Congreso de los diputados en el siglo XIX |
Miguel Martorell Linares[i]
ha estudiado la personalidad de José Sánchez Guerra, hombre representativo del
régimen de la Restauración monárquica española, conservador, convencido liberal que tuvo el parlamentarismo como principal
factor de su vida política y de la España de su época. La defensa del
parlamentarismo por Sánchez Guerra cobra más importancia por cuanto, tras la
primera guerra mundial, no fueron precisamente buenos tiempos para aquella
práctica, surgiendo los movimientos y regímenes autoritarios, fascistas y
militaristas que conocemos.
El autor al que sigo constata que
solo hay una biografía de Sánchez Guerra anterior a la suya, un libro escrito
en 1948 por Luis de Armiñán que no tiene el valor que merecería el biografiado.
A tal punto Sánchez Guerra defendió el parlamentarismo, que con el alzamiento
militar de Primo de Rivera en 1923, se apartó de toda colaboración con el
régimen, incluso intentó una insurrección contra él en 1927, aliado con
republicanos y anarquistas, sus antiguos adversarios políticos, y acusó al rey
Alfonso XIII de alta traición, lo que pudo influir en el desprestigio de la
monarquía y el establecimiento de la II República española.
En los años noventa del siglo
XIX, Sánchez Guerra fue el corresponsal político en España de la “Revue
Politique et Parlamentaire”, puesto que alternó con el republicano Emilio Castelar.
En cuanto a su actividad política oficial, en 1886 obtuvo por primera vez un
escaño en el Congreso, siendo diputado hasta 1933 con la excepción de los años
de la dictadura primorriverista.
Miguel Martorell se ha servido de
la documentación que se encuentra en la Fundación Antonio Maura, en los diarios
de Natalio Rivas, gran amigo de Sánchez Guerra y en otros archivos personales:
los de Romanones, Santiago Alba, Gregorio Marañón, Julián Besteiro y Leopoldo
Matos, etc. También los expedientes que se encuentran en el Congreso de
los Diputados y que han sido útiles para el estudio sobre Sánchez Guerra. Nacido
este en Córdoba, como gobernante combatió, entre 1904 y 1922, todo conato de
subversión contra las instituciones, ya procediera de los republicanos y
socialistas o del ejército. Su liberalismo doctrinario no le permitía concebir
el desorden que pudiese poner en peligro el régimen constituido. Durante años
fue la bestia negra de republicanos y socialistas y a él correspondió reprimir
la huelga de 1917 recurriendo incluso al ejército.
Desde un punto de vista
democrático no podemos decir que Sánchez Guerra cumpliese con las condiciones
como para considerarle tal, pero ello era común a la mayoría de los políticos
de la época. Evolucionó, sin embargo, hacia la democracia hasta el punto de
que, cuando murió en 1935, en plena II República, este régimen le hizo un
cumplido homenaje de reconocimiento.
Sánchez Guerra no fue un teórico
que dejara una obra escrita, sino más bien un apasionado lector interesado por
múltiples contenidos de la vida intelectual, política y social. A principios de 1927, en una carta a Rosario
Reyna o O’Farrill, dijo que partía hacia el exilio para “tener el derecho de
seguir cuidando de mi nombre y significación con dignidad” y cuando aceptó
formar Gobierno en febrero de 1931 ya había roto todo vínculo de simpatía y
defensa con el rey.
Volviendo atrás, cuando vivía en
Córdoba se empapó del régimen del 68 y él mismo se consideró “hijo de la
revolución de septiembre”. En los primeros años de la Restauración se vinculó
al partido conservador de Cánovas, pero mostrando siempre una personalidad
singular: abogó por el sufragio universal antes de que Sagasta consiguiera
restablecerlo y fue partidario del juicio por jurado. Su admiración por el
régimen anterior, el del 68, se debe, como ha dejado escrito, a la supremacía
de la nación, pues hasta el rey (Amadeo I) no fue el resultado de una herencia,
sino de una elección en las Cortes.
Mucho después, en 1922, como
ministro de la Gobernación, cesó al gobernador civil de Barcelona, general
Martínez Anido, que combatía el terrorismo con terrorismo de estado,
complicándose este último con bandas armadas que asesinaban a los anarquistas y
a sus abogados republicanos. En 1913 comenzó su apartamiento del que entonces
era jefe de los conservadores, Antonio Maura, por haberse este negado a
reemplazar a los liberales en orden al turno que el régimen de la Restauración
había implantado. Siendo Maura un gran legislador, fue evidente, sin embargo,
que sus caminos divergieron cada vez más, pues el mallorquín, fallecido en
1925, nunca estuvo dirigido hacia posiciones democráticas, mientras que Sánchez
Guerra, al final de su vida, si.
Miguel Martorell sostiene que
Sánchez Guerra fue uno de los mayores defensores de las instituciones
parlamentarias del siglo XX español y aceptó de buen grado que, en los años
finales del régimen restauracionista, nuevos partidos fueran acogidos en él,
entre otros el Reformista de Melquiades Álvarez, mientras que la minoría socialista era azote de los gobiernos de concentración de aquellos años. Sin
embargo, Sánchez Guerra fue partidario de restaurar con Eduardo Dato el
encasillado conservador para las elecciones y, en las de 1923, más de un tercio
de los diputados habían sido “elegidos” en aplicación del artículo 29º de la
ley electoral, que permitía el nombramiento en aquellos casos en que no hubiera
confrontación por existir un solo candidato en los diversos distritos.
Con todas las contradicciones que
se quieran, Sánchez Guerra fue uno de los políticos de la Restauración que
evolucionaron hacia posiciones democráticas, quizá espoleados por la dictadura
de Primo, que no compartieron. Otros fueron Santiago Alba, Alcalá-Zamora,
Joaquín Chapaprieta y Ángel Ossorio. Elegido Sánchez diputado en las elecciones
republicanas de 1931 ocupó su escaño pero apenas intervino, retirándose antes
de que acabase la legislatura. Agotado, moriría en 1935.
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