El sacerdote Arboleya. Fotografía de El blog de "Acebedo" |
En 1908 el nuncio en España planteó una encuesta a los obispos y líderes del movimiento católico español sobre la posibilidad de aplicar a España el modelo de organización de Acción Católica que el papa Pío X había propuesto en Italia. La propuesta consistía en agrupar a los católicos en tres organizaciones: la propaganda, los sindicatos católicos y la unión electoral para la acción política. La respuesta mayoritaria de los obispos coincidió en la imposibilidad de organizar en España el frente político-electoral porque podría provocar más perjuicios que beneficios[i], lo que demuestra que el ser católico no era lo esencial en política, sino otros intereses.
A partir de un congreso en Burgos
(1899) se había constituido una organización católica presidida por el segundo
marqués de Comillas, Claudio López Bru, verdadero filántropo a favor de la
acción de los católicos en el campo de la propaganda y el sindicalismo
confesional. Se trataba de evitar las intromisiones del Estado, una vez que ya
existía la Comisión de Asuntos Sociales desde 1883 y pronto se crearía el
Instituto de Reformas Sociales (1903). Debe de tenerse en cuenta que, más
tarde, durante el fascismo italiano y el nazismo alemán, los católicos no
fueron libres para organizar la educación de la juventud, que correspondió al
Estado, contrariamente a lo que ocurriría en España, donde el franquismo
entregó la educación de la juventud a la Iglesia a cambio de que la Iglesia
siguiese legitimando al régimen.
Pero no dejaron de existir
conflictos entre la organización seglar católica y la jerarquía, sobre todo por
el deseo de algunos de que en el campo sindical los católicos debían actuar
aconfesionalmente. Para la propaganda, entre otros medios, el segundo marqués
de Comillas sostuvo el periódico “El Universo”, desde donde e defendía la
escuela católica, las congregaciones religiosas (atacadas por el Gobierno
español ya antes de Canalejas) y la enseñanza de la religión en la escuela,
tanto estatal como privada.
Siendo primado el cardenal
Guisasola, que al mismo tiempo era senador, fue partidario, contra la opinión
del marqués de Comillas, de que el sindicalismo católico fuese menos
paternalista y más libre, de acuerdo con el sacerdote asturiano Arboleya,
verdadero hacedor de un sindicalismo católico contra la rapiña de la patronal
de la época. En esta misma línea estuvo un grupo de católicos a quien la
historiografía ha llamado “de la Democracia Cristiana”. El cardenal Aguirre,
también senador, había propugnado una serie de normas en las que se inspiró el
primer congreso de Acción Católica, celebrado en Madrid en 1912. De este
congreso salió la necesidad de movilizarse los católicos contra la Ley de
Asociaciones de Canalejas y la regulación de la enseñanza de la religión católica
en las escuelas.
A partir de ese momento los
católicos organizados hicieron una intensa obra social con clases y
mutualidades obreras, talleres de mecánica y electrotecnia, crearon
dispensarios antituberculosos, el “Ropero de Santa Victoria”[ii],
asilos para niños, jóvenes y ancianos, pero no solo, y escuelas gratuitas
diurnas y nocturnas. La autonomía relativa con la que funcionaban estos
establecimientos llevó a los partidarios del segundo marqués de Comillas a
considerar a los seguidores de Guisasola y la “Democracia Cristiana”
modernistas, sabido el concepto peyorativo que entre los católicos tenía esta
expresión en la época, es decir, contrarios a la tradición de la Iglesia.
Feliciano Montero hace hincapié
en la participación de los católicos en el auge feminista del momento (más bien
sufragista), pues aunque se reconocían una serie de labores reservadas a las
mujeres, para no “romper con el ideal familiar”, las hacían compatibles con el
mundo del trabajo (hoy sabemos la dificultad que ello entraña en la práctica).
Los católicos crearon mutualidades femeninas pero, curiosamente su mayor
actividad la desplegaron durante la dictadura de Primo y bajo su protección.
Los católicos defendieron entonces el seguro de maternidad y el sufragio
femenino, curiosamente también cuando no había sufragio para nadie.
La Asociación Católica de
Propagandistas nació en 1908 a iniciativa de unos alumnos jesuitas y
posteriormente se expresaron en el diario “El Debate”. Carmelo Adagio, por su
parte, ha estudiado la aportación católica a la dictadura de Primo[iii].
Se trataba de que los católicos influyeran en el plano intelectual,
universitario y periodístico. No deja de ser curioso que, en un país que se
consideraba la quintaesencia del catolicismo, los católicos se vieran en la
necesidad de hacer propaganda de sus doctrinas. Los objetivos de los
Propagandistas fueron muy ambiciosos: la formación de elites católicas en la
política, la administración pública y en el mundo del trabajo (más tarde
nacería el Instituto Social Obrero); la fundación de escuelas primarias y
profesionales, el impulso de la prensa católica, una caja de pensiones para el
clero, la creación de sindicatos católicos y, el 5 de la colecta que se hiciese
cada año “para socorrer a los niños desvalidos de Rusia y Europa central”. La
recaudación necesaria nunca se llevó a cabo, por lo que muchos de los objetivos
tampoco se cumplieron.
También se creó –aunque se
frustró pronto- el Partido Social Popular, que pretendió ser la democracia
cristiana de España, de la misma manera que había hecho en Italia Luigi Sturzo
(1919). La diferencia es que dicho Partido Popular Italiano no claudicó de su
vocación democrática y pudo continuar su labor después de la segunda guerra
mundial, mientras que en España, si la heredera fuese la CEDA (lo que no es
posible asegurar) no se dio esa continuidad y la democracia cristiana nunca
tuvo suficientes seguidores. El PSP español estuvo nutrido de tradicionalistas
desertores de la causa dinástica, algunos mauristas y otros procedentes del
catolicismo social y de los Propagandistas. Quiso ser aconfesional pero el
debate siguió aquí como en otras organizaciones católicas.
[i]
Feliciano Montero, “Del movimiento católico a la Acción Católica. Continuidad y
cambio, 1900-1930”.
[ii] Que yo
sepa, al menos uno estuvo en Bilbao, pero la iniciativa fue de la reina
Victoria Eugenia.
[iii] En una
nota de la obra citada por Feliciano Montero: “Del movimiento católico…”.
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