Cuando clérigos, nobles y representantes del estado llano decidieron unir sus fuerzas en los Estados Generales para transformarlos en una Asamblea Nacional, dieron un paso de gigante
hacia una revolución que quizá sea la única que está vigente y es referencia
para los países que aún no tienen un régimen liberal y/o democrático. El plan
de fusión de los tres estados fue ideado y planteado por un clérigo del estado
llano, Sieyès, contando con la colaboración de otro eclesiástico,
Talleyrand-Perigord, obispo de Autum. El primero sugirió que, a modo de
afluentes, se incorporasen al tercer estado (donde había un elevado número de
párrocos y abates ilustrados) los otros dos estamentos. En sintonía con esto
estuvieron los arzobispos de Aix* y Burdeos**, partidarios de profundas reformas
liberales en la Iglesia francesa.
La iniciativa, pues, fue de
clérigos que pertenecían al estado llano o al primero, pues se encontraban muy
politizados debido, entre otras causas, a la estructura superclasista de la
Iglesia francesa, donde era prácticamente imposible ascender a la jerarquía de
no pertenecer a altas cunas o nobles linajes. Por su parte, existía entre la
población un malestar socioeconómico evidente, mientras que entre el personal
ilustrado hubo claramente la intención de subvertir no solo el orden
político y fiscal sino también el religioso y moral. Tres curas del estamento
eclesiástico, otros después, entre ellos el abate Grégoire[i], consiguieron que por 149 votos contra 137 el estamento
eclesiástico se doblegase al tercer estado, según Luis Lavaur[ii].
“El primer acto formalmente revolucionario, por señalar una resolución de
desobediencia a la autoridad real, fue llevada a cabo por el bajo clero”.
Parte de los nobles siguieron a los
clérigos que se habían sumado al tercer estado, como es el caso del duque de
Orleáns[iii],
primo del rey y masón convencido. Pero fue tal la importancia del clero en la
formación de la Asamblea Nacional que el primer presidente de la misma fue el
arzobispo de Vienne, Le Franc de Pompignac, y posteriormente monseñor
Talleyrand.
La Declaración de Derechos fue
encargada a una comisión de juristas que se inspiraron en los principios de la
reciente república norteamericana. En materia religiosa se dice que “nadie debe
ser molestado en sus opiniones, incluso religiosas…”, redacción que fue
propuesta por el conde de Castellane, que se cuidó de que no se pusiese en
discusión la religión oficial del reino. Fueron rechazadas otras propuestas más
explícitas sobre “el respeto a Dios y a la religión” hechas por el conde de
Avray y el obispo de Chartres.
Pero la revolución dio un paso
gigantesco a principios de octubre de 1789, cuando “las tiorras y viragos” de
los barrios bajos de París, movilizadas por Marat y Maillard, exigen pan y otros
alimentos. Los episodios fueron muy violentos y la victoria del “populacho” es
rotunda; la familia real se encuentra a merced de la muchedumbre y esta porta
las cabezas de algunos guardias reales clavadas en picas. Trasladada la
Asamblea de Versalles a París, aquí no asisten a las sesiones la mayoría de los
diputados moderados, lo que hace decir al historiador Mathiez que “es en la
mente de sus actores donde en primera instancia se fraguan las revoluciones”. Y
entonces aparece en la Asamblea el “denso sustrato anticlerical” que venía
expuesto por Voltaire y compañía. Mirabeau propuso y consiguió que la
Asamblea Nacional redactase una Constitución.
Como el Estado era pobre en un
país rico, según expresión de algunos historiadores, la Asamblea se propuso
allegar recursos para solucionar los graves problemas del fisco, y Talleyrand
dio con la solución que se puso en práctica: confiscar la totalidad de los
bienes de la Iglesia francesa, ciertamente cuantiosos. Esto tuvo sus
opositores, como es el caso del abate Maury cuando dijo: “queréis que los
bienes de los pobres vayan a manos de los especuladores”, sabedor de que el
Estado vendería los bienes de la Iglesia. El conde de Montlosier señaló: “queréis
arrojar a los obispos de sus palacios…”. Pero la propuesta de Talleyrand
contaba con el visto bueno de los librepensadores y de las logias, sin olvidar
a los diputados rentistas, que pensaban en enriquecerse comprando a bajo precio
los bienes que el Estado pusiese a la venta.
El primer golpe frontal contra la
Iglesia se produjo, pues, a principios de noviembre de 1789 al aprobarse, por
568 votos contra 346 (en torno a 300 diputados estuvieron ausentes) la expropiación
de los bienes de la Iglesia, que “quedaban a disposición de la Nación” sin indemnización alguna, frase
que se atribuye a Mirabeau. La mayoría del
patrimonio de la Iglesia eran bienes raíces, mientras el Estado tomó a su cargo
los sueldos del clero y los gastos del culto, pero sin arbitrar solución alguna
para mantener los asilos, hospitales, escuelas y otras instituciones benéficas a
cargo de la Iglesia. Como los bienes de la Iglesia no eran dinero líquido,
el Estado decidió en 1790 la emisión de “asignados”, unos bonos que darían a
sus poseedores la posibilidad de cobrarlos cuando el Estado pudiese pagarlos,
es decir, cuando vendiese los bienes expropiados a la Iglesia. La operación
fracasó y estos “asignados” dejaron de emitirse en 1796. El sistema había
producido una gran inflación en las ciudades pero un enriquecimiento de los grandes
propietarios rurales, pues al poner a la venta de golpe una gran masa de
bienes, estos se depreciaron, comprándose por un precio muy inferior al
pretendido.
Los monasterios se desalojaron de
frailes desde febrero de 1790, lo que venía siendo una exigencia de los
ilustrados, que los consideraban una carga para la población. Aunque el decreto
estableció la libertad de abandonar los monasterios, muchos religiosos se
acogieron a él, pues aquellos quedaban privados de las rentas que antes
recibían. Los que abandonaron el claustro recibieron una indemnización, y los
religiosos fieles fueron agrupados, sin distinción de órdenes, en las casas
conservadas, mientras que los monasterios abandonados fueron puestos a la
venta.
[i] Llegó a
ser obispo de Blois. Por su actitud revolucionaria fue uno de los blancos de
los partidarios del absolutismo.
[ii] “La
persecución religiosa en la Revolución Francesa (1789-1794)”.
iii Luis Felipe II de Orleáns llegó a ser conocido como
“Felipe Igualdad”, muriendo en la guillotina en 1793.
* Jean-de-Dieu-Raimond de Boigelin de Cucé, no obstante, redactó una protesta contra la Constitución del Civil del Clero en 1790, en lo que se ve un encabalgamiento de los acontecimientos.
** Jerôme Marie Champion de Cicé fue encargado de, entre otras cosas, presentar el texto de la Declaración de Derechos Humanos y del Ciudadano en 1789.
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