miércoles, 26 de diciembre de 2018

Primeros pasos de la Revolución Francesa



Cuando clérigos, nobles y representantes del estado llano decidieron unir sus fuerzas en los Estados Generales para transformarlos en una Asamblea Nacional, dieron un paso de gigante hacia una revolución que quizá sea la única que está vigente y es referencia para los países que aún no tienen un régimen liberal y/o democrático. El plan de fusión de los tres estados fue ideado y planteado por un clérigo del estado llano, Sieyès, contando con la colaboración de otro eclesiástico, Talleyrand-Perigord, obispo de Autum. El primero sugirió que, a modo de afluentes, se incorporasen al tercer estado (donde había un elevado número de párrocos y abates ilustrados) los otros dos estamentos. En sintonía con esto estuvieron los arzobispos de Aix* y Burdeos**, partidarios de profundas reformas liberales en la Iglesia francesa.

La iniciativa, pues, fue de clérigos que pertenecían al estado llano o al primero, pues se encontraban muy politizados debido, entre otras causas, a la estructura superclasista de la Iglesia francesa, donde era prácticamente imposible ascender a la jerarquía de no pertenecer a altas cunas o nobles linajes. Por su parte, existía entre la población un malestar socioeconómico evidente, mientras que entre el personal ilustrado hubo claramente la intención de subvertir no solo el orden político y fiscal sino también el religioso y moral. Tres curas del estamento eclesiástico, otros después, entre ellos el abate Grégoire[i], consiguieron que por 149 votos contra 137 el estamento eclesiástico se doblegase al tercer estado, según Luis Lavaur[ii]. “El primer acto formalmente revolucionario, por señalar una resolución de desobediencia a la autoridad real, fue llevada a cabo por el bajo clero”.

Parte de los nobles siguieron a los clérigos que se habían sumado al tercer estado, como es el caso del duque de Orleáns[iii], primo del rey y masón convencido. Pero fue tal la importancia del clero en la formación de la Asamblea Nacional que el primer presidente de la misma fue el arzobispo de Vienne, Le Franc de Pompignac, y posteriormente monseñor Talleyrand.

La Declaración de Derechos fue encargada a una comisión de juristas que se inspiraron en los principios de la reciente república norteamericana. En materia religiosa se dice que “nadie debe ser molestado en sus opiniones, incluso religiosas…”, redacción que fue propuesta por el conde de Castellane, que se cuidó de que no se pusiese en discusión la religión oficial del reino. Fueron rechazadas otras propuestas más explícitas sobre “el respeto a Dios y a la religión” hechas por el conde de Avray y el obispo de Chartres.

Pero la revolución dio un paso gigantesco a principios de octubre de 1789, cuando “las tiorras y viragos” de los barrios bajos de París, movilizadas por Marat y Maillard, exigen pan y otros alimentos. Los episodios fueron muy violentos y la victoria del “populacho” es rotunda; la familia real se encuentra a merced de la muchedumbre y esta porta las cabezas de algunos guardias reales clavadas en picas. Trasladada la Asamblea de Versalles a París, aquí no asisten a las sesiones la mayoría de los diputados moderados, lo que hace decir al historiador Mathiez que “es en la mente de sus actores donde en primera instancia se fraguan las revoluciones”. Y entonces aparece en la Asamblea el “denso sustrato anticlerical” que venía expuesto por Voltaire y compañía. Mirabeau propuso y consiguió que la Asamblea Nacional redactase una Constitución.

Como el Estado era pobre en un país rico, según expresión de algunos historiadores, la Asamblea se propuso allegar recursos para solucionar los graves problemas del fisco, y Talleyrand dio con la solución que se puso en práctica: confiscar la totalidad de los bienes de la Iglesia francesa, ciertamente cuantiosos. Esto tuvo sus opositores, como es el caso del abate Maury cuando dijo: “queréis que los bienes de los pobres vayan a manos de los especuladores”, sabedor de que el Estado vendería los bienes de la Iglesia. El conde de Montlosier señaló: “queréis arrojar a los obispos de sus palacios…”. Pero la propuesta de Talleyrand contaba con el visto bueno de los librepensadores y de las logias, sin olvidar a los diputados rentistas, que pensaban en enriquecerse comprando a bajo precio los bienes que el Estado pusiese a la venta.

El primer golpe frontal contra la Iglesia se produjo, pues, a principios de noviembre de 1789 al aprobarse, por 568 votos contra 346 (en torno a 300 diputados estuvieron ausentes) la expropiación de los bienes de la Iglesia, que “quedaban a disposición de la Nación” sin indemnización alguna, frase que se atribuye a Mirabeau. La mayoría del patrimonio de la Iglesia eran bienes raíces, mientras el Estado tomó a su cargo los sueldos del clero y los gastos del culto, pero sin arbitrar solución alguna para mantener los asilos, hospitales, escuelas y otras instituciones benéficas a cargo de la Iglesia. Como los bienes de la Iglesia no eran dinero líquido, el Estado decidió en 1790 la emisión de “asignados”, unos bonos que darían a sus poseedores la posibilidad de cobrarlos cuando el Estado pudiese pagarlos, es decir, cuando vendiese los bienes expropiados a la Iglesia. La operación fracasó y estos “asignados” dejaron de emitirse en 1796. El sistema había producido una gran inflación en las ciudades pero un enriquecimiento de los grandes propietarios rurales, pues al poner a la venta de golpe una gran masa de bienes, estos se depreciaron, comprándose por un precio muy inferior al pretendido.

Los monasterios se desalojaron de frailes desde febrero de 1790, lo que venía siendo una exigencia de los ilustrados, que los consideraban una carga para la población. Aunque el decreto estableció la libertad de abandonar los monasterios, muchos religiosos se acogieron a él, pues aquellos quedaban privados de las rentas que antes recibían. Los que abandonaron el claustro recibieron una indemnización, y los religiosos fieles fueron agrupados, sin distinción de órdenes, en las casas conservadas, mientras que los monasterios abandonados fueron puestos a la venta.



[i] Llegó a ser obispo de Blois. Por su actitud revolucionaria fue uno de los blancos de los partidarios del absolutismo.
[ii] “La persecución religiosa en la Revolución Francesa (1789-1794)”.
iii Luis Felipe II de Orleáns llegó a ser conocido como “Felipe Igualdad”, muriendo en la guillotina en 1793.
* Jean-de-Dieu-Raimond de Boigelin de Cucé, no obstante, redactó una protesta contra la Constitución del Civil del Clero en 1790, en lo que se ve un encabalgamiento de los acontecimientos.
** Jerôme Marie Champion de Cicé fue encargado de, entre otras cosas, presentar el texto de la Declaración de Derechos Humanos y del Ciudadano en 1789.

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