Catedral de Tudela https://www.pinterest.es/pin/476889048014876650/ |
Dice Florencio Idoate[i]
que durante el trienio liberal se dio en España la primera guerra civil del
siglo XIX y que esta ha quedado oscurecida por las más extensas de 1808 y 1833.
Durante el trienio 1820-1823 se consuma la división de los españoles si no
existiese ya por razones de clase, estamento o ideología, pero es evidente que
a partir de este momento nacen los primeros partidos políticos. Un primer
aspecto de esta división es meramente formal: los símbolos de vasallaje que encontraron los tudelanos en su época.
Los liberales de Tudela eran, en su mayor parte, militares, hombres de letras y gentes de la burguesía, formando
una sociedad patriótica “de amantes de la Constitución del Vencerol de Tudela”.
Tenían reuniones y tertulias políticas en casa de uno de ellos junto al río
Vencerol, asistiendo incluso mujeres. Era esto en torno al año 1828, pero ya
antes habían mostrado su actividad borrando los símbolos del antiguo régimen.
En la casa de un tal Francisco
Frías había unas cadenas que al parecer procedían de cuando se había hospedado
allí el rey Carlos IV, pero para los “vencerolistas” y para el Ayuntamiento
eran un símbolo de vasallaje; debían ser, por tanto, quitadas las citadas
cadenas. El Jefe Político, al que se acudió para ello, intentó primero, por
medios persuasivos, que el dueño de la casa las quitase, pero este dijo que
solo lo haría si se le daba una orden para ello. El Jefe Político, entonces,
dejó la cosa como estaba, aunque el que le sucedió en el cargo mandó quitar una
argolla del frontis de la casa de Ayuntamiento, donde antiguamente –dice
Florencio Idoate- se colocaba a los delincuentes de poca monta. También existían semejantes
instrumentos de justicia en Cascante[ii]
y Marcilla: las picotas o rollos, de los que se hizo una buena limpieza en
Navarra, como es el caso de Lacunza[iii].
Por su parte, las milicias voluntarias cumplían con su papel de defender la
Constitución, aunque a veces de forma un tanto expeditiva.
Los contrarios al régimen
liberal, por su parte, se dedicaron a aprovechar las noches para destruir o
desfigurar las lápidas conmemorativas de la Constitución, de lo que los
Ayuntamientos daban cuenta al día siguiente. Así ocurrió en Corella[iv]
en 1820 y otra vez en 1821, en Fustiñana[v]
otro tanto, aunque nunca se daba con los responsables de esos “atentados”, pues
la complicidad era norma entre la población, sobre todo teniendo en cuenta que
los liberales exaltados eran escasos aún en la ciudad de Tudela, donde un grupo
de voluntarios de la milicia nacional obtuvo permiso para hacer una ronda
nocturna por las calles con música para molestar a la vecindad absolutista. Y
eso que las milicias nacionales estaban formadas por pocos vecinos, pues en la
citada ciudad, en 1820, solo se presentaron 36 voluntarios, y menos en
Cintruénigo y Corella.
Un sermón predicado en Corella
con motivo de la Cuaresma en 1821, por un clérigo constitucionalista, provocó
no pocos murmullos entre los asistentes, recordando el Ayuntamiento que los párrocos estaban obligados a predicar la “sagrada”
Constitución. El Jefe Político, enterado de la reacción de los asistentes al
sermón, reaccionó diciendo que “muchos ministros del altar… [son] escándalo de
la Religión, con infracción de los sagrados cánones de la Iglesia,
desobedeciendo las autoridades de los Santos Padres…”. Es curioso que el Jefe
Político se erigiese en defensor de la Religión contra el absolutismo de los
curas que, a su juicio, no acataban la Constitución. Y continuaba: “En el día
se ve, con escándalo, que curas y frailes vagan por despoblados a la cabeza de
facinerosos y forajidos”, en alusión a los religiosos que se convirtieron en
cabecillas de partidas absolutistas. Terminó el Jefe Político diciendo “que la
Constitución asegura más nuestra Religión”.
En Salvatierra[vi]
y Ochandiano se habían producido desórdenes, haciendo acto de presencia los
milicianos tudelanos, y en la catedral de Tudela, a principios de 1822, con el
templo rebosante de gente, subió al púlpito el capellán constitucionalista
encargado del sermón. El más profundo respeto reinaba en el templo –según recoge Florencio Idoate de una fuente contemporánea de los hechos- cuando comenzó el
sermón y aquello se convirtió en “taberna de alborotadores”. Estaban presentes
los voluntarios de Borja, Tarazona, Cintruénigo, Cascante, Murchante, Corella,
Tafalla y otros puntos. Entonces el orador suspendió el sermón.
En Pamplona, cuando comenzaba el
año 1821, la animadversión hacia los militares empezó a sentirse con alguna
violencia por el constitucionalismo de dicho cuerpo, en el que se recordaban
las figuras navarras de Espoz y Mina y Cruchaga[vii],
siendo los seminaristas la vanguardia del antimilitarismo. Los enfrentamientos
que hubo desde finales de enero hasta pasada la mitad de febrero se cobraron
siete muertos y bastantes heridos. El Regimiento Imperial Alejandro,
furibundamente constitucional, calificó a la población absolutista de “díscola
e infame”. Quizá es por estos momentos cuando se produce el cisma entre los
constitucionalistas tudelanos.
En Corella, donde la lápida de la
Constitución también había sido dañada, la tropa fue molestada y apedreada por
los absolutistas, que estaban hartos de que los soldados les insultasen. El
destacamento de Jaén fue llamado a restablecer el sosiego junto con dos párrocos y otros, pero hubo tiros y algunos heridos por ambas partes, hasta el punto de
que el comandante solicitó la asistencia de la milicia tudelana, pues la
situación era, según sus propias palabras de “la mayor conmoción”. Acudió la
División de Granaderos de Castilla junto con una compañía de caballería, que se
propuso combatir el “crecido grupo de los conspiradores” de Corella, prueba de
que en Navarra, como en otras partes de España, los anticonstitucionalistas eran más, mientras que los partidarios del nuevo régimen más instruidos e
influyentes.
A mediados de 1822 el ambiente se
enrarecía más y más, dice Florencio Idoate, sonando los tambores de guerra en
la Montaña, donde operaba la recién creada División de Navarra a las órdenes de
Quesada[viii].
En realidad la guerra civil estaba en marcha y una de las bazas principales se
jugaría en Navarra. Entre los realistas una partida era la de Salaberri, otra
se levantó por el cocinero de los capuchinos de Valtierra, al sur de la
provincia actual, y otra recorría los pueblos de Corella, Ablitas...
Estas partidas tenían seguidores y protectores en Tudela, que de esta forma
estaba cercada por los absolutistas. Las partidas de Landívar (maestro de
Caparroso) y Lucus también estaban activas. “El obispo, los curas, el cabildo y
los frailes –dice una fuente- … celebran el triunfo de las infames doctrinas…”.
No se libraba ni el obispo, Ramón Azpeitia, que no obstante observó una
conducta prudente.
Sobre el peligro que corría
Cascante de ser atacada por realistas habla “un militar antiguo”, pues de 700
vecinos, “no cuenta 40 liberales”. En esta población habían expulsado a sus
milicianos y Morentín, un liberal furibundo que ha suministrado abundante
información, habla de los absolutistas como de “bárbaros y caribes”.
Así terminó por entrar en Tudela
la partida de Salaberri con 500 ó 600 infantes y 140 caballos, mientras que los
liberales contaron solo con 143 voluntarios que llegaron de Borja, Magallón,
Agón y otros puntos, pero estos no tuvieron más remedio que replegarse a la
Casa-fuerte mientras que los realistas detuvieron al ayuntamiento y presentaron
a las mujeres que habían arrestado pidiendo la rendición de los voluntarios,
que según Morentín no aceptaron. La respuesta de estos fue entrar en la ciudad
al grito de “Viva la Constitución”, pero de nada hubiera valido si no
apareciese la milicia de Soria, procedente de Tarazona. El balance fueron seis
muertos (algunos de ellos fusilados) y varios heridos, llevándose preso
Salaberri al alcalde primero. En la ciudad quedaron las milicias de los lugares
vecinos y, poco después, llegaron 500 soldados, pero varias familias de
milicianos, no fiándose, se refugiaron en Aragón. La derrota infligida por el
coronel Tabuenca a Salaberri en los campos de Carcastillo alejó el peligro.
El realista Salaverri, no
obstante, había entrado también en Corella, pero Morentín, que es una vez más
la fuente, les hizo huir “despavoridos, han ido a ocupar las montañas”. En otro
episodio en Corella participaron contra los voluntarios liberales varios
clérigos, armados con palos, que les obligaron a huir a Tudela “monteando”.
Cadreita, Villafranca, Cascante,
Buñuel, Arguedas, Cabanillas, Fustiñana y otros pueblos se vieron también
afectados por la lucha entre realistas y liberales, así como Murchante… El
general Torrijos, que ha pasado a la historia por su intentona en las playas de
Málaga en el año 1831, donde fue apresado con sus compañeros y fusilado por los
absolutistas, llegó a Tudela después de sufrir prisión en Alicante (1819) y ser
victorioso en Cataluña (1822). Pasó por Puente la Reina, pero el autor al que
sigo aquí lo considera imprudente e impulsivo. Se dirigió al Jefe Político
para que destituyese a los capitulares tudelanos que resultasen sospechosos o
criminales, sin ninguna formalidad legal.
Una guerra, la del trienio, en
toda regla, bien documentada por Florencio Idoate para el caso de la merindad
de Tudela, que en su trabajo muestra una actitud escéptica respecto de las
razones de unos y otros, dando cuenta de que el movimiento liberal estaba
sustentado por el ejército, mientras que la mayoría de la población era, por
activa o por pasiva, partidaria del antiguo régimen.
[i] “La
merindad de Tudela durante la guerra realista".
[ii] En el
extremo sur de Navarra. Marcilla, al sur de Navarra.
iii Al noroeste de Navarra.
iv Al sur de Navarra, e igualmente Fustiñana y
Cintruénigo.
vi Al este de Álava. Ochandiano al sureste de Vizcaya.
vi Se incorporó a la guerra de 1808 en 1812, participó
en la batalla de Vitoria y en 1821 formaba parte del Regimiento de Caballería
Lusitania.
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