestos para hacer la guerra a
las ciudades que habían estado a favor de los persas (recuérdese el caso de
Mileto). A la isla de Paros, por ejemplo, que tenía fama por sus riquezas, la
sitió y cortó el acceso a los víveres, pero una noche se produjo fuego en un
bosque que se avistaba desde la isla, y viendo las llamas pensaron los sitiados
y los sitiadores que era una señal de la llegada de los persas.
Entonces Milcíades fue
acusado de traición, pues pudiendo tomar Paros, se dejó sobornar por el rey (según se dijo) y
se había retirado sin haber hecho nada. Herido
Milcíades no pudo acudir para defenderse, por lo que lo hizo en su nombre su
hermano Tisagoras, que consiguió la absolución de la pena capital, pero tuvo
que pagar una multa de cincuenta talentos que se habían gastado. No pudiendo
pagar esa cantidad al contado, metieron en la cárcel a Milcíades y allí acabó
sus días, pero todo esto no fue sino un pretexto –dice Nepote- por el hecho de
que los atenienses acababan de verse tiranizados por Pisístrato, y este vio a
Milcíades como alguien que, estando tanto tiempo ausente, podría escapar a su
control, siendo acusado también de tirano por el poder que ejercía en el
Quersoneso.
Termina Nepote sus
apreciaciones sobre Milcíades con una serie de elogios: bondad, cortesía,
afabilidad, autoridad, etc. La batalla de Maratón, como es sabido, representa
una de las grandes victorias de los griegos sobre los persas, en 490 a. C.
según es comúnmente admitido, al nordeste de Atenas.
[i]
Península en el sureste de Europa separada por el Helesponto de Anatolia.
[ii] “Vida
de Milcíades”.
[iii] Isla
del Egeo al suroeste del Quesoneso.
[iv]
Filípides es citado por Herodoto como el personaje que llevó la noticia a los
espartanos, que decidieron no ayudar a los atenienses en esta ocasión.
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