domingo, 10 de noviembre de 2019

Roma combate a Filipo V


Tetradracma de Filipo V de Macedonia (221-179 a. C.)

Enterado Tito –dice Plutarco[i]– de que los generales que le habían precedido en Macedonia, Sulpicio y Publio, habían llevado la guerra con flojedad, se propuso no imitarles sino dedicar con empeño a la guerra todo el tiempo en el que ejerciese su autoridad, no importándole los honores y prerrogativas que en la ciudad de Roma le correspondían. Pidió, pues, al Senado, que permitiera a su hermano Lucio para que, a sus órdenes, mandase la armada, y tomando de las tropas que con Escipión habían vencido a Asdrúbal en España, y en África al mismo Aníbal (unos tres mil hombres), “dio vela al Epiro con la mayor confianza”.

Hacía tiempo que Publio guardaba los desfiladeros y gargantas del río Apso[ii], frente a las tropas de Filipo, pero la situación se encontraba estática por lo inexpugnable del terreno, por eso se dedicó Tito a recorrerlo y observarlo, llegando a la conclusión de que “son aquellos lugares no menos fuertes que los del valle de Tempe[iii], pero no presentan aquella belleza de árboles, aquella frescura de los bosques, ni aquellos prados y sitios amenos”. Los grandes y elevados montes de una y otra parte van a parar a un barranco profundo por el que discurre el río Apso, “que en su aspecto y rapidez se parece al Penco”.

Hubo quien propuso a Tito que fuese a dar la vuelta por otra región donde el camino era más transitable, pero temió que, no habiendo cosechas, a su ejército le faltasen los víveres, por lo que decidió marchar con su ejército por las montañas y “abrirse paso a viva fuerza”. Ocupaba Filipo las montañas, donde se dieron reñidos combates, habiendo muertos de unos y otros. Pero en esta situación se presentaron unos pastores diciendo que había cierto rodeo que los de Filipo no conocían, ofreciéndose a conducir al ejército de Tito contando con un personaje principal entre los epirotas, afecto a los romanos.

Tito creyó a los pastores, ordenando a un tribuno que, con cuatro mil infantes y trescientos caballos, yendo de guías los pastores atados, reposasen por el día procurando ocultarse entre rocas y matorrales, haciendo el camino de noche a la luz de la luna, “que estaba en su lleno”. Mientras, el ejército de Tito trepó denodadamente por los desfiladeros, cuando un humo en forma de neblina de los montes impidió que le viera el enemigo. Pero cuando el humo o neblina tomó más cuerpo se oscureció el aire, lo que a duras penas permitió a los de Tito ver que los de arriba (los que estaban en la cumbre de la montaña) era el ejército mandado por su tribuno.

Empezó entonces una lucha contra los de Filipo, aunque no pocos se entregaron a una precipitada fuga, muriendo dos mil o menos, porque los malos pasos impidieron que se les persiguiese, tomando los romanos mucha riqueza, tiendas y esclavos, discurriendo los de Tito por el Epiro con sosiego, aunque sus soldados no habían recibido las raciones mensuales por falta de acopios.

Cuando Tito supo que Filipo atravesaba la Tesalia como un fugitivo, incendiando ciudades, entregando a sus tropas al saqueo y al pillaje, como si hiciera cesión del país a los romanos, Tito encargó a sus soldados que fuesen tras él, comprendiendo muy pronto que las ciudades se pasaban a los romanos, mientras que los griegos de las Termópilas[iv] “suspiraban por Tito”. Los aqueos, separándose de la obediencia a Filipo, le hicieron la guerra en compañía de los romanos.

Plutarco escribió, en sus “Vidas paralelas”, que Pirro[v] se había asombrado al ver a un ejército romano desde una atalaya, así como que a Tito Quincio Flaminio le aceptaban las ciudades y que incluso Filipo quiso negociar con él ofreciéndole la paz con la condición de dejar independientes a los griegos, a lo que Tito se negó, viendo entonces los griegos que no eran ellos a los que el general romano venía a hacer la guerra, sino a los macedonios. Se pasaban a Tito todos los pueblos –según Plutarco- y habiendo entrado en la Beocia sin aparato de guerra se le presentaron los primeros ciudadanos de Tebas, aunque su ánimo estaba con el rey de Macedonia, pero agasajando al romano como si tuviesen amistad con ambos. Tito les recibió, pero continuó su camino y llegó a la capital juntamente con los tebanos, aunque aquella no era de su partido, procurando entonces atraérsela con la ayuda del rey Atalo[vi], que en ese trance “cayó sin sentido” y fue llevado a Asia (Pérgamo), muriendo a los pocos días. Es el momento en que los tebanos abrazaron la causa de Roma.

Filipo envió entonces embajadores a Roma, y Tito también consultó al Senado si podía seguir la guerra prorrogándole el mando. Cuando recibió el permiso se encaminó hacia la Tesalia teniendo a sus órdenes “sobre veintiseis mil hombres, para cuyo número habían dado los etolios seis mil infantes y cuatrocientos caballos”. Partieron en busca unos de otros, y habiendo llegado a Escotusa (ciudad de Tesalia), allí pensaron que se produciría la batalla. Los macedonios con el recuerdo de Alejandro, cuyo nombre iba acompañado de la idea del valor, y los romanos por querer aventajar a los persas que habían sido vencidos por el rey macedonio. Entonces –dice Plutarco- Grecia era “el más brillante teatro” para la guerra.

Filipo, en cambio, como observara el vuelo de unas aves, creyó que no era el momento de la batalla, pero al día siguiente, después de una noche húmeda y lluviosa, “degenerando las nubes en niebla, ocupó toda la llanura una oscuridad profunda”. Los enviados de una y otra parte en guerrillas y en descubierta, trababan pelea en las llamadas Cinocéfalas[vii], lugar de cumbres agudas y collados espesos. Se alternaban las situaciones de perseguir y ser perseguidos hasta que, despejado ya el aire, los ejércitos se acometieron con todas sus fuerzas, con la dificultad de la aspereza del terreno.

Cuando los romanos consiguieron desbaratar a una parte del ejército macedonio, persiguieron a los que huían, hiriendo y acosando a los que eran alcanzados, pero en breve también los romanos se desordenaron y empezaron a huir arrojando las armas, muriendo por lo menos ocho mil, y unos cinco mil quedaron cautivos. Si Filipo pudo salvarse, la culpa fue de los etolios (según Plutarco), que se entregaron al pillaje y saqueo… La paz de esta segunda guerra macedónica llevada a cabo por el belicoso Senado romano, no llegaría hasta 196 a. C.

Tito Quincio Flaminio es retratado por Plutarco como “pronto para la ira y para los favores”, pero con ventaja para esto último. Queriendo ascender en el mando con rapidez, tuvo dificultades, pues hubo quien se opuso a que, sin haber seguido el “cursus honorum” que era habitual, fue elegido cónsul en 198 a. C., a la edad de treinta años. Fue educado en las costumbres militares por haber tenido Roma, en su época, muchas guerras (en realidad siempre) y “ser este el arte que aprendían los jóvenes”. Primero fue tribuno en la guerra contra Aníbal a las órdenes de Marcelo[viii], entonces cónsul, pero al morir este, Tito fue nombrado prefecto de la región tarentina y luego del mismo Tarento, después de ser recobrado.




[i] Vivió entre mediados del siglo I y el año 120 d. C.
[ii] Al oeste de la actual Albania, desemboca en el mar Adriático. Es el actual Seman.
[iii] En Tesalia
[iv] En Tesalia.
[v] Vivió entre finales del siglo IV y 272 a. C. Rey de Epiro en dos ocasiones y de Macedonia.
[vi] El primero con ese nombre de los que fueron reyes de Pérgamo.
vii] Literalmente, cabeza de perro
[viii] Militar romano que participó en la segunda guerra púnica.

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